Introducción
La disfunción eréctil (DE) es un factor de riesgo conocido de enfermedad cardiovascular (ECV) y mortalidad por causas cardíacas o vasculares; sin embargo, hay poca información disponible acerca de la influencia de otros aspectos de la salud sexual sobre la ECV.
El objetivo de este estudio fue evaluar la relación entre varios componentes de la vida sexual (por ejemplo, la frecuencia de relaciones sexuales y el grado de satisfacción sexual) y la incidencia de ECV, independientemente del grado de DE. Si se encontrara una relación, estos aspectos de la vida sexual, distintos de la DE, podrían utilizarse como métodos de rastreo o factores adicionales de riesgo. Ya se realizaron algunos ensayos en los que se consideró la relación entre actividad sexual o frecuencia de relaciones sexuales e incidencia de ECV o accidente cerebrovascular (ACV). Sin embargo, los autores consideran que éste es el primer estudio que evaluó la relación entre un amplio espectro de parámetros de actividad sexual y el riesgo cardiovascular.
Métodos
El Massachusetts Male Aging Study es un ensayo poblacional, longitudinal y de cohorte, que evaluó el envejecimiento, la salud general y las funciones endocrina y sexual en un grupo de hombres. Se seleccionaron en forma aleatoria varones de 40 a 70 años que vivieran en 11 ciudades y pueblos cercanos a Boston, Massachusetts. Los participantes del estudio fueron mayormente blancos (95%), casados (75%), estaban empleados (78%) y tenían educación secundaria completa (71%). La función sexual fue evaluada mediante una encuesta, completada por el propio paciente de forma privada. Las preguntas incluyeron aspectos como el grado de satisfacción con la vida sexual propia y de la pareja, la frecuencia de relaciones sexuales y el deseo sexual.
La incidencia de ECV se estimó mediante los informes de los propios participantes, los registros médicos y el National Death Index. Los eventos considerados fueron el infarto agudo de miocardio, el ACV, la cirugía de revascularización miocárdica, la insuficiencia cardíaca congestiva y la enfermedad arterial periférica. Además, en todos los individuos se aplicó el Framingham Risk Score (FRS), un cálculo de factores de riesgo que incluye la edad, el colesterol total, el colesterol asociado a lipoproteínas de alta densidad, la presión arterial, la presencia de diabetes y el tabaquismo, y que permite estimar la probabilidad de aparición de enfermedad coronaria en un período de 10 años.
Resultados
En total, se incluyeron 1 165 hombres, de los cuales 213 tenían DE al comienzo del estudio. El tiempo promedio de seguimiento fue de 16.2 años. Los individuos con DE eran de mayor edad que aquellos con buena función eréctil (media ± desviación estándar: 59 ± 8 años contra 53 ± 8 años). La DE también estuvo asociada con menores ingresos, mayor frecuencia de diabetes o hipertensión, mayor prevalencia de tabaquismo, mayor índice de masa corporal y peor estado general de salud. Un 40% de los participantes con DE se encontraban en la categoría de mayor riesgo del FRS, en comparación con un 19% de aquellos sin este trastorno. La presencia de DE demostró estar significativamente relacionada con la incidencia de ECV ajustada por edad (p = 0.04). La incidencia de ECV fue de 12.5 casos por 1 000 personas-años (intervalo de confianza del 95% [IC]: 10.8-14.3) en pacientes sin DE y de 17.9/1 000 personas-años (IC: 14.1-22.6) en pacientes con DE (p = 0.03).
Una frecuencia de deseo sexual mayor de 2 veces por semana se asoció con menor incidencia de ECV (12.8/1 000 personas - años; IC: 11-14.9) en comparación con aquellos hombres cuya frecuencia fue de unas pocas veces al mes (13.9/1 000 personas- años; IC: 11.2-17.4) o de menos de una vez por mes (17.8/1 000 personas-años; IC: 12.8-24.9; p = 0.06). La mayor frecuencia de relaciones sexuales se asoció de forma lineal con la reducción del riesgo cardiovascular (p = 0.007). El riesgo de ECV fue mínimo en los hombres que tuvieron relaciones sexuales 2 a 3 veces por semana
(11.5/1 000 personas-años; IC: 9.4-14.2), moderado en aquellos con una frecuencia de unas pocas veces por mes (13.5/1 000 personas-años; IC: 11.2-16.2) y alto en las personas que tuvieron relaciones sexuales una vez por mes o menos (17.6/1 000 personas-años; IC: 13.9-22.3).
Como se espera, muchas variables estuvieron relacionadas con la presencia de DE, ya que las personas con esta disfunción expresaron menor satisfacción con su vida sexual (44% en pacientes con DE y 68% en pacientes sin ella), menor satisfacción respecto del sexo con su pareja (55% y 74%), menos deseo sexual (sólo 35% de los pacientes con DE tuvieron deseo sexual más de 2 o 3 veces por semana contra 73% en hombres sin ella) y menos frecuencia de relaciones sexuales (2.6 y 7.1 relaciones/mes).
Luego de realizar ajustes para minimizar la influencia de la DE sobre los otros factores, aún persistieron diferencias significativas con respecto a la frecuencia sexual (el hazard ratio [HR] para la incidencia de ECV en individuos cuya frecuencia sexual fue de una vez al mes o menos fue de 1.45 (IC: 1.04-2.01), en comparación con los hombres que tuvieron sexo más de 2 veces al mes. La mayor insatisfacción en la relación sexual pareció disminuir el riesgo de ECV (HR: 0.56; IC: 0.33-0.93; p = 0.03).
Discusión
La relación entre DE y las tasas de incidencia y mortalidad por ECV ya fue demostrada en un estudio previo de los autores. Los datos obtenidos en este ensayo amplían la información existente al mostrar que otros factores, además de la DE, están relacionados con la ECV. De hecho, la mayor frecuencia de relaciones sexuales demostró estar asociada de forma independiente con la reducción del riesgo cardiovascular general. Los investigadores sugirieron algunas explicaciones para este fenómeno. En primer lugar, la frecuencia de relaciones sexuales es un parámetro que incluye múltiples variables, como la libido, la función eréctil y la capacidad de realizar actividad física. De esta manera, es probable que las personas que tienen alta frecuencia de relaciones sexuales tengan buen estado de salud. Por otra parte, la actividad sexual es en sí misma un ejercicio físico, con todos los beneficios cardiovasculares que eso implica. Además, una baja frecuencia de relaciones sexuales puede haberse relacionado con algún grado de DE que no haya podido ser objetivada en este estudio. Por último, el hecho de tener relaciones sexuales habituales probablemente implique una buena relación de pareja, lo que disminuye el riesgo cardiovascular al reducir el estrés y proveer un mejor soporte social.
El hallazgo de una relación inversa entre el grado de satisfacción sexual con la pareja y el riesgo de ECV parece sorprendente. Una explicación que aducen los autores es que los hombres que no están satisfechos con su pareja tienden a ser más jóvenes, más delgados, más saludables y se encuentran en categorías de menor riesgo en el FRS. Por lo tanto, esta asociación puede deberse a factores de confusión y no a un efecto protector propio de la insatisfacción.
Las limitaciones de este estudio son, básicamente, el hecho de incluir un gran porcentaje de población blanca y de nivel socioeconómico alto, lo que representa la población de Massachusetts, pero difícilmente sea extrapolable al resto de los EE.UU.
En conclusión, si estos hallazgos son reproducidos en otros estudios longitudinales, la frecuencia de relaciones sexuales podría ser un nuevo factor a tener en cuenta en la evaluación del riesgo cardiovascular, más allá de la DE.