Ciclo de biografías “Encendidos”

Lucia Berlin: un destino circular, sin aburrimiento

La autora no pudo ser testigo del fenómeno en el que se convirtió. A pesar de su alcoholismo, sus múltiples trabajos, sus mudanzas y tragedias, nunca dejó de escribir. Y usó sus “mil vidas” como materia prima.

“No me importa contar cosas terribles si consigo hacerlas divertidas”, dijo la escritora Lucia Berlin en el relato “Silencio”, incluido en el libro Manual para mujeres de la limpieza, en el que se compilan 43 relatos de los más de 80 que escribió en vida y que la convirtió en un fenómeno literario póstumo, 11 años después de su muerte. Se puede decir tuvo una “vida de cuento”, no sólo porque en muchos de sus textos aparecen hechos autobiográficos, sino también porque este género es de alto impacto. Hay quienes dicen que las novelas “ganan por puntos”, mientras los cuentos “por knock out”.

¿Por qué decimos que el destino de Lucia Berlin es circular? Primero, porque en ella, literatura y vida se mezclan hasta confundirse. Y segundo, porque hasta las fechas cronológicas podrían estar al servicio de la ficción.

Nacida bajo el nombre de Lucia Brown en Alaska, el 12 de noviembre de 1936, falleció exactamente el día de su cumpleaños 68 en 2004, en Marina del Rey, EE. UU. Como su padre era un ingeniero en minas sujeto a múltiples traslados, vivió en lugares diversos. Como Montana, Arizona, Texas (precisamente en El Paso) San Francisco; además de Chile, donde vivió durante su niñez y aprendió perfecto y México, país al que se mudó por un amor.

Su vida sentimental y laboral tampoco se caracterizó por lo lineal y estable. Atravesó tres divorcios conflictivos y vivió el suicidio del último de sus grandes amores. Sola y con cuatro hijos que alimentar, debió ejercer distintos oficios aunque de madrugada y en períodos irregulares, nunca dejó la escritura. Fue profesora de escritura creativa y también limpió casas. Trabajó como operadora telefónica en una central de urgencias, en un centro de adicciones y se desempeñó también como auxiliar en cirugía pediátrica. Todo ello mientras lidiaba con una salud frágil y afrontaba el alcoholismo. Muchas de estas vivencias fueron materia prima para sus relatos. Incluso los críticos llegaron a decir que ella lograba naturalizar “la pura miseria” lejos de los sentimentalismos y hasta marcar una cuota de humor. En declaraciones, Berlin dijo: “Jamás me he aburrido”. Y no es difícil creerle.

Su propia salud hecha relato

“Estrellas y santos” es un cuento en el que Lucia Berlin habló sobre su escoliosis, que la obligó a usar un corset ortopédico de niña y que, con el tiempo, redujo su capacidad pulmonar.  Esto, sumado a su hábito de fumar, la obligaron a pasar los últimos días de su vida con una mochila de oxígeno. Con ella a cuestas, daba clases. Además, las múltiples radiografías a las que eran sometidas las pacientes con escoliosis en la década de 1960 podían haber contribuido al cáncer de pulmón, por el que falleció en 2004.

Hija de una madre alcohólica y ausente, Lucia también tuvo problemas con la bebida, algo que también se pudo ver en múltiples relatos. Quizá el más duro de todos ellos sea “Inmanejable”, cuya frase inicial estampada en un llavero ilustra la tapa de la edición de libro Manual para mujeres de la limpieza. La frase dice: “En la profunda noche oscura del alma las licorerías y los bares están cerrados”. El crudo relato narra la historia de una alcohólica temblorosa a la que se le termina el vodka en el medio de la noche mientras sus hijos duermen. Sabe que debe comprar una petaca para no convulsionar. Para esto, debe buscar dinero en todos los bolsillos y caminar a la licorería, porque uno de sus hijos, previamente, le había quitado las llaves del auto. El cuento está basado en varios eventos que ella vivió con sus hijos y, en una entrevista reciente, David Berlin, uno de ellos, contó: “Al leerlo, me pregunté: ‘¿Por qué está escribiendo esto? Es muy privado, es muy doloroso.’ Ahora, con más perspectiva, veo que es un relato muy bueno”. Desintoxicarse le llevó seis años.  

