El recuerdo de nuestra carta de despedida de hace un año ante la partida del mejor de todos nosotros, el enorme Paco Maglio. No te olvidaremos jamás.
No se puede escribir consternado por el dolor de la pérdida. Pero tampoco se puede callar cuando se va el más grande de todos. Paco querido, te despedimos estremecidos, desolados, entre la memoria de tus palabras vivas y el compromiso de seguir siendo fieles a todo lo que nos hiciste ver durante tantos años. Cuando nos amenazaba el olvido de lo que nos hizo médicos, cuando todo se hacía una triste aritmética del sufrimiento humano; apareció tu voz luminosa para sacudirnos como un padre firme y cariñoso. Me guardo para siempre algunas madrugadas heladas conversando sobre el raro privilegio de la medicina y acerca de la felicidad inmensa de poder ayudar al otro. Tus charlas, tus libros, tu mano pesada sobre mi espalda y la filosofia cruel de tus tangos amados. No habrá forma de agradecerte lo que no tiene precio. No hay modo de devolverte nada de lo que nos has dado. Somos mejores, esa es tu obra.
Cada vez que la profesión se ocurece por la indignidad o se pierde arrastrada por el flujo incontrolable de la trivialidad o el poder de los mercenarios, tu figura se agiganta. Te queremos mucho, y siempre te querremos en tiempo presente. Así, como esta noche maldita de otoño en la que la eternidad nos quita tu cuerpo pero nos deja tu espíritu metido muy adentro de cada uno de nosotros.
Hoy ha muerto mi padre por segunda vez. Hasta siempre y gracias, viejo querido.
D.F.