Un relato del Dr. Carlos Tajer

Los cuatro regalos

Trató de recordar y con tantos años de profesión eran muchos y variados los regalos recibidos. ¿Cómo elegir? ¿Cuáles tendrían el valor suficiente?

Una tarde murió un médico cardiólogo, conocido por todos como Salo. No tenía nada de raro, ya había alcanzado suficiente edad, y la ceremonia fue cálida y adecuada. Terminado el sepelio de acuerdo al ritual, el alma ascendió al cielo buscando su destino. Sorprendido en esa evanescente circunstancia, quizás una parte de ese sueño final como imaginaba la muerte, llegó al tribunal supremo en donde debían elegir para él alguno de los dos caminos que se abrían a la distancia, uno luminoso y otro sombrío. Tenía asignados un abogado y un fiscal, y luego de un breve debate el peso de los sacos de pruebas quedó balanceado. Se escuchó un raro murmullo, no era tan común, y luego de deliberar propusieron que vagara por un tiempo en la indefinición. El alma, a la que le había costado mucho comprender las reglas de la vida y no quería sufrir con esta forma de estar y no, reclamó por alguna solución mejor. Con menos solemnidad de lo que el momento parecía implicar, le propusieron una salomónica alternativa: debía volver atemporalmente a su vida,  traer regalos que hubiera recibido de sus pacientes, y de acuerdo a eso tomarían una decisión.

Trató de recordar y con tantos años de profesión eran muchos y variados los regalos recibidos. ¿Cómo elegir? ¿Cuáles tendrían el valor suficiente?

Disimulando de noche su presencia, y a lo largo de varios recorridos recogió los cuatro objetos.

  • El primer regalo: La lapicera de Giaccomo

Giaccomo estaba delgado y agotado. Había tenido un infarto muy grande un año atrás, y acababa de bajar de la Unidad Coronaria luego de un cuadro grave de dificultad para respirar, por acumulación de líquido en el pulmón. Eliminado el líquido, mejoró rápidamente su respiración pero la radiografía seguía mostrando grandes zonas blanquecinas que no tenían explicación. El  caso raro es para los médicos un desafío apasionante, y se plantearon diferentes hipótesis, todas muy complejas. Salo recién comenzaba su carrera, y siguiendo las directivas de los coordinadores le propuso una serie de estudios, bastante traumáticos: endoscopías respiratorias que requerían la colocación de un tubo con anestesia, biopsia de pulmón, cultivos con lavado bronquial. Cada una de estas propuestas fue rechazada de inmediato. Llegó un momento que la negativa del paciente se extendió a no dejar que le sacaran sangre. Él se sentía bien, aunque débil y quería lo antes posible volver a su casa. Contó al pasar su duro regreso del frente ruso, como los alemanes volvían en camiones y los italianos a pie, de su tuberculosis con meses de internación en Italia, y sus múltiples padecimientos en la posguerra hasta su llegada a la Argentina. ¡No se deja estudiar! fue el cartel que le colgaron los médicos jóvenes. En fin, reflexionaron, si no quería estudiarse, mejor era que siguiera la evolución en su casa y que ocurriera lo que debía ocurrir, bajo su absoluta responsabilidad, y le tocó a Salo comunicarlo, lo que hizo disimulando el enojo.  En un control al mes, la radiografía se había limpiado por completo, nada había cambiado clínicamente. Giaccomo se acercó con su esposa a obsequiarle una lapicera, agradeciendo su respeto por haber accedido a que retornara a su casa a descansar. Nunca supo qué pasó, y guardó ese regalo equivocado toda la vida. 