Sus cuentos, a pesar de narrar fatalidades, cuentan con un vitalismo arrollador. De hecho, ella pensaba que con la escritura se le daba la oportunidad para reparar lo que en la vida no se podía. Y eso lo hizo desde su primer relato llamado “Manzanas”, incluido en a compilación Una nueva vida, en el que transformó la muerte de un vecino anciano que se desplomó en el patio de su casa en una experiencia bella.

A su último trabajo, como profesora de escritora creativa en la Universidad de Boulder, Colorado, asistía con el tanque de oxígeno. Fiel a su humor, en una de las cartas a su íntimo amigo Stephen Emerson, escribió: “Epitafio para mi tumba: Sin aliento”.

La soledad y los (malos) amores como inspiración

“Cuando empecé a escribir, estaba sola. Mi primer marido me había dejado, tenía nostalgia, mis padres me habían rechazado porque me había casado joven y luego divorciado. Escribí simplemente para ir a casa”, explicó alguna vez Lucia Berlin. Para la década de 1960, la escritura era el lugar donde se sentía a salvo primero y a gusto después. Pero antes de esa paz, hubo múltiples tormentas.

El primer matrimonio de Berlin fue a sus 18 años, con el escultor Paul Stuttman. Se dijo de él que era un hombre controlador obsesionado con las líneas simétricas, al punto de que vivía criticando a la escritora por su escoliosis y hasta le pedía dormir boca abajo para “corregir su nariz respingada”. No tardaron en tener su primer hijo, pero al quedar embarazada otra vez, quiso obligarla a abortar, algo que terminó por no concretarse. Así lo cuenta en el relato “Dentelladas de tigre”, que narra el derrotero de una mujer que va sola a Ciudad Juárez para realizarse el procedimiento y se arrepiente.

Sola y con dos hijos, estudió magisterio. Ahí conoció y se casó con Race Newton, un pianista de jazz callado, del cual se dice que le daba pastillas a Lucía para que ella no hablase tanto. Pero también al saxofonista Buddy Berlin, con el que terminó yéndose a vivir a México. A Buddy, quien se convirtió en su tercer marido, le decicó el relato “Hasta la vista”, en el cual descubre que él es heroinómano. Se separaron en 1967, por las drogas y porque él quería quedarse en México y ella no. Lucía no volvió a casarse, aunque sí conservó el apellido Berlin.

Para entonces, ella tenía una fuerte dependencia con el alcohol y se relacionaba con hombres que la maltrataban y le robaban. Hasta que llegó un gran amor, que terminó también de forma trágica. Terry, un amigo de su hijo mayor, que tenía 18 años cuando ella tenía 37. Le dedicó el cuento “A ver esa sonrisa”, lo nombró con el alter ego Jessie y detalló un episodio policial del cual ambos fueron absueltos.

Para esa época, Lucía y Terry eran dependientes del alcohol. Para que enderezaran sus vidas, ella decidió terminar con la relación y le escribió un poema de despedida. Pero cuando Terry lo vio, clavó el poema en la puerta de la nueva casa de Lucía y luego se quitó la vida.

Tras la muerte de su amor, el fantasma del suicidio atormentó a la escritora, quien escribió el relato “Manual para mujeres de la limpieza”, el que fue rechazado por editoriales en al menos seis oportunidades, pero ella confiaba en el texto. Ahí, daba consejos a quienes quisieran emprender el oficio. Y decía que solo robaba somníferos, que los guardaba “para un día de lluvia”.

