“Usted, yo, nuestros hijos, las cosas que queremos, su futuro, su triunfo, su frustración o su muerte están a merced de lo que pase en y con los medios de difusión.Si esto le parece exagerado, su sensación no sería otra cosa que una prueba más de hasta qué punto los propios medios nos han alejado del conocimiento de las claves de nuestra existencia en beneficio de intereses terribles.Hoy, menospreciar la tremenda importancia, el impresionante poder de los medios de difusión,es una ignorancia que cuesta fortunas en vidas humanas”. Carlos Abrevaya, “Medios Locos” (1989)
Por Ximena Abrevaya (*). (*) Dra. en Ciencias Biológicas-UBA. Investigadora CONICET
El siglo XXI muchas veces ha sido anunciado como el siglo de la biología. Ciertamente el prefijo “bio” se ha expandido en el vocabulario en los dos últimos siglos. Dejando de lado su uso más efímero definido por el marketing que impulsa el consumo de productos para una calidad de vida supuestamente más saludable, aquél “bio” que involucra a la “vida” como una entidad u organismo en su sentido más estricto, muestra la real y creciente expansión de las “biociencias” en general.
Así también, a la par de estos avances científicos y tecnológicos que se fueron sucediendo, asistimos a una época en donde el desarrollo técnico ha permitido otra expansión en lo que respecta a las tecnologías de la comunicación y de la información.
Así como en el caso de las biociencias y toda ciencia que expande sus límites, resulta necesaria y obligada una reflexión sobre cuestiones de carácter ético que puedan desencadenarse como consecuencia de los nuevos desarrollos científicos, sobre el desarrollo técnico respecto de las nuevas tecnologías de comunicación también sopesa un necesario análisis, que es habitualmente escaso.
Las nuevas tecnologías de comunicación nos permiten entrar en un contacto interpersonal de una forma más ágil, y el acceso a la información se ve en gran medida facilitado. La tecnología nos ha provisto de medios eficientes y veloces, igual da si nuestro interlocutor se encuentra a diez cuadras o en Berlín. Así nos zambullimos en las redes, casi sin pensar en que detrás de esas redes se teje una compleja trama, y muchas veces en esas mismas redes quedamos atrapados, en medio de la vorágine de los textos y los mensajes.
Quizás esto también nos deje poco espacio para reflexionar sobre el mundo que nos rodea, sobre el éthos, vocablo griego que por un lado nos habla de la “morada”, del lugar donde se vive, pero así también sobre lo que en otras acepciones este éthos significa: el “comportamiento” o “el hábito”. Precisamente es también en ese mismo éthos donde encontramos la raíz de la palabra ética, que nos remite a nuestro deber de evaluar las consecuencias de nuestro accionar o el de otros.
En particular la bioética se ocupa de las cuestiones éticas vinculadas al accionar de los seres humanos sobre la vida como objeto en general, no sólo involucrando aquellos aspectos relacionados con la vida de otros seres humanos sino también a la de otros seres vivos.
De hecho, el término bioética fue acuñado inicialmente a principios del siglo XX con la idea de propugnar una relación ética de los humanos hacia los animales y las plantas y que luego se redefinió como las obligaciones morales hacia una totalidad que abarca tanto formas de vida no humanas como humanas (1).
El concepto actualmente tiene implicancias muy amplias debido al incremento de la tecnología, en donde también sopesan las consecuencias directas o indirectas de las modificaciones que el hombre no sólo realiza sobre los seres vivos, sean humanos o no, sino también sobre el medio ambiente.
El primer antecedente de una acción organizada que constituyó el documento fundacional de la bioética fue el que involucró a los procesos judiciales que condujeron al Juicio de Nüremberg y la posterior elaboración del Código de Nüremberg.
Esté código fue engendrado en el seno de una serie de deliberaciones generadas por los crímenes de guerra y experimentos científicos realizados sobre seres humanos por parte de médicos nazis a mediados del siglo XX durante la Segunda Guerra Mundial. Muchos de los acusados argumentaron en su defensa que sus experimentos habían sido realizados ante un marco legal inexistente y que experimentos similares habían sido llevados a cabo mucho antes de la guerra.
Fue precisamente el debate generado durante estos enjuiciamientos el que permitió trazar los primeros lineamientos para el establecimiento de un marco legal.
Existen innumerables evidencias a lo largo de la historia que documentan el poder de los medios sobre la masificación de conductas
Es esperable que todo lineamiento ético y bioético surja a partir de un ámbito de debate y deliberación de manera colectiva, tal como planteara el filósofo Freddy Alvarez, “la ética es un producto de la comunicación” y “sólo puede ser una exigencia cuando es compartida” (2).
