Más del 50% de los médicos consultados en una encuesta reciente reportó haber sufrido algún tipo de agresión verbal o física significativa durante el ejercicio de su profesión ("Agresiones contra médicos", Braga, F. y col. Portal Médico Intramed, e-research). Según múltiples fuentes, el 20% de los médicos argentinos han sido demandados judicialmente por presunta mala praxis (XIV Congreso Argentino de Salud, Mar del Plata, 2011). Los honorarios profesionales que pagan obras sociales y empresas de medicina prepaga por una consulta médica son verdaderamente irrisorios. En el ámbito público, la presión de una asfixiante demanda de atención, las deficiencias edilicias y el déficit de insumos y de enfermería profesional exponen al médico a ejercer su profesión en condiciones, en muchos casos, inaceptables. Paralelamente, en el ámbito privado las presiones no son menores: listas de turnos agotadoras con un tiempo tan breve frente al paciente que imposibilita establecer una relación médico-paciente adecuada.
Ciertas especialidades médicas críticas muestran, en los últimos años, una notoria reducción en el número de aspirantes a cubrir vacantes, ya sea en la etapa formativa como en posiciones para especialistas experimentados. Esto es consecuencia directa del desaliento que genera un escenario laboral cargado de abrumadoras responsabilidades y exigencias sin un reconocimiento acorde con ellas. No es lógico que un sistema de salud se sustente en la heroicidad de sus protagonistas. Las vocaciones, en muchos casos, son erosionadas por un escenario tan adverso. La calidad de vida del médico promedio ha descendido a niveles impensables.
Los "sistemas de adaptación" que han adoptado muchos médicos a este escenario no son los mejores ni para ellos ni, mucho menos, para sus pacientes.
Desde hace años se ha expandido la expresión "medicina defensiva". Fue la respuesta que una gran proporción de médicos adoptó para intentar tener una posición más sólida, en términos probatorios, ante una eventual demanda judicial. Esto se tradujo, por ejemplo, en un aumento notorio en la solicitud de estudios complementarios que están más allá de los estándares recomendados. Esta conducta tiene claras implicancias en términos de dispersión de recursos económicos, además del tiempo ineficazmente empleado.
Todo este contexto ha generado un quiebre en la relación médico-paciente. Flota en el subconsciente colectivo de la comunidad médica, con distintos matices, la percepción de que todo paciente puede ser un potencial litigante.
El "sistema de adaptación" frente al honorario reducido de la consulta fue el incremento del número de consultas, que redujo drásticamente el tiempo ofrecido a cada paciente (además del pluriempleo).
Se cambió calidad por cantidad. La consulta es el eslabón fundamental de la actividad asistencial del médico. Las decisiones que se toman en la consulta marcan, muchas veces, el destino de un paciente. La consulta médica requiere un tiempo para escuchar atentamente al paciente, un tiempo para examinarlo minuciosamente, un tiempo para redactar una historia clínica completa y un tiempo para explicar al paciente y familiares su dolencia, el tratamiento que se debe instituir, los estudios por efectuar y las perspectivas. ¿Cuánto tiempo suman todos estos tiempos?
Médicos y pacientes nos hemos acostumbrado a consultas de una brevedad extrema. Esto daña a ambas partes. El médico responsable sabe que está menoscabando su profesión y exponiéndose a cometer errores. El paciente no se siente contenido y tiene, muchas veces, la certeza de no haber sido correctamente evaluado. Ambos en definitiva son víctimas de un perverso sistema que ha reemplazado conceptualmente al binomio médico-paciente por el de prestador-cliente (subproducto del gerenciamiento de la salud aplicado a ultranza).
Ubiquemos ahora en este crítico contexto una actividad como la medicina, marcada en múltiples casos por la incertidumbre y los hechos fortuitos. Es lógico deducir que el desgaste laboral del médico desemboque, en muchos casos, en graves consecuencias para su salud física y mental. Patologías como el burn-out , el estrés crónico o el síndrome judicial comprometen hoy a un gran número de profesionales. El índice de insatisfacción profesional entre los médicos ha crecido notoriamente. Al médico le es muy doloroso admitir abiertamente estas íntimas vivencias vinculadas al ejercicio de su profesión.
El otro "sistema de adaptación" cuyos primeros indicios son evidentes es el que me atrevo a denominar como el de la "medicina evasiva". Esto se traduce en evitar tratar pacientes con patologías críticas con un pronóstico reservado. Es decir, estamos transitando por el camino hacia el fin del "médico heroico".
Las implicancias de la medicina evasiva son fáciles de deducir: médicos en la cúspide de su experiencia y capacidad intelectual que restringen voluntariamente su actividad profesional.
Muchos médicos, agobiados por este escenario laboral, deciden abandonar la medicina asistencial anticipadamente.
Todos somos potenciales pacientes. Cuando está comprometida nuestra salud, deseamos ser atendidos por médicos con una sólida formación sedimentada con la experiencia, con sentido común y con la tranquilidad espiritual necesaria para adoptar las mejores decisiones.
El camino por el que está transitando la medicina argentina en lo que hace al escenario en el que ejerce su profesión el médico no parece ser el mejor para lograr aquel "encuentro entre una conciencia y una confianza", como fuera magistralmente definida la relación médico-paciente por Duhamel.
Mucho se ha avanzado en materia de los derechos de los pacientes, pero, paralelamente, se ha descuidado el derecho de los médicos a ejercer su profesión en condiciones acordes con la enorme responsabilidad a que los enfrenta diariamente su labor. Por los motivos previamente expuestos, esto termina repercutiendo, inexorablemente, en la calidad del servicio de salud. Las instituciones médicas y los legisladores deben enfocar urgentemente estas cuestiones como lo que realmente son: un verdadero problema de salud pública que requiere soluciones concretas.
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El autor es doctor en Medicina, médico oftalmólogo y profesor universitario. Médico legista universitario y docente de la Cátedra de Oftalmología de la Facultad de Medicina de la UBA