Invisibles: No siempre el valor y la fama coinciden; ni los médicos más dedicados son los más visibles. Valoran el agradecimiento de quienes los necesitan más que algunos minutos en televisión. Forman parte de sus comunidades y están comprometidos con ellas. No tienen nada para vender; más bien comparten lo que tienen, lo que saben. Atienden en localidades remotas a familias humildes, no quieren dejar huérfana a ninguna enfermedad. Curan cuando se puede y cuidan siempre. Son aquellos que con los pies en el barro le dan sentido a una profesión milenaria. IntraMed quiere homenajearlos con este ciclo de entrevistas que se propone darles visibilidad a los “Invisibles”.
Quienes creen en el destino o la casualidad – o apelan a ellos para construir un relato– no dudarán en decir que el doctor Ariel Richards estaba predestinado a ser médico y a ejercer en el sur de la Argentina. Cuando de adolescente le preguntaron qué carrera quería seguir respondió “medicina” sin pensarlo demasiado y sin saber bien por qué. Años más tarde, un accidente lo llevó a ser paciente en un puesto sanitario en la provincia de Santa Cruz del cual años después estaría a cargo. Se trataba de la posta en Lago Posadas, un pequeño poblado de 400 habitantes.
Ese consultorio con complejidad mínima era el único para 200 kilómetros a la redonda. Por ende, también le correspondía atender en Bajo Caracoles, un pequeño poblado aún más pequeño en el que iba una vez cada 15 días. Incluso, al no haber veterinarios cerca, le tocó curar a un caballo con una herida grande y asistir el parto de una perra. “En esos lugares donde no hay otra persona que puede encargarse, tenés que estar dispuesto a hacer de todo”, narra Richards, que hoy es médico en el Hospital El Calafate, pero recuerda con cariño esos 6 años en ese lugar remoto al que solo se llegaba por caminos de ripio, que le permitió aprender a hacer mucho con muy poco.
“Me parece importante hablar de medicina rural, que tan desprestigiada está mismo entre los colegas. Y eso duele, porque son los verdaderos héroes de la profesión médica, trabajan en circunstancias muy adversas y acompañan en verdad al paciente”, señala Richards y reconoce que tras irse de Lago Posadas estuvo buscando su lugar en El Calafate: pasó por consultorios y guardias hasta llegar a la Unidad de Terapia Intensiva (UTI) en tiempos de COVID-19. Incluso en junio de 2020, en plena pandemia, fue como voluntario a Chaco a asistir en pleno pico de casos al Hospital Perrando de Resistencia, cuando el jefe de Cuidados Intensivos, el Dr. Miguel Duré había fallecido tras contraer COVID tras intubar a una paciente. “La experiencia me hizo sentir muy útil y permitió que los colegas de Chaco que estaban trabajando desde hacía meses y que además habían tenido un fuerte golpe emocional y psicológico pudieran descansar. Fue duro, pero estoy agradecido”, dice. Y es que Richards pone el énfasis en agradecer cada una de sus experiencias, tanto las elegidas como las azarosas, las que ayudaron a escribir su historia de vida, tanto la del médico como la de la persona. Aquí, sus palabras.
De paciente a médico. Soy de Mar del Plata y como entonces ahí no había facultad de Medicina, me fui. Entre a la UBA, pero nunca me gustó Buenos Aires, nunca me gustaron las ciudades grandes en verdad. Mi idea era irme hacia otros lugares, precisamente al Sur. El último año de la carrera tenía que hacer el internado anual rotatorio y lo hice en Mar del Plata, en el Hospital Privado de la Comunidad. Ahí conocí a un colega, quien me dijo: “Me invitaron a un viaje de exploración a la zona de San Lorenzo, en la provincia de Santa Cruz, que es un lugar bastante inhóspito, llegás en transporte especial, te dejan a la vera de un rio que hay que cruzar a pie con el agua hasta la cintura porque no hay puente”. Y yo dije: “Buenísimo”. Porque siempre me atrajo este tipo de aventuras. Me fui allá en 1999 y el poblado más cercano era Lago Posadas. Ahí lo conocí por primera vez, pero seguimos viaje.
