La semana pasada se presentó en España el 4º Código Europeo contra el Cáncer sin apenas repercusión mediática. Es comprensible: ni el código es nuevo (la OMS lo elaboró en 2014) ni aporta grandes novedades respecto a la versión anterior, que data de 2003. Sin embargo, el que hasta la mitad de los casos de cáncer pueda prevenirse es un mensaje de salud importante, además de relevante para todo el mundo: individuos, personal sanitario, Gobiernos y sociedad en su conjunto. En la Unión Europea, el coste individual y social del cáncer es enorme, pero también lo es el beneficio de la prevención. No pasa nada porque los consejos contra el cáncer no sean nunca una gran noticia; aspiran, más bien, a ir calando en la población como la lluvia fina. Por eso, de vez en cuando, conviene no solo actualizarlos sino reconsiderar también cómo se interiorizan individual y colectivamente.
Desde que se creó en 1987 el programa Europa Contra el Cáncer, las 10 recomendaciones iniciales se han ampliado a 12 y reformulado en las sucesivas versiones de 1994, 2003 y 2014. En estas tres décadas, las medidas preventivas han calado en la población, a la vez que ha mejorado el diagnóstico y el tratamiento del cáncer. Lo paradójico es que la incidencia y la mortalidad siguen aumentando: en 2000 hubo 1.892.000 nuevos casos y 1.156.000 muertes por cáncer en Europa, mientras que en 2012 fueron 2.640.000 nuevos casos y 1.280.000 muertes. Pero las cosas hubieran sido peores sin este programa. Pensemos, sin ir más lejos, en la actitud ante el tabaco. Cuando se difundió el primer decálogo, el tabaco ya estaba allí, en el primer lugar de la lista. El consejo de no fumar, dejar de hacerlo cuanto antes y no fumar en presencia de otros, sigue siendo el primero, pero ahora se expresa de un modo más contundente. Esta firmeza no es gratuita, pues el tabaco es con diferencia la principal causa de cáncer, además de otras enfermedades.
En su conjunto, las 12 formas de reducir el riesgo de cáncer están formuladas con claridad y suficientemente argumentadas. Los consejos de hacer ejercicio a diario (introducido en 2003), mantener un peso saludable, limitar al máximo el consumo de alcohol y la exposición al sol siguen siendo pilares fundamentales en este código. También lo son las recomendaciones dietéticas, que en la última versión del código van más allá de comer gran cantidad de frutas y hortalizas y reducir el consumo de grasas animales; ahora se recomienda también limitar el consumo de alimentos hipercalóricos y con mucha sal, además de la carne roja, y evitar la procesada. La guía actual se centra también en algunos programas de vacunación y cribado del cáncer, así como en consejos específicos para las mujeres. Todo ello, en consonancia con los hallazgos científicos de la última década.
Lo relevante de estas recomendaciones es que son medidas que cada ciudadano puede tomar para reducir su riesgo individual de padecer un cáncer y, a la vez, mejorar la salud pública. Aunque la formulación de algún consejo podría matizarse o mejorarse, el código es sin duda un buen instrumento. Incluso su definición como código, es decir, como un conjunto de normas, parece acertada, por más que esto signifique entender, en cierto modo, las recomendaciones como obligaciones. Pero si realmente defendemos el derecho a la salud, hay que aceptar también el deber individual de cumplir ciertas normas por responsabilidad social. Porque, como bien saben los epidemiólogos, la salud no es solo un bien privado, sino también cosa de todos. Eso sí, para que todos podamos cumplir este código, los gobernantes tienen la obligación de crear las condiciones más favorables.
Columna patrocinada por IntraMed y la Fundación Dr. Antonio Esteve (España)