No sólo debemos citar la importancia de la comunicación como un vehículo reducido a grupos particulares de personas sino entendiendo la comunicación a escala masiva y considerando el poder y la influencia de los medios masivos de difusión (mal llamados de comunicación) (3) sobre la sociedad.
Existen innumerables evidencias a lo largo de la historia que documentan el poder de los medios sobre la masificación de conductas. Un ejemplo precisamente proviene de aquello que precedió al Juicio de Nüremberg: en pleno apogeo de la Segunda Guerra Mundial, la propaganda nazi de mano de Joseph Goebbels, jefe del Ministerio del Reich para la Ilustración Pública y Propaganda, dejó en claro el poder de la televisión y el cine para influir en la población y ganar adeptos para la causa nazi, que resultó clave para la expansión de dicho régimen en la Alemania de mediados del siglo XX.
En otra guerra desarrollada en el terreno de la fantasía, lejos de las trincheras y de los intencionados actos, cabe recordar la ola de pánico generalizado que provocó “La Guerra de los Mundos” una obra de H.G. Wells, convertida en radioteatro e interpretada por Orson Welles, que fue transmitida por la emisora radial CBS en 1938, un confuso episodio que terminó provocando suicidios y caos.
Tanto sea que se trate de un acto deliberadamente criminal como de aquello que pueda considerarse como un inocente juego para captar la atención de las masas, en estos ejemplos se encierra una profunda reflexión sobre el poder que se encuentra en manos de los medios masivos.
Las consecuencias para la población pueden ser muchas veces nefastas, pero aún dejando de lado los extremos catastróficos, la falta de responsabilidad en el manejo de la información, puede tener consecuencias perjudiciales, y no necesariamente fácilmente perceptibles a corto plazo.
Uno de estos riesgos se ve principalmente reflejado en lo que refiere a noticias de carácter médico. Temas como la vacunación, el aborto, o nuevos tratamientos para enfermedades crónicas o mortales resultan especialmente críticos cuando son indebidamente abordados por los medios debido a las consecuencias que pueden implicar para la toma de decisiones de los individuos o la población.
Precisamente debido a esto, en el año 2016, integrantes del Programa de Medicina Basada en Pruebas del Servicio de Clínica Médica del Hospital Alemán en Buenos Aires, realizaron un estudio para evaluar la fiabilidad de la información médica proporcionada por los medios de comunicación en Argentina. Los resultados de dicho estudio evidenciaron que la información médica transmitida a través de los medios en nuestro país resulta inapropiada y poco confiable, lo que puede derivar en consecuencias negativas para el sistema de salud a escala global y también impactar negativamente en la relación médico-paciente (4).
En este sentido, quizás de las cuestiones bioéticas más renombradas y de más circulación en los medios es aquella relacionada a la problemática del aborto. En el año 2006 se publicó en The New York Times Magazine un artículo con una clara postura pro-abortista (“Who will do the abortions here?”). A modo de argumentación, el artículo contiene el testimonio de una mujer salvadoreña supuestamente condenada a 30 años de prisión por haber interrumpido un embarazo de 18 semanas. Luego de su publicación, Byron Calame, editor público de la misma revista, realizó una investigación sobre el caso publicado y encontró que el fallo judicial que dictaminaba la condena al que el artículo hacía referencia, implicaba a otra situación: la mujer había estrangulado a su bebé recién nacido. La denuncia de Calame fue publicada en la sección “The public editor”, en la misma revista, bajo el título “Truth, Justice, abortion and The Times magazine” (“Verdad, justicia, aborto, y la revista The Times”) (5). Sin embargo, el artículo original al que éste artículo hacía referencia nunca fue retirado de circulación.
Pocas veces es considerado que el tema medioambiental también implica cuestiones bioéticas que resulta necesario abordar. Organismos genéticamente modificados, incluyendo su más reciente vertiente en la biología sintética, la problemática del uso de los agroquímicos y su impacto ambiental y sobre la población, así como el impacto de nuevas tecnologías, suelen tratarse escasamente o suelen ser superficialmente planteados por los medios.
