La pérdida de fuerza y masa muscular es uno de los factores de riesgo “olvidados” de la enfermedad cardiovascular y puede ser corregido con ejercicio, según un artículo de Mikel Izquierdo en “Nature Reviews Cardiology”.
El ejercicio físico regular (y, concretamente, el que se realiza para mejorar la fuerza muscular) “mejora la salud cardiovascular a través de mecanismos no tradicionales”, como, por ejemplo, la liberación, por los músculos esqueléticos, de sustancias saludables para el corazón (denominadas mioquinas) o la mejoría de la microbiota intestinal (los microorganismos de los intestinos).
Por ello, comprender las vías a través de las cuales la actividad física influye en los diferentes sistemas y órganos del cuerpo humano “podría dar lugar a nuevas estrategias terapéuticas para atacar los mecanismos de las enfermedades cardiovasculares”.
Así lo recoge un artículo recién publicado en la revista científica “Nature Reviews Cardiology” (del grupo Springer Nature), uno de cuyos autores es Mikel Izquierdo Redín, catedrático del Departamento de Ciencias de la Salud de la Universidad Pública de Navarra (UPNA) e investigador de Navarrabiomed (centro mixto de investigación biomédica de esta institución y el Gobierno de Navarra). Dicho artículo ha sido coordinado por Alejandro Lucía Mulas, catedrático de la Universidad Europea de Madrid.
Plantean “una visión integradora de las enfermedades cardiovasculares en el contexto de todo el cuerpo humano”
“La pérdida de fuerza y masa muscular es uno de los factores de riesgo ‘olvidados’ de la enfermedad cardiovascular —señala Mikel Izquierdo, responsable del grupo de investigación Ejercicio Físico, Ciclo de la Vida, Envejecimiento Activo y Salud (E-FIT) y miembro del Instituto de Investigación Sanitaria de Navarra (IdiSNA)—. Sin embargo, puede ser corregido con un programa de entrenamiento de fuerza, incluso, en personas mayores”.
Los firmantes del artículo, adscritos a universidades, centros sanitarios e institutos de investigación de cuatro países (Estados Unidos, España, Portugal y Suecia), subrayan que ya es hora de considerar el ejercicio físico como “una medicina para el tratamiento de las enfermedades cardiovasculares”.
Ponen el acento también en que, “a diferencia de la mayoría de los fármacos, el ejercicio está, en gran parte, libre de efectos adversos, y sus beneficios son, en un cierto grado, dosis-dependientes”; es decir: una vez lograda de forma gradual una habituación a él, se pueden aumentar las dosis de actividad física.
Puntos clave
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Potencial poco conocido de la actividad física
Principales beneficios del ejercicio regular en los vasos sanguíneos, el equilibrio autonómico y el preacondicionamiento cardíaco. La exposición acumulativa a estímulos hemodinámicos durante el ejercicio aeróbico induce adaptaciones antiaterogénicas en la función vascular (panel superior izquierdo) y la estructura (panel superior derecho), independientemente de los factores de riesgo cardiovasculares tradicionales. Cabe destacar que estos beneficios se han reportado principalmente con ejercicio de resistencia dinámica (aeróbico) que involucra músculos grandes, como trotar, correr o andar en bicicleta en humanos o correr en cinta forzada, nadar o correr voluntariamente en roedores. Las mejoras en la función endotelial vascular son en gran medida atribuibles al aumento del estrés cortante, que estimula la vasodilatación mediante la liberación de óxido nítrico (NO). El ejercicio regular también disminuye la inflamación crónica a través de la liberación de mioquinas. Estas adaptaciones funcionales preceden a las adaptaciones estructurales, particularmente en las arterias conductoras, que se agrandan con el ejercicio. El ejercicio regular aumenta el contenido de colágeno y elastina de la placa aterosclerótica, disminuye los volúmenes del núcleo necrótico y reduce la carga de placa en general. Otra adaptación estructural al entrenamiento aeróbico es la colateralización coronaria, que aumenta la perfusión miocárdica. Más allá del flujo mejorado de sangre al corazón, el ejercicio regular podría proteger contra las arritmias potencialmente mortales a través del equilibrio autonómico cardíaco mejorado (panel inferior izquierdo). El ejercicio regular previene las arritmias fatales al inducir el preacondicionamiento cardíaco (panel inferior derecho), que protege al corazón contra la lesión por isquemia-reperfusión. La cardioprotección puede ser inducida por una sola sesión de ejercicio y puede mantenerse durante meses con ejercicio regular; los mecanismos implicados según los informes incluyen un mayor almacenamiento cardíaco de metabolitos de NO, la activación de quinasas pro-supervivencia de la vía de recuperación de la quinasa de lesión por reperfusión (RISK) y la capacidad mejorada de retención de calcio de las mitocondrias. eNOS, óxido nítrico sintetasa endotelial.
Sin embargo, los investigadores lamentan que “el tremendo potencial del ejercicio de resistencia y del entrenamiento de fuerza para revertir tanto la enfermedad como los efectos del envejecimiento sobre la masa muscular y, por lo tanto, mejorar la salud cardiovascular es poco reconocido en la mayoría de los tratamientos clínicos”.
De ahí que plantean “una visión integradora de las enfermedades cardiovasculares en el contexto de todo el cuerpo humano”. El sistema cardiovascular (corazón, vasos sanguíneos —arterias, venas y capilares— y sangre) “no debería ser separado de otros órganos, como los ya citados músculos esqueléticos o la microbiota intestinal cuando se abordan las enfermedades cardiovasculares”, defienden.
Esta visión integradora se traduce en incluir no solo el sistema cardiovascular, sino también “la interacción entre el corazón y los vasos sanguíneos con otros tejidos —incluido el músculo esquelético, el tejido adiposo e, incluso, el intestino—, y empleando, además, diversos enfoques: epidemiológicos, fisiológico y molecular”. A su juicio esta perspectiva integradora “podría ser de gran ayuda para los profesionales sanitarios que no prescriben ejercicio físico a sus pacientes”.