"No nos podemos quedar solos, nosotros y la soledad de nuestros pacientes"
La soledad, al igual que otras experiencias centrales de la vida, es un estado subjetivo complejo; sus formas son múltiples y las circunstancias en que se hace presente en extremo variadas.
Hablar de soledad es como hablar de muchas cosas diferentes: existe una soledad esperada, necesaria y otra no deseada, inoportuna, evitada pero finalmente ineludible. Una soledad a veces impaciente, otras tranquila, relajada. La del que está solo y la del que vive rodeado, habitando un espacio de soledades compartidas. La de aquel que se ha separado y la del que no soporta imaginarse solo. Una soledad que permite encontrarnos y otra que nos retiene indefinidamente perdidos. En ocasiones una experiencia productiva, en otras inexpresiva e inútil.
También existe la soledad a la que nos encierra el no saber o no poder expresarnos. La de padecer la incomprensión y la injusticia. La soledad a la que nos condena el error y el ridículo; la de la vergüenza y la humillación. La de vivir en las grandes ciudades y la de la casa sola que vio León Gieco desde un avión. La soledad orgullosa del narcisismo y la soledad del poder. La soledad de la impotencia del que se tiene que ir viendo que los demás se quedan y la del que se queda cuando los demás se han ido. La soledad de la despedida y la de las pérdidas. También aquella a que nos arroja la enfermedad y la desfiguración del cuerpo. La soledad existencial que nos invade después de perder a nuestros padres. La soledad última de entrar completamente solo a la recta final e inexorable de la vida.
Borges dijo que la ceguera era una forma de soledad. Galeano soñó con la posibilidad de que “tengamos el coraje de estar solos y la valentía de arriesgarnos a estar juntos”. Para Vinicius de Moraes “es mejor sufrir juntos que ser feliz solo”. Y Chico Buarque imaginó la saudade como la sensación de entrar al cuarto de un hijo que ya no está. Miles de madres en nuestro país han sabido de la soledad de estos cuartos, llenos de ausencia.
En algunos y especiales momentos, la soledad es absolutamente indispensable e irremplazable, muchas veces hasta insospechadamente placentera; y muchas otras penosa, lenta e interminable, en particular durante las espesas noches de insomnio. En casi todos los casos, es la soledad un estado incómodo, nunca neutral o indiferente. Un estado que requiere de una aceptación, una comprensión y un aprendizaje nunca del todo completado.
La soledad engendra más soledad y el aislamiento, reservado a las formas más oscuras, es su rostro más temido y más conmovedor. Por vergüenza o pudor, por agotamiento de la tolerancia a la frustración o por claudicación, se elige evitar toda forma de contacto: no hablar, no escuchar ni escucharse, no explicar ni ser aconsejado, no mostrarse ni mostrar aquello que es necesario resguardar. El aislamiento es, en algún sentido, un desesperado pedido de tregua a todos y al mundo, a veces casi un ruego sólo pocas veces entendido y respetado.
“Cada uno de nosotros es una península, con una mitad unida a tierra firme y la otra mirando al océano. Una mitad conectada a la familia, a los amigos, a la cultura, a la tradición, al país, a la nación, al sexo y al lenguaje; y a muchos otros vínculos. Y la otra mitad deseando que la dejen sola contemplando al océano” (Amos Oz).
El monitor reemplazó al diario íntimo, y la exhibición a la introspección
Aún aislados por decisión propia, necesitamos asegurarnos que sigue existiendo ese istmo, ese puente siempre abierto para cuando nos sea urgente regresar a tierra firme; porque cuando ese puente delgado y frágil se hace imperceptible y por último cae, con él también nos derrumbamos nosotros.
Hubo un tiempo en que la soledad y el silencio eran condiciones necesarias para conectarse con la interioridad de la que solía dejarse testimonio en un diario íntimo. Nuestra era tecnológica, por el contrario, no tolera excusas para la soledad. Ha incluso redefinido la soledad como falta de visibilidad y exposición. No ser visito es ahora estar solo. El monitor reemplazó al diario íntimo, y la exhibición a la introspección. Hay, en estos tiempos de comunicación digital, una conexión con lo exterior a tiempo completo y al mismo tiempo una forma de aislamiento táctil y corporal.
¿deberíamos además determinar los niveles de soledad como hacemos con la tensión arterial o con el colesterol en sangre?
Todo esto, entre muchas otras cosas, puede ser y es la soledad. Pero, al parecer, también motivo de investigación científica. Recientemente, ha sido publicada en la sección puntos de vista de Intramed, la interesante y disparadora nota “Ciencia y praxis de la soledad” de Gonzalo Casino, en la que se hace referencia a la evidencia que demuestra que la soledad y el aislamiento acortan la vida de las personas al punto de poder ser considerados como un factor de riesgo de impacto similar al tabaquismo. Las personas afectadas, según las últimas investigaciones, parecen tener un tono simpático aumentado lo que podría aproximarnos al conocimiento del nexo fisiopatológico entre soledad y mortalidad.
