"Y en lo más sutil de los cuerpos sutiles
Lejos de la noria de causas y efectos
Se tiene el corazón que se trae por defecto
Así como Aquiles, por su talón, es Aquiles"
Jorge Drexler
1-El hospital Urquiza era una burbuja en la ciudad, un rectángulo de las Bermudas que te fagocitaba sin aviso ni pedido de rescate. Cotidianamente se respiraba un galope frenético, conducido en gran parte por los jóvenes galenos en formación de casi todas las especialidades. Cuando agonizaba la tarde, sus dos grandes galerías reflejaban una desolación interminable. Las mismas que a plena luz del día recorría Lucía con su enorme sonrisa a cuestas. En su carpeta estampada con la foto de su escritor favorito archivaba los detalles de cada uno de los pacientes que tenía a su cargo, desde el último hemograma hasta rasgos de la personalidad. No era nada sencillo sobrevivir a los 3 años de residencia de Clínica Médica en ese alienante ecosistema. Pero ella se sentía más preparada que nunca para el desafío que había anhelado desde siempre, tal vez sin darse cuenta, desde que auscultaba a su abuela con un estetoscopio de juguete. Horacio, el perfecto antihéroe de cualquier historia, no dejaba de preguntarse qué hacía ahí sufriendo a diario el vértigo de seminarios, maratónicos pases de sala y camas que se incendiaban en cualquier momento…
2-Qué traicionera es la nostalgia que genera la noche. Nos hace extremadamente vulnerables. Potencia los sentidos, expone nuestros miedos. Esos temores que están en la naturaleza humana y que encontraron a Lucía y Horacio a cargo del “trabajo sucio” del servicio. La Nochería era el nuevo sistema a través del cual dos médicos se harían cargo durante un mes de la guardia nocturna, entregando su
ritmo circadiano a la perversa contienda de sobrevivir a lo inesperado. Una sala de internación que funcionaba a modo de ruleta rusa, tormentas de ingresos y corridas al laboratorio marcaban el compás de la orquesta noctámbula. Probablemente para Horacio reencontrarse con Lucía ante ese reto noctívago era el salvavidas que lo rescataría de su odisea hospitalaria diurna. Ese reencuentro era la revancha de aquella mañana que contempló su presencia por primera vez en la escalera principal del hall de ingreso de la Facultad de Medicina. Descubrir esa sonrisa cómplice casi perfecta lo anestesió. Ese andar con una sensualidad sublime, flameando sus rulos color almendra mientras humedecía inocentemente con la lengua su diastema escondido detrás del labio superior, hizo que pierda toda capacidad de reacción. Las baldosas le mordieron los tobillos. Desde ahí nació la eterna duda de si en ese instante fue invisible o su estupor lo delató. El apocalipsis nació en ese cruce falsamente apasionado entre Lucía y su novio. La puñalada venenosa en los propios ojos de Horacio. El rencor alérgico por los futuros tiranos de subsuelos. La misma angustia que germinaría en la Nochería.
3- El dolor durante la Residencia se sufre en dosis. Cada error es una inyección intravenosa de culpa. Una omisión se transforma en el mayor de los delitos. La más ingenua de las dudas es juzgada por la mirada verticalista del residente superior, quien al fin de cuentas es tan solo uno de los peones en esa hoguera de vanidades. El cuerpo y la cabeza van a distintas velocidades. Confiás en saber todo y realmente no sabés nada. Y así ante cada nueva guardia Lucía iba perdiendo su fortaleza. La sonrisa se le apagaba, su carisma había mutado. Las historias clínicas eran la prueba fidedigna del desequilibrio emocional que pesaba sobre su espalda. Los ojos se le encharcaban frecuentemente y el pulso le temblaba a la hora de evolucionar sus pacientes. Un suspiro melancólico llenaba la atmósfera de la oficina de médicos. Y entre esa neblina de hipersensibilidad, Horacio era el bastón para poder deambular codo a codo por los laberintos místicos del hospital. Un sostén temporal y descartable en un mundo donde los románticos irremediables rara vez logran la hazaña de ganarle a lo invencible.