  • El segundo regalo: El llavero de Manuel

Manuel a los 22 años había tenido un dolor de pecho viajando en colectivo, que resultó un infarto pequeño. Fue atendido en el Hospital Argerich y Salo le indicó un estudio de las coronarias esperando una enfermedad rara, pero sólo encontró la causa más común, se había tapado una de las tres arterias coronarias que alimentan al corazón. Era muy obeso y fumador, pero aun así a esa edad un infarto resultaba excepcional. Le indicaron el tratamiento de la época, y Salo lo atendió en su consultorio particular por un tiempo corto, donde siempre venía acompañando de su esposa igualmente obesa, mostrando buen carácter. Un psicoanalista que colaboraba en la Unidad Coronaria comentó que  encontraba rasgos psicopáticos como de individuo violento o quizá violador;  ningún punto de contacto con la imagen que Salo tenía de Manuel. Siete años más tarde Salo fue llamado en consulta a otra institución, donde Manuel estaba cursando un nuevo infarto, mucho más grande. La enfermedad era muy avanzada, las tres arterias coronarias muy enfermas y el músculo cardíaco destruido. No tenía chance de mejorar con intervenciones, un cuadro muy grave. De allí en adelante se atendió en el consultorio de Salo. Habían pasado muchas cosas en su vida. Se había separado de su esposa, lo dejó luego de un episodio oscuro en que una mujer denunció que la había forzado sexualmente, generando un escándalo que trajo el recuerdo del comentario del psicoanalista. No tenían hijos, y pronto Manuel estableció un nuevo vínculo con una mujer algo más joven, en este caso delgada. Concurría con inconstancia al consultorio, tenía problemas en el trabajo, había vuelto a vivir con su madre, y era difícil controlar que no fumara y por supuesto imposible que bajara de peso. Meses más tarde una madrugada sonó el teléfono de Salo, y una voz femenina quebrada decía que Manuel estaba tirado en el piso de un hotel alojamiento. Luego de una relación sexual caminó hacia el baño, se anudó la toalla a la cintura y cayó bruscamente. La policía quería llevarlo a la morgue judicial y pidió ayuda para evitarlo. Es difícil saber si alguna vez la esposa de Salo creyó que se levantaba a la madrugada para ir a un hotel de parejas a atender a un paciente. En la entrada encontró a un patrullero, Manuel en el baño sin vida, la mujer desconsolada, y con aplomo pudo lentamente convencer al policía de que firmaría el certificado de defunción, que no había nada raro en esa muerte repentina dada la grave enfermedad que padecía. El trámite fue engorroso, pero finalmente se resolvió bien. Tenía sólo 31 años. A las pocas semanas la madre de Manuel  lo visitó, la conocía de años atrás en alguna conversación en la sala de espera de sus internaciones, y le contó que Manuel le tenía mucho aprecio, y que ella había decidido mandar a hacer un llavero con su nombre y apellido como recuerdo. Salo juzgó que sería macabro usar ese llavero, y cuando intentó colocarle llaves para uso doméstico se empezó a desarmar, era absolutamente inútil. Alguna parte del llavero había quedado en el primer cajón de la cocina, y recogió justo el metal del nombre grabado.  

  • El tercer regalo: El retrato de un genio

Buscando entre diplomas de especialista y otras reliquias apareció un retrato que una paciente le había regalado años atrás. Era un cartón plegado con un retrato en lápiz de Albert Einstein. La artista era una mujer de 80 años, que  mantenía una intensa actividad creativa con dibujos, collages y pinturas. Si bien la atendía por algún tema menor, el motivo del obsequio era por su esposo, un ingeniero dedicado más a tareas intelectuales y políticas que a su profesión. Padecía una enfermedad muy grave,  que debilitaba el funcionamiento muscular del corazón y lo llevaba a la baja presión, a retener líquidos, falta de aire, y grandes limitaciones en su actividad. Había cursado también con arritmias graves y recibía como tratamiento amiodarona en altas dosis, un potente antiarrítmico con alto contenido en iodo que suele teñir la piel a un tono ocre-violáceo. El ingeniero había adquirido con el tiempo un color que ante su escaso cabello le abarcaba toda la cabeza.  Hombre de buen sentido del humor, acostumbrado a descalificar ácidamente a sus enemigos, un día preguntó cómo iba a evolucionar el color de su cara, en ese momento con manchas violáceo-azulados. Salo hizo uno de los peores chistes de su vida médica, preguntando si conocía los pitufos, duendes azules populares en esa época. Por suerte lo tomó bien, con una carcajada, y no volvió a preguntar sobre el tema. Su capacidad física se fue deteriorando cada vez más, y lo acuciaba poder publicar una investigación a la cual había dedicado muchos años de su vida, acumulando imágenes en visitas y exploraciones personales sobre arte judeo-cristiano de los primeros siglos de nuestra era. Salo le aconsejó que hiciera una publicación virtual, colaboró con él aprendiendo de un arte y de un momento que le era desconocido y que en el fondo tampoco le importaba mucho. Lo que motivaba a los pacientes era mostrar la mezcla cultural de los primeros siglos, la construcción de una nueva cultura que luego se separaría hasta el odio, la absoluta intolerancia, la persecución y aun matanzas.  Y así se publicó el libro por Internet, tiempo antes de la muerte del paciente. Su esposa apareció un día con el dibujo en lápiz de un Einstein maduro, despeinado, vital, retrato que por algunos años quedó olvidado y luego enmarcado en el consultorio. Salo desarmó el retrato, y recogió ese pliego de cartón.

