"¿Puede alguien decirme? ¡Me voy a comer tu dolor!
Y repetirme - voy a salvarte esta noche..." Patricio Rey
Para Belkis
Atardecer de un domingo de enero. Abrís los ojos hacia el boulevard de los sueños rotos después de haber sido secuestrado por la tercera guerra mundial. El sol se va escondiendo y te enceguece, la gente camina como fantasmas y vos no ves la bendita hora de encontrarte con Morfeo. Te arrastrás por la calle rebobinado cómo empezó esta película cuando saltaste de la cama y te pusiste el ambo que supuestamente te traería buena suerte. “Buen día doctor, la guardia está re tranquila”, comenta una enfermera retacona con acento santiagueño. Y al suspiro posterior de haber escuchado la palabra prohibida, la escena se transforma en un campo de batalla…
Mujer de 55 años, sin antecedentes de jerarquía, con debilidad progresiva de miembros inferiores. Hombre de 70 años, EPOC, con dificultad respiratoria severa. Una precordialgia que irradia a brazo izquierdo por acá, un dolor abdominal con defensa por allá. Diluvian lumbalgias de los que no quieren ir a trabajar el lunes. El señor que viene a sacarse los puntos no tiene ganas de esperar. Derivan a una anciana en caquexia extrema desde un geriátrico con el arpa bajo el brazo. Un par de faringitis se cuelan entre las balas. Respirás. Te ponés en contacto con el muchacho del laboratorio rogando para que el radiológo de pasiva venga lo antes posible. Un estado ácido/base no deja de darte vueltas y llamás a tu amigo clínico que en ese preciso instante flota en una pileta con un Campari en la mano. Llueven las consultas y el agua te llega al cuello. El paciente de cama 3 se arranca la sonda vesical y te regala una laguna de sangre. La glucemia del vecino acaricia las nubes. Respirás de nuevo. Pedís auxilio por mensaje como si estuvieras en jardín de infantes y todavía no han venido a buscarte. “Vieja, esto es Vietnam. ¿Por qué no estoy en una playa vendiendo choclos?”. Te explota la vejiga un poco más que la cabeza. Las paredes te comen y el reloj se tomó vacaciones…
Con el último aliento abrís la puerta del departamento desesperado por revolear los zapatos de guerra. Vaciás el bolso sobre el piso y en ese instante te reencontrás con vos mismo. Hubo un momento de aquel día, que sin saber cómo ni cuándo, una paciente te ofreció una gaseosa helada para desatar ese nudo en la garganta que no te dejaba respirar. Te miró con ojos vidriosos de abuela y luego te susurró al oído que todo iba a estar bien. No llegaste a agradecerle cuando ella ya se escapaba coqueteando con su bastón. Sonreís acostado en el suelo en complicidad con el silencio. Te sentís más vivo que nunca y con la fiel convicción de que en otra vida volverías a tentar al destino de la misma manera.
Esteban Crosio
-Residente de Hemoterapia e Inmunohematología del Htal Provincial del Centenario de Rosario.
-Docente de la Cátedra de Histología y Embriología de la Facultad de Ciencias Médicas (UNR).
-Twitter: @esteban22sc