Hasta hace apenas un par de siglos, prácticamente uno de cada dos niños humanos moría antes de alcanzar la pubertad y poder reproducirse, una proporción muy similar a la de otras especies de primates. Esta tragedia universal se ha sobrellevado con resignación durante milenios, sin que el conocimiento humano y la medicina hayan sido capaz de remediarla.
En todas las épocas, civilizaciones y países de los que se han podido hacer estimaciones, la tasa de mortalidad de los menores de 15 años ha rondado el 50%. En las sociedades de cazadores recolectores, un 49%; en el imperio Romano, un 50%; en el Japón medieval, un 48%, y en la Europa del siglo XVIII, un 40% en Suecia, 45% en Francia y 50% en Bavaria (Alemania), según datos reunidos y resumidos gráficamente por Our Word in Data (OWID). A pesar del elevado número de hijos por pareja, esta enorme presión evolutiva ha sido una de las razones del lento crecimiento de la población humana hasta que se empezó a disparar en 1950.
Un análisis de la mortalidad infantil y juvenil de 20 sociedades de cazadores recolectores y de 43 sociedades históricas, publicado en Evolution and Human Behavior, muestra que el 27% de los lactantes no lograba superar su primer año de vida, mientras que el 47,5% de los niños no sobrevivía hasta la pubertad. Estas tasas de mortalidad infantil, según destacan los autores de este estudio, han sido muy similares a las de los monos del Viejo Mundo, e incluso superiores a las de los orangutanes y bonobos, y posiblemente superiores a las de gorilas y chimpancés.
En 1950, la tasa de mortalidad infantil global era todavía del 27%. Pero desde entonces el progreso ha sido muy importante. En 2020, había descendido hasta el 4%, aunque con sensibles diferencias entre países. En el grupo que tenía mejores tasas, como Japón, Finlandia o Noruega, la mortalidad infantil llegaba el 0,3%, mientras en algunos países africanos superaba el 10%, según datos de OWID. En España era del 0,4% y en Argentina del 0,8%.
Como ocurre con muchos indicadores de salud y bienestar, el progreso global ha sido enorme desde mediados del siglo XX. Además, la mejora no se ha detenido. Donde hoy están los países con peores indicadores es donde estaban los países más avanzados hace solo unas pocas décadas. Hasta hace bien poco, prácticamente todos los padres veían morir a alguno de sus hijos, pero esta circunstancia es ya muy minoritaria a nivel global. Con todo, actualmente, unos seis millones de niños mueren antes de los 15 años, más o menos unos 16.000 cada día.
Conocer las causas precisas de este peaje de mortalidad es de gran ayuda para reducirlo. Un primer paso necesario ha sido la definición precisa de los periodos clave de la infancia con fines estadísticos, aunque todavía no los siguen todos los países, como el de neonato (hasta los 28 días), el de bebé (hasta 1 año) o el de menores de 5 años. Este último es muy utilizado para entender y poder reducir la mortalidad infantil. De los 5 millones de muertes anuales de menores de 5 años, más de dos millones se deben a infecciones, lo que sugiere que todavía hay mucho margen de mejora con estas enfermedades. También lo hay, por ejemplo, con otras causas menores pero relevantes: 570.000 muertes por asfixia y traumatismos; 237.000 por accidentes y violencia, y 97.000 por malnutrición.
La buena noticia es que muchas de estas muertes son prevenibles. Ciertamente, como gustaba decir el epidemiólogo sueco Hans Rosling, las cosas están mal, pero han mejorado y están mejor de lo que nos inducen a creer nuestra inclinación natural al dramatismo y el negativismo de las noticias.
El autor: Gonzalo Casino es licenciado y doctor en Medicina. Trabaja como investigador y profesor de periodismo científico en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.