“No tenemos que producir más, sino producir mejor”. Esto es lo que plantea la doctora en Antropología Patricia Aguirre, en su nuevo libro Devorando el planeta (Ed. Capital Intelectual), que muestra las consecuencias para la salud de un sistema alimentario guiado por la lógica de mercado. A la vez, resalta que el modo extractivista de los recursos pone en riesgo nuestro medio ambiente.
“La pregunta no es si podemos cambiar la forma de comer y de producir, sino si estamos a tiempo”, sostiene Aguirre y resalta que en la actualidad, “el precio que pagamos por el modelo de producción alimentaria es la enfermedad, y esperemos que no sea la extinción”.
Durante una entrevista con IntraMed, que será presentada en dos módulos, la antropóloga alimentaria reflexiona sobre cómo la lógica de la ganancia prioriza la sanitaria si de comer se habla y resalta que “la mayor parte de los problemas actuales hoy no vienen por no comer, sino por comer demasiado”. Aquí, algunos de sus conceptos, en sus propias palabras.
Por qué estamos devorando el planeta. Digo devorando porque si bien incluimos en nuestra alimentación todo tipo de plantas, animales, hongos, algas minerales –y esta diversidad de fuentes está muy bien–, nos comemos los recursos del planeta irracionalmente, engulléndolos con avidez y rapidez, como si estuviésemos ansiosos por terminar con todo.
Estamos agotando recursos no renovables como el petróleo, derrochando recursos escasos como el agua y dilapidando recursos renovables como la biota (la vida orgánica sobre la tierra). Comemos el petróleo en forma de fertilizantes y agroquímicos en nuestras cosechas, lo consumimos en forma de combustible en cada transporte que lleva nuestros alimentos de un hemisferio al otro. Es claro que bebemos parte del escaso 3% del agua dulce que tiene nuestro mundo, pero también la tomamos contenida en los granos, las frutas y las carnes que dependen de ese porcentaje.
Comer así no es sostenible, no solo hay recursos que no se pueden renovar (como los minerales que vinieron de las estrellas) sino que tampoco le estamos dando tiempo al ecosistema de recuperarse de la extracción desenfrenada de aquellos recursos que sí lo son. No reponemos los bosques que talamos sino que los sustituimos por pastizales. No dejamos reproducirse a los peces en el océano sino que los pescamos hasta la extinción. No manejamos el agua de riego sino que hemos inventado una palabra, “desertificación”, para designar el proceso de desertización producida por los humanos en nuestra necedad. Y los ejemplos se multiplican: contaminación, polución, emisión de gases efecto invernadero hasta que cambiamos el clima del planeta, que se calienta peligrosamente, cuando sin intervención humana se calculaba que debía enfriarse dando paso a otra glaciación.
Tenemos que evitar el colapso aquí y ahora, por nosotros, en defensa propia y para nuestros hijos, nuestros nietos y las generaciones por venir. Ellos tienen derecho a heredar la Tierra (como planeta y no como posesión) y se las estamos negando.
Lógica de ganancias. Esta manera de comer no es propia de la especie humana, no es natural, ha sido creada por la industria global que nos induce a esta forma de consumismo, que no es innata sino socialmente construida.
La actual es una alimentación de mercado, y como el mercado se rige por la lógica de la ganancia, es una alimentación buena para vender y solo lateralmente puede ser llamada buena para comer.
El principal problema no es la escasez de alimentos, sino la distribución y la falta de diversidad. A nivel global, hay suficiente comida para que los 7.500 millones de personas que lo habitamos tuviésemos una ingesta que los nutricionistas llamarían adecuada. Sin embargo, tras estos grandes números globales se esconden disparidades. Alimentos hay. El problema es quién y cómo acceder a ellos. Los países y las personas con altos ingresos tienen posibilidad de comprar y comer una amplia gama de productos alimenticios, los países y las personas pobres se alimentan con harinas no porque no sepan que tienen que comer frutas, verduras y carnes sino porque no pueden acceder a estos alimentos porque son caros, mientras que las harinas de cereal son los más baratos en la estructura de precios. Cuando llega el momento de la distribución- como los alimentos son mercancías- irán allí donde puedan pagarlos más.
Un hecho paradójico es que por el bajo valor de las harinas de cereales producidos masivamente se constituyen en el alimento de los pobres y ante el exceso de energía proveniente de harinas y la falta de todo otro complemento, los pobres de todo el mundo han empezado a engordar, la obesidad más cruel. Mantener a la población mal pero alimentada (llena deberíamos decir) es una forma muy efectiva de control social.
El rol de los médicos en la educación alimentaria actual. En las sociedades del pasado donde la función de las mujeres estaba ligada casi exclusivamente al ámbito reproductivo, eran las madres y las abuelas las que enseñaban a comer: ellas tenían el saber ecosistémico de la integración de la cocina y la comida con el ciclo de producción y distribución local. Hoy esos saberes han colapsado, no son operativos en un mundo global, con sociedades industrializadas y saberes cada vez más especializados. Hoy es el sistema médico el que se ha adueñado de la educación alimentaria legítima (como de tantas otras funciones vitales). La alimentación humana deviene de un saber de especialistas no dependiente de la experiencia (edad) o función sino del saber especializado de neonatólogos, pediatras, nutricionistas, clínicos, en una nube imprecisa de Ciencias de la alimentación donde variadas disciplinas reivindican el saber del hacer cotidiano de la comida. Son los sistemas expertos de la modernidad que nos dicen cómo vivir y por supuesto como comer. Estos saberes expertos (no siempre armónicos porque dependen de los intereses disciplinares y sus industrias asociadas) orientan o desorientan al comensal actual. Sería muy bueno que dado que el sistema de salud es el principal orientador de lo que comemos (o de lo que podemos o no comer) operara con más fuerza sobre el sistema económico-político para introducir el valor salud en forma más contundente, ya que hoy día frente a la industria y su publicidad engañosa, sus intereses económicos y del estado, el sistema de salud como orientador del consumo alimentario viene perdiendo la batalla. Aun así algo se logra, con mucho esfuerzo porque los intereses en favor de no comer sano son enormes. Hay mucho por hacer y el sistema de salud debería ponerse a la cabeza de la demanda porque tiene las bases científicas para fundamentar un cambio y la capacidad operativa y el prestigio en la población para hacerlo.
*Dra. Patricia Aguirre. Antropóloga especializada en antropología alimentaria. Investigadora y docente del Instituto de Salud Colectiva de la Universidad Nacional de Lanús. Autora del libro “Devorando el planeta”.
Ficha técnica del libro
- Título: Devorando el planeta
- Autora: Patricia Aguirre
- Editorial Capital Intelectual
- ISBN: 978-987-614-643-2
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