Sus trabajos en medicina y la salud de su familia

En diversos textos incluidos tanto en Manual para mujeres de  la limpieza, como en Una nueva vida, Berlin escribió sobre sus trabajos en hospitales. Uno de los cuentos más destacados es “Mijitio”, en el cual relató como llegaban a la institución médica los llamados “hijos del crack”, niños con deformidades congénitas. En él, se descargó con esta frase: “Es como si estos niños fueran la respuesta de un dios tarado a ciertas oraciones”.

Por otra parte, el relato “Centralita”, habló sobre la rutina de las operadoras telefónicas que lidiaban con las emergencias por un salario bajísimo.

Pero quizá la primera experiencia cercana a la medicina fue en su niñez cuando, por un supuesto castigo, fue a trabajar con su abuelo dentista, descrito como alguien de temer. En el relato habló sobre cómo él le obligó a arrancarle cada diente para reemplazarlos por una prótesis magnífica.

También apeló a la figura de su madre poco afectuosa  en el relato “Mamá”, en la que la narradora viajaba a México para acompañar a su hermana Sally, aquejada con un cáncer terminal. Durante el encuentro, hablaron de las tristezas familiares y de su difunta madre, a la que definieron como una persona temible, una alcohólica amargada que las odiaba, pero también muy inteligente y con un humor negro único. Cuando se suicidó, escribió una nota a la narradora (alter ego de Lucia) diciéndole que nunca le perdonaría por cómo había arruinado su vida.

Una adelantada a su tiempo

Lucía Berlín no pudo ser testigo del fenómeno literario en el que se había convertido. Sin embargo, no fue una completa desconocida. Siempre publicó en editoriales independientes pequeñas y medianas. Incluso llevo a ganar un premio, el American Book Award, por las historias del volumen Home Sick publicado en 1991.

Sus cuentos aparecieron en revistas de prestigiosos escritores, como Saul Bellow y ella supo que contaba con el respeto de ciertos colegas en la esfera literaria. Sin embargo, fue una anónima por fuera de EE. UU. hasta después de su muerte. Su nombre trascendió fronteras por la determinación de su amigo Stephen Emerson, quien compiló los relatos y contactó a un agente literario para que la copia llegara a las editoriales más prestigiosas. Él notó como los textos no sólo no habían perdido vigencia, sino que sonaban realmente actuales.

Es que para la década de 1970, no estaba de moda el género de la autoficción (distinto de las memorias, porque la autoficción puede tomar elementos de la realidad en función de una historia que no necesariamente es fiel a los hechos). A la vez, en esa época, hablar del alcoholismo en los hombres podía resultar hasta simpático (basta mencionar los libros de Charles Bukowski y las historias de su alter ego Henry Chinaski), pero no así en las mujeres y menos en las madres, como lo narrado en el cuento “Inmanejable”.

El libro cayó en las manos de la editora Emily Bell, quien notó que los cuentos encajaban mejor en la actualidad y quedó prendada de la frase de Berlin: “No me importa contar cosas terribles si consigo hacerla divertidas”. Se jugó por la compilación y dio a conocer la vida y obra de esta escritora, que se mezclan hasta confundirse en un círculo eterno donde entran mil vidas.

Textos de Celina Abud


Referencias

•Grandes infelices, luces y sombras de grandes novelistas, podcast de Javier Peña, #19 Lucía Berlín.

Lucia Berlin: Manual para mujeres de la limpieza, decálogo de supervivencia, por Clara Mallo. La Izquierda Diario, 14/10/16

La trágica felicidad de Lucía Berlín, por Hugo Fontana, 20/09/16.

Lucía Berlin, las mil vidas de una escritora sin tinta para la autocompasión, por Raquel Garzón, Revista Ñ, Clarín, 17/05/2019

Lucía Berlín, la autora que venció al olvido, por Imanol Subiela Salvo, La Nación, 24/01/21