4-“Creo que esto no es para mí, me desconozco”, sentenció culposamente Lucía sin levantar la frente, mientras se autoconvencía en vano jugando a acomodar el mate congelado que adornaba la mesa de sala 2 desde hacía varias horas. El ritual del café después de completar los ingresos y realizar el último control de signos vitales a los internados críticos era una necesidad extrema para recargar energías y tratar de alejar todos los fantasmas que deambulaban por la mente. Horacio la miró fijo disimulando el desconcierto y apoyó su taza sobre el escritorio, esperando en silencio el argumento que nunca apareció, incubando al mismo tiempo una respuesta lo más piadosa posible. Esta vez no había caramelo de menta y chocolate ni comentario irónico que emparche esa declaración. Después de esos segundos interminables acomodó el estetoscopio en su cuello y se levantó, atinando a correr la cortina de la ventana que escondía un sol que enceguecía como el lamparón de un quirófano. “No es momento todavía de tomar ciertas decisiones. ¿Tenés la última glicemia de la cama 312?”, preguntó en un intento de postergar en el tiempo una resolución con aroma a indeclinable.
5- Se sube el telón del Seminario Central. Varón de 29 años con antecedente de insuficiencia renal crónica ingresa por cuadro de dolor abdominal y fiebre de 72 horas de evolución. Luego de la introducción al caso, un anfiteatro repleto emulando medio Coliseo Romano espera expectante la sinfonía académica de Lucía. Egocéntricos nobles y plebeyos resistentes se entremezclan en las gradas. Todos serán testigos de una exposición deslumbrante en la cual las palabras suenan como acordes simétricos al mismo ritmo que resuelven paulatinamente el diagnóstico final. Una analogía sublime con Rayuela permite jugar con el ir y venir de los registros febriles y la aparición inesperada de una anemia aplásica. Los laboratorios diarios se expresan tabulados con la misma prioridad que el grado de sufrimiento del paciente a través de una innovadora escala. Jaque al rey. La Medicina Narrativa irrumpiendo para quebrar los moldes de la solemnidad. El Pont des Arts de fondo y una frase de Hunter Adams en la última diapositiva cierran el relato generando un silencio reflexivo y abrumador, un sonido tan apabullante como aquel que se percibe cuando un médico fracasa en el intento de transmitir un pronóstico irreversible.
6-En este caso era la propia Lucía que lidiaba contra el futuro y pedía auxilio, paradójicamente, a través de su propio pa(de)ciente. Dos historias de vida conectadas a través de las palabras. Los tímidos intentos de aplausos son sepultados por la irrupción del comisario del servicio, quien haciendo uso de la pedagogía de la humillación en su máxima expresión, cuestiona todos los recursos utilizados durante la clase. Un discurso vacío y descartable. La policía represora de la empatía. Aquello contra lo que unos pocos se animan a luchar y merece ser eternamente combatido. El último empujón que faltaba para correr hacia al abismo. Y ella corrió. No sin antes apretar los puños fuertemente, llenos de impotencia y angustia mientras escuchaba con la crueldad que despreciaban su esfuerzo. Y corrió. Para esconderse, intentando vaciarse de toda emoción, escapándole a un pasado idealizado donde el sueño perfecto del guardapolvo blanco todavía no había desterrado sus miserias. Era inútil tratar de retenerla. Horacio igualmente la siguió.