El sensacionalismo suele apoderarse de las noticias que involucran este tipo de temáticas
Además del escaso tratamiento de los temas bioéticos en los medios, el sensacionalismo suele apoderarse de las noticias que involucran este tipo de temáticas y muchas veces predomina por sobre la profundidad del tratamiento de estos temas. Es habitual leer titulares que tergiversan el contenido original de los artículos científicos. Por ejemplo, un artículo de la revista Nature que habla de una “reducción en la tasa de calcificación de los arrecifes”, terminó convirtiéndose en noticia periodística de tono apocalíptico que afirmaba en su titular: “Gran Barrera de Coral se derrumbará en 50 años” (6).
Es así también como, siguiendo esta misma premisa amarillista, la información suele estar focalizada hacia ciertos aspectos como aquellos que ponen a la ciencia o a los temas médicos como un objeto “fuera de control”, y no sobre otros aspectos igualmente relevantes. Por ejemplo, en el caso de los temas relacionados con la medicina podríamos mencionar la falta de información sobre riesgos, disponibilidad y costo de los tratamientos médicos, mientras que suelen mencionarse quizás de manera aventurada (7).
Además, las consecuencias de la tergiversación y manipulación de la información relacionada a aspectos bioéticos resulta especialmente crítica ya que puede tener derivaciones directas en la opinión pública, condicionándola.
La ex presidenta de la Sociedad Argentina de Periodismo Médico, Marta Papponetti, lo expresa con claridad, y además pone de manifiesto la problemática de la legitimación: “El prestigio que confieren los medios masivos de comunicación a los acontecimientos públicos, las personas, las organizaciones y los movimientos sociales, los transforma en una poderosa arma pues pueden legitimar programas, personas y grupos” (8).
¿Por qué nos enfrentamos entonces a esta problemática?
Una de las respuestas, lejos de ser abarcativa, reside en la estructura actual de los medios y la imperiosa necesidad de atraer a la audiencia. Así los medios masivos necesariamente -o casi obligadamente- están fragmentados, acelerados y persiguen esencialmente el objetivo del entretenimiento , convirtiéndose en una suerte de “Fast Food” (7, 9).
Así, el propio formato de comunicación va en detrimento del contenido. Ante este panorama resulta difícil generar un terreno fértil para la discusión de ideas y por ende para el planteo de debates con la profundidad que requiere el tratamiento de aspectos bioéticos, que además suelen ser complejos por sus múltiples aristas.
Por otro lado, en un mundo globalizado por las leyes de la oferta y la demanda, éstas son las que gobiernan anteponiendose a otros intereses como los relacionados a la cultura, la salud y la educación. En este contexto resulta casi imposible que los aspectos vinculados con la bioética puedan ser considerados de interés hacia el público (7).
Cuando el problema no es la escasez a veces puede serlo el exceso
Y cuando el problema no es la escasez a veces puede serlo el exceso. En este sentido Internet ha facilitado en gran medida el acceso a la información y esto podría resultar beneficioso, pero como suele decirse, cantidad, no es sinónimo de calidad. Como expresara el sociólogo polaco Zygmut Bauman, “con el pasar de los años he descubierto que el exceso de información es peor que su escasez”. Aquí nos enfrentamos principalmente a la problemática de la fiabilidad y validez de la información en las redes y a la falta de criterios adecuados por parte de la población a la hora de seleccionar la misma, lo que en gran medida se ve condicionado por el nivel educativo. Por otra parte, la posibilidad de la “viralización” de información errónea que se ve facilitado por el uso de las redes sociales, plantea un grave problema de difícil control.
La falta de especialización o preparación de parte de los periodistas también puede tener una gran influencia sobre los contenidos. Tal como menciona Goodman “escribir acerca de ideas requiere ciertas habilidades que la mayoría de los periodistas no tienen” (…) es más fácil escribir sobre un accidente de tráfico, un asesinato, (…) que sobre política científica” (7).
El tema de las falencias en estos aspectos no sólo puede dejar de lado temas importantes que pueden resultar de más difícil comprensión, sino que también puede conducir a la tergiversación o mala interpretación de las fuentes de información o de los hechos. Una insuficiente labor periodística, por ejemplo, en lo que respecta al chequeo de información de las fuentes, resulta en particular una falta explícita al código deontológico del periodista.
Este código es, ni más ni menos, que un código ético que delinea los pilares fundamentales sobre los cuales debe desarrollarse una labor informativa. En él se plantean aspectos básicos como la contrastación de datos con fuentes fiables o con las versiones sobre un hecho, la diferenciación entre información y opinión lo que plantea la búsqueda de la objetividad y la necesidad de la rectificación de informaciones erróneas. Podríamos resumir todo ello, como el respeto a la verdad.