Durante mi último año de carrera, sufría una crisis existencial sobre si realmente quería hacer medicina, no sabía qué especialidad seguir. Incluso empecé a estudiar Arquitectura cuando hacía las prácticas. Pero tras ese viaje decidí quedarme en San Lorenzo. En una estancia me daban cama y comida si ayudaba con trabajos de alambrado y mejora de los caminos. Ahí me manejaba a caballo y durante un recorrido, el animal se resbaló y se cayó. Yo me caí también y me quebré la clavícula a eso de las 16 horas. Estaba solo y caminé una hora y media hasta la estancia. Tuve la suerte de llegar antes de las 19, momento en que nos comunicábamos por radio VHF con Bajo Caracoles, donde había gente de la estancia para ver como andaba todo. Dimos aviso de lo que me había pasado, pero era casi de noche en otoño avanzado y ya no podían venirme a buscar porque estaban a 80 kilómetros del pueblo. Me quedé toda la noche ahí, yo mismo me hice una inmovilización y me dieron un analgésico. Hasta que al otro día me fueron a buscar desde el puesto sanitario de Lago Posadas. Vino una ambulancia pero el rio estaba muy alto y no podía cruzar, por lo que tuvieron que volver al pueblo a buscar otro vehículo más grande, una 4 x 4. Llegamos al puesto como a las 16 horas, 24 horas después de que me había fracturado. Allí pude descansar, me cambiaron el vendaje, me atendió un médico que hoy es mi amigo y me mandaron a Perito Moreno, la localidad más cercana que tiene un hospital, donde se puede hacer una radiografía, análisis y un yeso.
Estuve unos días internado porque yo no tenía donde estar. Ahí conocí al director del hospital, el doctor (Reynaldo) Bimbi, un médico que llegó a la Patagonia en 1951 y hoy tiene cerca de 90 años. Me dijo: “Richards, si usted quiere, puede volver a Buenos Aires, rendir el examen, hacer la residencia y después se viene a trabajar con nosotros”. Viví como médico recién recibido y como paciente esa experiencia. Me encantó y me dije “esto es lo que quiero hacer”. Volví a Buenos Aires, me puse a estudiar para el examen de residencia y me anoté en Provincia de Santa Cruz, para hacer Medicina General y Rural. Así llegué a Rio Gallegos, donde hice la residencia por tres años. Y justo unos meses antes de terminar, el médico de Lago Posadas renunció a su cargo. Así que enseguida me avisan “termina la residencia y ya tiene destino”. Así llegué en 2003 a Lago Posadas, esta vez como médico a cargo.
Conocemos la biología cuando el paciente va por un síntoma o un signo y también conocemos la biografía, la historia de vida
Más allá de la rutina. Si bien teníamos horarios de mañana y tarde para consultas ambulatorias, al ser el único médico estaba disponible las 24 horas, los 7 días a la semana. Además vivía en una casa al lado del puesto sanitario y a veces, fuera de horario, atendía ahí. Iba mucho a domicilio también y hacíamos salidas al área rural. Ahí conocí la sacrificada vida de los peones rurales, en soledad, en condiciones muy precarias. Es muy difícil establecer una relación con estos pacientes hasta que se logra un poco de confianza. Pero con el tiempo conocemos a los pacientes y a las personas. Conocemos la biología cuando el paciente va por un síntoma o un signo y también conocemos la biografía, la historia de vida. Recuerdo que un médico dijo de avanzar a “la historia de vida en lugar de la historia clínica”. Es característico de la medicina rural conocer no solo al paciente, sino también a la persona. Tenés el tiempo para eso, para descifrar el misterio del ser humano al lograr un buen vínculo.
Anécdotas con pacientes. Recuerdo a Vanesa, una chica con embarazo gemelar. A las embarazadas las controlábamos en Lago Posadas, pero ahí no se hacían partos porque las condiciones eran mínimas. Entonces dos o tres semanas antes, las llevábamos al Hospital Perito Moreno. Venía todo bien con Vanesa. La había visto apenas tres días antes de que se acercara al puesto para decirme: “Estoy perdiendo líquido, no sé si rompí la bolsa, tengo algunas molestias y dolor”. El embarazo era de 30 semanas. Cuando le hago el tacto tenía entre 5 y 6 centímetros de dilatación del cuello, o sea, que ya estaba en trabajo de parto pero sin contracciones fuertes. Eran prematuros. En Lago Posadas no podíamos hacer ese parto ni locos, pero teníamos que manejar 200 kilómetros de ripio hasta Perito Moreno. La situación era angustiante, la decisión difícil, pero optamos por viajar. Las subidas y las piedras sueltas aceleraron el trabajo de parto a los 90 kilómetros, cuando Vanesa me dijo: “Doctor, no doy más, creo que están por nacer”. Paramos la ambulancia, y al revisarla, veo que ya estaba la cabecita del bebé saliendo. Ya estaba anocheciendo, pusimos balizas, y trabajamos con la enfermera para recibir a los bebés. Por suerte nacieron bien, lloraron enseguida, los abrigamos, prendimos la calefacción de la ambulancia al máximo. Estuvimos parados un rato largo, la gente que pasaba nos preguntaba si necesitábamos algo. Después terminamos a los abrazos con la paciente, la enfermera y el chofer. Seguimos viaje hasta Perito, donde nos estaban esperando y pero tuvimos que trasladar nosotros mismos a los bebés a Caleta Olivia, porque tenían un peso menor de 2 kilogramos y necesitaban un cuidado neonatal más completo. Volvimos cansados pero muy contentos después de pasar angustia y temor.
