En 2017 se publicó más de un artículo científico diario sobre café y salud (421 en total, con el término coffee en el título). Cada año se publican más que el anterior, lo que indica que el interés por el tema no está agotado, y que las aproximaciones y preguntas científicas son incesantes. En todo este conjunto de investigaciones, escasean los ensayos clínicos (10 en 2017) y las revisiones (40 en 2017), y son moneda corriente los estudios observacionales, que analizan las posibles asociaciones entre el consumo de café y sus circunstancias (tipo de café, cantidad, genes implicados en el metabolismo de la cafeína, etc.) y una gran diversidad de problemas de salud. Con tanta ciencia sobre el café, podríamos pensar que ya sabemos mucho o que al menos tenemos respuesta a algunas preguntas elementales, pero esto no es así ni mucho menos.
El consumo de café es seguro, dentro de los límites de la moderación, y que su influencia en la salud es neutra o más bien positiva
La principal conclusión provisional es que el consumo de café es seguro, dentro de los límites de la moderación, y que su influencia en la salud es neutra o más bien positiva que negativa. Tan vaga y cautelosa apreciación se deriva de la constatación de que el consumo de café no se asocia con la mayoría de los problemas de salud estudiados o se asocia inversamente, es decir, presenta un ligero efecto beneficioso. En particular, se ha observado que entre los bebedores de café la mortalidad cardiovascular y por todas las causas es ligeramente menor que entre los no consumidores, como también es algo menor la incidencia de cáncer y diabetes, entre otras enfermedades. ¿Permiten afirmar estos resultados que el café previene las enfermedades crónicas y reduce la mortalidad? No, porque las asociaciones son tan débiles que hay más incertidumbre que certeza. Los estudios observacionales no aclaran, por ejemplo, si la gente tiene mejor salud porque toma más café o toma menos café por su deteriorado estado de salud.
El pasado 2 de julio se publicó un nuevo artículo en JAMA Internal Medicine que ilustra muy bien lo que se va sabiendo y lo que queda por saber, y de paso cómo avanza la ciencia. Este estudio apoya la idea general de que el consumo de café se relaciona con una menor mortalidad, a la vez que añade nuevos datos que sugieren que el tipo de café consumido (instantáneo, molido e incluso descafeinado) es indiferente y que tampoco parecen influir los genes que metabolizan la cafeína de forma más rápida o lenta. Si el café con cafeína y el descafeinado parecen tener similares efectos sobre la mortalidad y la salud, ¿cuáles de los 800 componentes volátiles que tiene el café podrían tener alguna incidencia?
Son muchas las preguntas que flotan en los vapores de un café. Si esta bebida, tal y como parece, puede tener algún efecto beneficioso, ¿deberíamos empezar a consumirlo por motivos de salud?, y ¿deberían los médicos recomendar su consumo para prevenir enfermedades? En ambos casos, la respuesta, por ahora, es un no rotundo. La confianza en los resultados de la investigación sobre los efectos beneficiosos del café, en su gran mayoría derivados de estudios observaciones, es baja o muy baja. La mejor manera de tener respuestas más seguras es realizar ensayos clínicos, pero estas investigaciones son muy complejas, largas y costosas. El ramillete de preguntas sobre café y salud es tan florido, que no queda más remedio que derrochar imaginación para resolverlas. Interesaría saber, por ejemplo, por qué se empieza a beber café y por qué se deja de consumir. Por lo demás, el caso del café no es excepcional en ciencia, sino más bien un modelo del quehacer investigador. Los científicos tienen aquí tajo para rato y, mientras siguen conjeturando e investigando, cada día se beben en todo el mundo 2.250 millones de tazas de café.