  • La carta de Maia

Maia había llegado al consultorio como amiga de la madre de Salo, y su queja principal a los 85 años era el cansancio. Tenía dificultad para comenzar las actividades, y ya había decidido no ir a la reunión de amigas del domingo. Daba la impresión de una mujer lúcida, luchadora, con mucha fuerza, y sin embargo un destello de tristeza que quizá tuviera que ver con este desgano. Maia lo negó en forma tajante: “Doctor, yo pertenezco a los grupos de los sobrevivientes del holocausto, y aun con las cosas que me pasaron, como se puede imaginar, nunca estuve depresiva y siempre luché por mi vida”. Salo le preguntó qué médico la atendía para revisar la medicación, y Maia dejó deslizar como si fuera un comentario menor que ella atribuía la culpa por la muerte de su esposo a este colega. Ante la pregunta sobre por qué entonces se atendía con él, Maia corrigió el rumbo de la conversación hacia el relato sobre las circunstancias de la muerte de su esposo.   Conmovió mucho a Salo, quien luego de agotar algunos temas menores le rogó a Maia que no dejara de escribirlo, que podía ayudar mucho a los médicos. Maia le contó que había participado en unos talleres literarios justamente con el grupo de sobrevivientes, y que habían editado un libro, y que le haría llegar el libro y el relato. Este fue el texto que le acercó:

 “Para el Dr Salo

Yo le voy a explicar mi vida y complicaciones con la salud de mi esposo Guersh Kaplan (ya fallecido 15/09/2009) en el sanatorio JJ en Terapia Intensiva.

Nosotros somos sobrevivientes de la 2da Guerra mundial y cado uno sufrió muchas pérdidas con su familia. Mi esposo en Polonia perdió a su primera esposa e hijo, además de sus padres, hermanos, hermanas, una familia de 100 personas que los Nazis mataron. El se salvó en Rusia, Siberia, con frío 50º bajo cero donde mandaron a los soldados polacos   Salió de La Haya recién en 1948. Llegamos a la Argentina juntos el 15/08/1961, con una familia nueva con dos hijos chicos: un  varón de 12 años y una hija de 6 años. Pero pronto empezaron las enfermedades mi esposo con dos infartos, neumonía, isquemia cerebral, próstata. Pero siempre con médicos y nuestra ayuda lo salvamos, porque yo y mi hija estábamos cerca de él. Pero cuando lo pusieron en terapia intensiva solo podíamos visitarlo 40 minutos de mañana y 40 minutos por la tarde antes de que él se duerma. Le decían que le van a atar las manos para que de noche no se saca el suero y todos los aparatos. Mi esposo dijo: -está bien,  pero cuando a las 2 de la noche se despertó y sintió las manos atadas entró en pánico de la guerra, despertó a gritos todos los enfermos. Había médicos, enfermeros, no lo pudieron tranquilizar hasta que se acercaron a un teléfono y me llamaron que venga urgente. Cuando hablé con mi esposo me gritó asustado que los nazis están en la habitación, que traiga un revólver y cuchillo porque nos quieren matar. Cuando llegué de noche con un taxi lo abracé, tranquilicé, le dije que estoy con el él. Recién entonces le explico que se olvidó que le iban a atar las manos. Por eso yo no soy médica pero pienso que con ayuda de la familia y el amor que necesita un enfermo en terapia intensiva (el enfermo se siente muy aislado, está triste), sería más fácil su recuperación si estuviera más tiempo acompañado por su familia rodeado del amor que le brindan estaría más tranquilo con la presencia familiar. Así pienso yo.”  Maia P. de Kaplan.