Principales problemas de salud en Lago Posadas. Son similares a los que veo en Calafate: entre los agudos prevalecen infecciones, las dolencias, los cuadros respiratorios o los intestinales. También las enfermedades crónicas no transmisibles como la diabetes, la hipertensión, el sobrepeso y la obesidad. Pero algo que se ve mucho en las zonas rurales es el alcoholismo, que tiene que ver con algo cultural pero también con la soledad y el aislamiento. Y también trastornos en la salud mental, por los mismos motivos. A veces me encontraba con algún peón que hacía dos o tres meses que no hablaba con nadie. Al querer establecer un vínculo, uno se sentía muy pequeñito frente a la inmensidad del misterio que es el ser humano. Igual esa gente se cura sola, yo nunca curé a nadie en el campo. Lo que necesita esa gente es que alguien la escuche, pasar un rato.
Recompensas de haber ejercido en el pueblo. Estoy agradecido a la vida de haber estado ahí esos 6 años, haber tenido la posibilidad de indagar los misterios del ser humano, conocer más a las personas y no quedarme tanto en los pacientes o en las enfermedades, algo que pasa en la actualidad en las grandes urbes. Y uno realmente con muy poco se da cuenta de que puede ayudar mucho. Yo aprendí más de ellos de lo que yo pude enseñar o ayudar, ello me enseñaron de lo simple y lo bello, de lo bien que uno puede estar sin nada de lo que uno piensa que nos va a hacer más felices.
Los estudios deben ser complementarios, pero hoy el médico se transforma en algo complementario al estudio
Reflexiones sobre la medicina hoy. Desde hace un tiempo me encuentro en una encrucijada con la práctica médica: veo que el péndulo que oscila entre lo científico-técnico (las ciencias duras) y la parte humana (el arte de cuidar o de curar) se inclina desde hace un par de décadas hacia lo científico-técnico y eso llevó a una deshumanización de la práctica médica. Nos hemos vuelto expertos en tratar enfermedades, pero con poca praxis en tratar “pacientes con enfermedades”. En nuestra formación hablamos de interleuquinas, de papers y megratrials, pero nos olvidamos que estamos tratando personas con problemas de salud. Creo que hay una deuda pendiente y no podemos escondernos: hay muchos avances técnicos pero que no se condicen con la salud de las personas, la gente no está mejor. Porque para mejorar hay dos cuestiones: por un lado, la impronta tecnológica y por el otro, el tiempo que se dedica a la consulta. No podemos hacer una buena “historia de vida” con consultas taquicárdicas, apenas si podemos hacer una historia clínica incompleta. Yo creo que para humanizar la medicina hay que humanizar al médico y a veces el sistema nos pasa por encima. Tenemos que ver cómo construir un puente que una la tecnología con la parte humana desde el pregrado: desde la formación médica en la facultad creo que hay una deficiencia en ese aspecto. Pedir más estudios complementarios no es mejor. Los estudios deben ser complementarios, pero hoy el médico se transforma en algo complementario al estudio, y eso es lo que no debe pasar. En resumen, la medicina sigue siendo una ciencia, pero la más humana de las ciencias. Cuando apareció Internet, estaba el miedo de que Google se convirtiera en el doctor. Pero ahora el problema es que los médicos se conviertan en Google, que es lo que nos está pasando. Estas reflexiones llevaron a que me acercaran a la Medicina Narrativa, escuché al Dr. Daniel Flinchentrei y eso me hizo notar cosas que en la vorágine uno no tiene tiempo para pensar. Sobre todo, el no olvidar que el paciente, la persona, tiene que ser el centro de nuestra atención, nuestra mayor prioridad.
*Dr. Ariel Richards. Especialista en Medicina General con orientación rural. Actual médico de planta del Hospital El Calafate, provincia de Santa Cruz.
*Agradecemos al Dr. Carlos Presman (Córdoba) por habernos sugerido al Dr. Ariel Richards para nuestra serie de entrevistas "Invisibles".
*Entrevista de Celina Abud (periodista científica).
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