Enfrentamos un desafío sin antecedentes para la práctica médica, una epidemia agresiva con la amenaza de convertirse en tragedia. En Argentina se han tomado medidas de cuarentena y aislamiento siguiendo las recomendaciones internacionales para intentar reducir la celeridad y magnitud del daño por COVID-19. Como cardiólogos, vemos que estas medidas están generando consecuencias negativas sobre la salud de nuestros pacientes que pueden tener un costo tan elevado como lo que se intenta evitar. Es importante compartir una reflexión sobre cómo debemos enfrentar los problemas cardiovasculares en los próximos meses.
¿Qué está pasando en este momento con la cuarentena?
Se han cerrado casi totalmente las agendas de los consultorios ambulatorios en las instituciones públicas, y por la prohibición de salir también los consultorios particulares e institucionales de todo el sistema. Sabemos que no hay ningún motivo para que los problemas del corazón disminuyan en este contexto, que suma angustia y tensión. Pero sí han disminuido las consultas, lo que puede generar un daño inmenso.
Tomemos ejemplos
Si alguien padece en este momento un dolor de pecho muy fuerte, repentino, que lo descompone, no dudará en llamar a la emergencia o acercarse a una institución pensando que tiene un infarto. Pero si el dolor no es tan intenso, y no lo descompensa del todo, dudará en llamar a la emergencia y esperará para no acercarse a una institución por el temor de contagio por el coronavirus. Ese también puede ser un infarto que tratado en las primeras horas evita la muerte y reduce mucho las consecuencias negativas para la vida futura.
Las consecuencias de mantener limitada la atención cardiológica son más fáciles de entender hoy que por la epidemiología del virus nos hemos acostumbrado a contar casos y muertes. Recordemos que en la Argentina fallecen en números redondos 300.000 personas por año, de las cuales 90.000 son atribuidas a enfermedades cardiovasculares (infartos, insuficiencia cardíaca, accidentes cerebrovasculares). Entre ellas 15.000 son consecuencia de infartos que en muchos casos, aún antes de la epidemia, fallecen en su casa en las primeras horas.
Otra proporción no menor es atribuida a insuficiencia cardíaca, que se manifiesta habitualmente por falta de aire y retención de líquido. En muchos casos cuando esa insuficiencia es tomada a tiempo y medicada, se evitan consecuencias mayores. Debe sumarse a esta descripción que al estar cerrados los consultorios en muchos casos se limita el acceso a la medicación, o se dificulta el traslado para conseguirla particularmente en sectores de bajos recursos.
¿Qué debemos hacer los cardiólogos?
Se están generando en muchas instituciones que cuentan con historia clínica electrónica las consultas por telemedicina, hoy mediada por los teléfonos y smartphones. Pero aún sin contar con la historia electrónica, es crucial llamar a nuestros pacientes por teléfono en forma proactiva para averiguar su situación actual, si se mantiene la adherencia a la medicación, facilitar el acceso y todo lo que pueda hacerse para evitar problemas mayores. Varias instituciones públicas y privadas lo están haciendo.
También dentro de las instituciones, reorganizar la circulación de pacientes y equipos de salud, para diferenciar en forma clara COVID y no COVID, con la generación de circuitos que aseguren la menor posibilidad de contagio posible.
¿Qué deben hacer las personas que sospechan un problema cardíaco agudo?
Consultar a la emergencia como siempre, con la mayor precocidad posible, y dejar que el sistema de salud administre la gestión de su problema para el cual debe estar preparado. Sabemos obviamente de las limitaciones de esta afirmación, pero es muchísimo peor no consultar.
¿Qué deben hacer las personas que tienen problemas cardiovasculares crónicos?
Ante la menor duda, y aun preventivamente, consultar en forma telefónica con los profesionales de confianza para intentar en conjunto resolver los problemas que se van suscitando.
Con el aprendizaje que hemos tenidos de cifras epidémicas, puede entenderse nuestra afirmación de que dificultar hasta paralizar la atención cardiovascular puede tener la consecuencia de miles de muertes evitables.