Georges Canguilhen, sobre el final del siglo XX, examinó el concepto de salud a partir de la opinión de Emmanuel Kant, escrita doscientos años antes, respecto a su criterio de ver la salud como un concepto vulgar ajeno a las ciencias del saber y unida a la subjetividad de su percepción (sentirse sano, pero nunca poder saberlo). Esta perspectiva quedó ligada para siempre a una visión filosófica y no científica.
Y con el filósofo de las ciencias francés decimos “vulgar, en la necesaria insistencia de no confundirlo con trivial, sino simplemente común, al alcance de todos ”.
Aunque parecería paradójico este examen de la salud cuando se superaron holgadamente los sesenta años de la creación de la Organización Mundial de la Salud, todavía pesa la importancia de haber reconocido que la salud no significa simplemente ausencia de afecciones o enfermedades sino que constituye el completo estado de bienestar físico, psíquico y social.
Todos tenemos la experiencia cotidiana de los crecientes exámenes solicitados rutinariamente frente a una situación fisiológica como un embarazo, el acentuado requerimiento de mayores exámenes frente a un eventual esfuerzo físico en un niño en edad escolar o los estudios auxiliares cada vez más interminables que simplemente se efectúan ante el pedido de una persona en calidad de chequeo.
La ciencia y la técnica piden seguridad y exigen eficiencia , mientras que la eximición de cualquier responsabilidad frente a un evento inesperado requiere más y mayores certificados médicos. Y es muy difícil, dentro de una búsqueda incesante y obsesiva, no encontrar algún número, curva o imagen que no esté como el estándar indica .
El autor francés Jules Romains escribió casi premonitariamente, en 1925, una obra teatral, Knock o el triunfo de la medicina , donde su personaje central, el joven médico Dr. Knock, que reemplaza en la atención de una comunidad rural al viejo Dr. Parpalaid, concluye que la presunta salud de sus pacientes es el testimonio de una persona mal estudiada, exhibiendo en toda su dimensión la existencia del poder médico. Ya en nuestro tiempo, Clifton Meador, en un artículo aparecido en el New England Journal of Medicine la década pasada, y otros autores más recientes nos hablan de la existencia posiblemente ideal de “la última persona sana” que difícilmente podría emerger de un sistema de salud que acepta el concepto economicista del mercado, que crea enfermedades dentro de los sanos, que transforma el envejecimiento en enfermedad y que promete cruelmente la ilusión de la prevención permanente y absoluta.
Y en esta medicalización insoportable de la vida donde todos son algoritmos, estadísticas, scores predictivos de morbilidad y mortalidad y rutas críticas de prevención, diagnóstico y tratamiento, el concepto de “la última persona sana” no es lamentablemente una metáfora sino una dura advertencia a la sociedad de consumo que no será beneficiada ni será siquiera feliz cuando la salud se vende como un artículo más.
En definitiva, la tematización filosófica que propone Canguilhem aleja la salud del concepto de estado (completo de bienestar) como la califica la OMS, adscribe su pertenencia no a la normatización sino a la adaptación cambiante y variable y la subjetiviza hasta tal modo de no poder hablar de una ciencia de la salud. Resultaría más bien una situación de equilibrio constante entre el sujeto y el medio en la búsqueda constante de una relación armoniosa que, según sus resultados, en un caso entrará dentro de la normalidad y en otro dentro de lo patológico. Parece claro entonces que la salud es una cuestión más filosófica que científica.
Por el Dr. Carlos Gherardi.
La salud está necesitando un poco de filosofía
La salud no significa simplemente ausencia de afecciones o enfermedades sino que constituye el completo estado de bienestar físico, psíquico y social.
Autor/a: Carlos Gherardi
Fuente: Clarin.com