Esto bien pudiera ser incorporado como un motivo más de preocupación e intervención médicas desde que existen relevamientos estadísticos, en casi todo el mundo y en todas las edades, que demuestran un crecimiento sostenido del número de personas que viven solas.
El resultado de estas investigaciones tiene el enorme valor de subrayar que la soledad no debería enmarcarse únicamente como una experiencia subjetiva sino que se trata además de una condición que impacta significativamente en la expectativa de vida de estas personas. Ese es su trabajo y la ha hecho bien. Sin embargo, no es desmesurado predecir que una lectura apresurada o demasiado literal de la soledad como factor de riesgo y como algo que le pertenece a la ciencia, conlleve algunas consecuencias no previstas, no deseadas, de lo cual en medicina se tiene ya alguna experiencia.
Si aceptáramos como válida la idea de la soledad como un factor de riesgo, ¿deberíamos, entonces, interrogar a nuestros pacientes para conocer si están solos o aislados?, ¿deberíamos además determinar los niveles de soledad como hacemos con la tensión arterial o con el colesterol en sangre?, ¿en qué ayudaría conocer el impacto neurohormonal, metabólico o inflamatorio de las personas en situación de soledad y aislamiento?, ¿cuál de tantas soledades debiera ser abordada médicamente?, ¿qué conocimientos tenemos los médicos de la soledad y cuáles debiéramos adquirir?, ¿qué tendría la medicina para ofrecer –específicamente como ciencia- a las personas en esta condición?, ¿cómo sería esa receta? No son las únicas dudas.
“el médico debería ser capaz de imaginar la soledad en que viven los enfermos”
La soledad no es una variable que pueda ser representada a través de una curva de sobrevida en un par de ejes cartesianos. Es mucho más que eso y es muy diferente. Someter ciertas experiencias de la vida a una mirada científica es una señal de pérdida del rumbo y de confusión de los objetivos. Podemos ver la soledad como un factor de riesgo al que hay que encontrarle una solución médica, pero también podemos elegir otra mirada, más amplia, menos técnica, mejor dirigida a lo que en realidad necesitan estos pacientes. Es una parte fundamental de nuestra tarea acompañar e intentar aliviar a las personas que sufren, pero también evitar sesgarnos en un enfoque desproporcionadamente científico que contamine aquellas experiencias y momentos de la vida que hacen de esta algo único y sagrado.
La medicina es un ámbito donde se revelan, se comparten, se cruzan y se mezclan soledades; un lugar donde desesperadamente buscan y muchas veces encuentran, una palabra, una mirada, un roce que les dé un significado y un sentido. Los médicos, a través del contacto diario y directo con nuestros pacientes, conocemos de primera mano todas estas expresiones de soledad y tratamos, con las herramientas que tenemos, de dar contención a la manera de primeros auxilios. Seguramente no es suficiente pero de ninguna manera es poco ya que, como escribió Anatole Broyard, al menos para empezar “el médico debería ser capaz de imaginar la soledad en que viven los enfermos”.
"La soledad estoica de pensar diferente al paradigma dominante"
Pero no son aquellas las únicas soledades que habitan el escenario médico. Los médicos también conocemos y experimentamos las nuestras: la de tener que decidir solos, la de no saber o la de no poder. La soledad de la guardia y la del consultorio. La soledad de ver cómo saltar los obstáculos de la práctica en el mundo real para llevar adelante lo que la teoría nos dice que debemos y no debemos hacer. La soledad estoica de pensar diferente al paradigma dominante. La de tratar de entender y de movernos en un sistema cada vez más complejo y, al mismo tiempo, la de resolver y absorber los problemas que el mismo sistema provoca o ignora. Y además, la soledad a la hora de pelear por mejores condiciones económicas y de trabajo. También y especialmente, la soledad culposa frente al error consumado y la soledad absoluta e intransferible del banquillo en los juicios de mala praxis.
Sin dudas, la soledad y el aislamiento son problemas de importancia en particular para las personas mayores. Sin embargo, es este un problema que requiere ser abordado no desde una perspectiva científica sino desde una perspectiva humana y social en la que intervengan activamente organismos barriales, municipales, estatales o privados con conocimiento y experiencia en generar espacios de encuentro y sociabilización, que contemplen las diferentes limitaciones físicas, emocionales y de comunicación tan comunes en estos grupos. Las instituciones médicas –todas y no sólo algunas -debieran contar con personal preparado para asesorar a las personas que sufren a causa de soledad y aislamiento, funcionando como un nexo entre el hospital y aquellos organismos. Allí debieran acudir y hacia allí debiéramos orientar a las personas que lo necesiten.
No nos podemos quedar solos, nosotros y la soledad de nuestros pacientes.
Rubén, Enero 2016
*Imagen: Hopper, Edward: Street Scenes
Dr. Rubén Mayer
Médico Cardiólogo (UBA), ex-jefe de resiendetes del Sanatorio Guemes, Ex docente de la carrera de médico especialista en cardiología (UBA), Investigador del Grupo GESICA en los Estudios GESICA II, III y DIAL