Durante una ponencia llamada “el periodista y la búsqueda de la verdad”, realizada en 1990 en el marco del “Primer seminario sobre el periodista profesional y la ética” y publicada en el libro “La ética de los periodistas argentinos”, el periodista Carlos Abrevaya, aborda la problemática: “Los medios de difusión imponen sus formatos al mensaje, obligándonos a síntesis y distorsiones de la verdad del objeto (…) quisiera dejar claro que no se trata de tener una cámara, un grabador o una máquina de escribir mejor, lo que nos permitirá llegar a la verdad. La tecnología tampoco nos servirá para ser menos mentirosos. Las peores mentiras son las que parecen verdad. Pero no se trata de desentusiasmarnos, de desalentarnos y de creer que finalmente podemos decir y hacer cualquier cosa, total es lo mismo. Creo que podemos, sumando puntos de vista, acceder a una conciencia más amplia y más profunda sobre otras verdades. Tomar conciencia sobre algunos obstáculos es básico para lograr superarlos. No hay como negar la pared para acabar llevándosela por delante (…) Vivimos en tiempos de pseudocientificismo fascicular plagado de afirmaciones sin duda. Vale tomar conciencia de este contexto cultural social. Incorporar una actitud refutacionista podría ser recomendable. Búsqueda de la mentira. Tomar conciencia del grado de relatividad de casi todo, también. Lo digo como una tendencia, como una intención. Es muy difícil hacer un estudio científico cada vez que uno debe cubrir una nota” (10).
Si hablamos del problema de la verdad, hablamos de la mentira. En la información transmitida por los medios, la manipulación de la verdad aparece entremezclada en la trama del ejercicio del poder y del control (2). Pero esta historia de poder no es nueva. Ya en el siglo XVIII, Edmund Burke, político y escritor británico, bautizó al periodismo como el “cuarto poder”, mucho antes de que surgieran las grandes corporaciones de medios masivos e internet, y aún la televisión y la radio.
Hoy resulta difícil detenerse en esta vorágine, pero al menos bien vale que podamos adoptar un pensamiento un poco más analítico. Si la ciencia cuando se enfrenta a un dilema bioético debe conducir los lineamientos básicos de su ejercicio profesional basándose en la ética, cuando la difusión de información relacionada a cuestiones de carácter bioético es transmitida a la población por parte de los medios y sus principales actores ¿no cabría aplicar la misma lógica?.
Tal como menciona John Merrill, doctor en filosofía de la Universidad de Missouri, EEUU: “la ética es la parte de la filosofía que ayuda a los periodistas a determinar qué es lo correcto en su actividad como tales” (…) La ética tiene que brindar al periodista ciertos principios o pautas básicas mediante los cuales juzgar si sus acciones son buenas o malas, correctas e incorrectas, responsables o irresponsables” (11).
Ciertamente la responsabilidad de la comunicación comienza desde el momento en el que se produce la emisión de un mensaje, que puede ser tanto implícito como explícito. Podemos pensar incluso que el problema del abordaje de las cuestiones bioéticas en los medios se vuelve mucho más complejo al pensar que la falla para proveer información completa y comprensiva acerca de los problemas éticos, es en sí misma éticamente sospechosa (6).
Nos enfrentamos entonces con dos caras de la misma moneda: las fallas en el tratamiento de los temas bioéticos en los medios, también plantea una cuestión bioética. Así como desde la bioética es posible cuestionar el accionar de un individuo sobre otro, por ejemplo, en la relación médico-paciente, no sería descabellado plantearse la posibilidad de que exista un conflicto bioético entre el emisor de la información (periodista, medios) y el receptor (individuo, audiencia), cuando las fallas o las falencias en la transmisión de la información de cuestiones que resulten críticas, tales como vinculadas a aspectos bioéticos, acarreen consecuencias perjudiciales para la población.
Este grado de responsabilidad que recae sobre los periodistas (y el resto de los actores involucrados en la producción de las noticias, artículos, en los distintos medios de difusión masiva como radio, televisión, internet y medios gráficos), no suele ser frecuentemente percibido.
Así como se espera de parte de los científicos y profesionales de la salud una actitud bioética razonable donde prime la responsabilidad acerca de las consecuencias sociales que puedan generar el fruto que sus investigaciones, sería deseable también que los periodistas y los encargados de la trasmisión de la información, principalmente a través de los medios masivos, incorporen la idea de que les cabe un grado de responsabilidad similar en cuanto a la información que transmiten y a las posibles consecuencias que la misma genere sobre los individuos y la sociedad como fin último.
Ximena C. Abrevaya.