7-El techo de Bacteriología era la terraza más alta y escondida del lugar. Desde allí arriba podía observarse el desfile de zombies transportadores de tubos en ese depredador insaciable disfrazado de nosocomio. Un micromundo en donde Lucía se escapaba a recitar en voz alta los diagnósticos diferenciales de los casos más complejos. Ahí estaba ahora sobre el piso sentada en posición fetal, abrazándose a sí misma tratando de escudarse de esa fragilidad característica que impregna la posguardia. Indefensa como nunca, vulnerable como nadie. Se encontraron con Horacio perdidos en un limbo vocacional. Él la miraba con los mismos ojos que aquella lejana mañana. A lo largo de 30 noches habían transitado juntos un camino que los iría uniendo a través del descubrimiento de experiencias completamente impredecibles. Hasta desatarse la catástrofe del reciente seminario central. Ella se pasó el antebrazo por la naríz todavía húmeda y levantó la vista para verlo como si lo hiciera por primera vez. Frente a frente entendieron la ignota belleza que habita en el silencio. Un instante de simpleza en el caos de esa cárcel emocional llamada Residencia.
8-¿Te desconocés? No sabía que eras tan cobarde. Esto sí que es para vos, pero vas a empezar a entenderlo cuando dejes de idealizar todo: la facultad, los pacientes, la profesión, los vínculos personales y hasta lo que escribe ese escritor barbudo y empalagoso que adorna tu carpeta. L'esprit de l'escalier. Desde la inconsciencia y coraje inesperado de quien ya se asume casi derrotado, Horacio disparó contra la memoria poética de Lucia la respuesta que le había quedado atragantada, casi al toque de queda. Tal vez apelando a la psicología inversa o intentando despertar ese orgullo dormido en su compañera. -¿Por qué no te acercaste aquel día en la escalera? Eso es verdadera cobardía. Te puedo asegurar que peor es seguir formando parte del sistema del cual tanto criticás con las pavadas que escribís por ahí. Directo al caudal del amor propio con el filo de un bisturí verbal, Lucia expuso por completo a Horacio sus paradojas morales. Las que todos tenemos pero inevitablemente tratamos de esconder por debajo de la alfombra.
9-La furia alimentaba cada vez más el deseo. Los metros se transformaron en centímetros. El éxtasis del instante previo a que pase algo. Manos que comenzaron a desanudar lo prohibido. Miradas que se desintegraban. Versos susurrados al oído. Respiraciones entrecortadas que empañaban los pómulos. Labios en simbiosis. La pasión en tiempos de modafinilo. El rompecabezas que encaja las historias que soñamos para escaparnos de la vulgaridad del día a día. La felicidad insospechada y efímera de aquella escena atemporal.
10- La alarma de la radio con la voz inconfundible de Freddie y Don´t Stop Me Now de fondo seguía sonando sin ser interrumpida. Los pasos de Edith y el chillido de la puerta fueron los que despertaron tibiamente a su nieta y a Horacio. Una bandeja repleta con tres tazas de té de canela y de esas cosas mágicas que solo las abuelas tienen la receta, buscaba espacio entre los escombros de una mesa arrasada por una noche de algoritmos terapéuticos y existenciales. Un sello gastado, guías impresas, biromes de colores mordidas, codos entregados entre Harrison y Michans, dibujos indescifrables y una notebook entreabierta con un examen multiple choice sin terminar (esa lluvia de preguntas donde te obligan a jugar a ser médico a modo de ruleta rusa) arrugaban el mantel florido pintado de ilusiones.
-Arriba corazones, ¿amarettis o magdalenas?
Como si fuera tan fácil elegir. ¿Residencia o Posgrado?, ¿Clínica o Cirugía?, ¿Hospital Urquiza o Italiano? Esas malditas dicotomías entre dos caminos antagónicos. Como en los sueños, en aquellos pasillos hospitalarios las cosas resultaban desoladoras pero luminosas, absurdas pero tan palpables. La fantasía en secreto de ellos fue siempre salir con vida de ese universo tan infame. ¿Cuánto hay de real en los recuerdos? Todo estuvo tan cerca de no suceder nunca…
Esteban Crosio: Médico (especialista en Hemoterapia e Inmunohematología y Medicina del Deporte). Docente (Cátedra de Histología y Embriología de la Universidad Nacional de Rosario, Argentina -UNR)