Notó Salo que el relato había omitido algunos detalles que todavía resonaban de la primera conversación. En cada una de las internaciones previas de su esposo, que fueron muchas, siempre estuvieron de la mano la mayor parte del tiempo. En esta internación insistió varias veces con el jefe de esa terapia, que lo cambiara a otra habitación, que reubicara los aparatos para que ella pudiera quedarse con su esposo, pero le dijeron que no era conveniente. Permaneció igualmente afuera desde la mañana a la noche, hasta la hora de visita, y cada vez que podía entraba furtivamente en el cuidado intensivo y le hacía saber a su esposo que estaba ahí, que no se había ido, sin amedrentarse porque gentilmente la echaran. Sin embargo esa noche la convencieron, estaba muy cansada y la mandaron a su casa, con la estrategia conversada de atar las manos para evitar el uso de medicación tranquilizante que podía ser tóxica en el estado de gravedad de Guershl. Cuando la llamaron por teléfono le informaron que los gritos se escuchaban en todos los pisos del sanatorio (la intensidad del grito que Salo percibió a través del relato lo estremeció), y que cuando volvió y le dio la mano a su esposo  lo tranquilizó; pero esa noche murió.

Se veía en los ojos de Maia la evocación de esa noche, las culpas mezcladas del médico que no había hecho caso a sus pedidos con la suya por hacer aceptado descansar y  que a su esposo lo ataran. No podía desconocer que Guershl estaba muy enfermo, pero la despedida hubiera sido diferente aferrado a la mano de su esposa que lo amaba.

Maia le contó a la madre de Salo que la consulta la había mejorado, el cansancio había disminuido, se animó a ir a la reunión del domingo con el libro y el relato manuscrito con letras grandes en papel rayado de cuaderno. El alma de Salo recogió esta hoja y consideró que había completado la tarea.

Sin saber cómo se encontró nuevamente en el tribunal, que examinó con atención la lapicera, el llavero, el retrato y la carta de Maia. Sin ningún temor al juicio del oráculo, y sin intentar salir de ese sueño extraño que quizá persistiría por siempre, Salo había encontrado un camino viajando en la atemporalidad de los recuerdos del corazón.  Como en el cuento de Peretz, los cuatro regalos fueron aceptados y las puertas del paraíso abiertas para el alma de Salo, mientras el oráculo del cielo decía: "Realmente regalos hermosos, regalos de un afecto extraordinario. No tienen ningún uso práctico ni material, pero su belleza es verdadera".


IntraMed agradece al Dr. Carlos Tajer la generosidad de compartir su relato con nuestros lectores.

Dr. Carlos Tajer: Médico cardiólogo, experto en metodología de la investigación, autor de numerosos trabajos de la especialidad, del libro "Evidencias en Cardiología" y de los libros: "El corazón Enfermo", de la editorial Libros del Zorzal. Docente de los cursos de GEDIC .

El Dr. Carlos Tajer es médico cardiólogo, experto en metodología de la investigación, autor de numerosos trabajos de la especialidad, de los libros 'Evidencias en Cardiología' , 'El corazón Enfermo' y 'La medicina del nuevo siglo, evidencias, narrativa, redes sociales y desencuentro médico-paciente de la editorial Libros del Zorzal. Docente de los cursos de GEDIC , ex-director de la revista de la Sociedad Argentina de Cardiología. Ex-presidente de la Sociedad Argentina de Cardiología. Autor de numerosos artículos de investigación y de libros de amplia difusión en la especialidad tanto en Argentina como en otros países de habla hispana. Tiene una larga trayectoria en docencia e investigación clínica. Ha dictado numerosas conferencias sobre la temática de las enfermedades del corazón y las emociones con fuerte repercusión, despertando polémicas y apasionamientos.

•Director del Comité de Emergencias Cardiovasculares de la SAC (1987).

•Miembro de la Comisión Directiva de la SAC (1989-1990).

•Director del Comité de Investigación Científica de la SAC (1993-1994).

•Director Adjunto del Curso Universitario de Cardiología UBA (1993-1996)
•Secretario de la Revista de Cardiología (1993-1994 / 2000-2002).

•Autor principal junto al Dr. Hernán Doval 'Evidencias en Cardiología de los Ensayos Clínicos a las Conductas Terapéuticas.

•Jefe del Departamento Cardiovascular del Instituto Alexander Fleming.

El Dr. Carlos Daniel Tajer, preside el Comité Asesor Científico de evaluación de investigaciones del Hospital El Cruce