Ficción y realidad

Chéjov y la silla: reflexiones sobre la práctica médica

Hablar con el paciente no sólo alivia sino que puede modificar las variables fisiológicas. ¿Por qué priorizar un buen diálogo es terapéutico?

Autor/a: Celina Abud

Indice
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2. La tristeza, Anton Chejov

El recordado doctor Francisco “Paco” Maglio solía decir: “el mayor avance en medicina es la silla”.  Quizá por ese motivo llegó a decir que “después de estar mirando la medicina con ojos de biólogo (lo que en sí mismo no está mal porque es necesario)”, sintió que le faltaba lo esencial para contemplar al paciente en forma holística, como un humano sómato-pisco-social.

En épocas en las que los avances tecnológicos parecen ser inversamente proporcionales a los tiempos de las consultas, bien vale reivindicar el diálogo entre el médico y el paciente, en el que incluso preguntas por fuera del cuestionario clínico pueden dar pistas de los motivos reales por las cuales una persona busca ayuda.

Una de las propulsoras de la corriente llamada Medicina Narrativa es la doctora Rita Charon quien, desde la Universidad de Columbia, Nueva York, intenta poner el foco sobre el paciente al preguntarle “¿qué le pasa?” o “¿qué puedo hacer por usted?”. En otras palabras, busca aportar herramientas conceptuales y habilidades cognitivas al servicio de los agentes de salud.

Según menciona el doctor Daniel Flichtentrei en un curso que dictó para IntraMed, en la llamada Medicina Narrativa poco importa lo que la enfermedad “es” –para lo cual la biología se basta por sí sola– sino que lo único que toma en cuenta es lo que la persona enferma “dice que es” para convencer a otras y, especialmente, para convencerse a sí misma.

Es que la enfermedad se vive en tres dimensiones: la fisiológica anatómica  (reconocida por el médico); la social (que se encuentra en el cuerpo de las personas) y la subjetiva (padecimiento de la persona). Y, en algunos casos, actuar sobre el padecimiento primero puede determinar el éxito de las acciones sobre la fisiología. Dicho de otro modo, invitar al paciente a hablar sobre su propio sufrimiento es terapéutico.

Lo que no se llega a comprender del todo en un sistema mediado por los tiempos cortos es que la coherencia narrativa (que refiere a la dimensión subjetiva del paciente, como la pérdida de un ser querido) perturba las variables fisiológicas. Es decir, una disrupción biográfica produce necesariamente una disrupción biológica. Y la homeostasis subjetiva es la coherencia narrativa.

Por ello, hablar sirve y mucho. Y la literatura da cuenta de ello. Un ejemplo es el cuento “La tristeza” de Antón Chéjov, que, con escenarios de paisajes nevados, narra la historia de Yona, un cochero anciano que acaba de perder a su hijo. Lo azota la pobreza, pero levanta clientes por una paga inferior a la merecida con tal de no estar solo y verbalizar su duelo, con la esperanza de calmar su dolor. Pero ninguno de los viajeros se hace eco. Chéjov escribe: “Yona exhala un suspiro. Experimenta una necesidad imperiosa, irresistible, de hablar de su desgracia”. Y sigue: “¡Qué no daría él por encontrar alguien que se prestase a escucharlo, sacudiendo compasivamente la cabeza, suspirando, compadeciéndolo!”

Ante la falta de interlocutores, Yona le cuenta sus pesares al único compañero que se mantiene junto a él, su caballo, quien en palabras de Chéjov “exhala un aliento húmedo y calido”. Un aliento opuesto a la frialdad de los viajantes y del ambiente, a la sensación de desamparo. Lo que busca el cochero, desesperadamente, es recuperar la coherencia narrativa, la homeostasis.

La narración de Chéjov se justifica desde las neurociencias, con el concepto de “termorregulación social”, que postula que la exclusión social conlleva a temperaturas más bajas en la piel y que esto es literal, no metafórico. Por ello “engañar a los dedos” al frotarlos con una taza de té caliente atenúa los sentimientos negativos.

La calidez del habla lleva a no sentirse excluido, a perseguir la regulación emocional, el proceso de tratar de cambiar las emociones actuales para alcanzar un estado emocional deseado. El mero hecho de responder a la pregunta “¿Cómo se siente usted?”, modifica las emociones nombradas. Un mecanismo para la regulación emocional es el etiquetado afectivo, que remite a expresar los sentimientos en palabras. Para ello tiene que haber un otro (una oreja) que actúe como resonancia (el contacto social como buffer, alguien que lo escuche) y por último esto debe ocurrir en un lugar.

Pensemos ahora en la frase de Maglio y los múltiples testimonios de médicos entrevistados para IntraMed. Muchos de ellos, en especial los que atienden en zonas de difícil acceso, dicen que en gran parte de los casos, los pacientes acuden a las consultas para hablar de sus preocupaciones, para ser escuchados. Es ahí cuando la silla se vuelve una de las medidas más efectivas en medicina, porque es el inicio de todo: franquea la dimensión subjetiva para pasar a la corporalidad y más tarde a las variables fisiológicas.

Pensemos también en el beneficio del etiquetado emocional, es decir, en el hecho de expresar los pensamientos en palabras. A más granularidad (variedad de conceptos), mayor será el efecto y la precisión. Según expresó Flichtentrei en sus clases, está demostrado que las personas que etiquetan sus experiencias emocionales con palabras más específicas tienden a ser más capaces de lidiar con el estrés. Mientras que las personas con más dificultades para identificar y etiquetar sus experiencias emocionales tienen mayor prevalencia de trastornos del ánimo (depresión, alextimia). Ni imaginemos las pocas herramientas que poseen los soldados que vuelven de la guerra sin poder narrar los horrores vividos y cómo llegan a convivir con el estrés postraumático a veces de por vida.  

Es que nombrar lo que se siente se correlaciona con mayor actividad de control prefrontal, disminución de la actividad en la amígdala y reducción de los efectos conductuales.

En síntesis, el cochero del cuento de Chéjov sabía lo que podía hacerle bien para aliviar ese duelo, que tal vez más tarde, podría enfermarlo. Las neurociencias lo comprueban. Las letras coinciden en que el frío es más frío cuando nadie pregunta cómo nos sentimos.

Pero el aliento del caballo se sentía cálido. La calidez de una oreja, de una pregunta, de una escucha activa puede hacer mucho. En la vida y en la medicina. Para prevenir, para llegar a un diagnóstico, para cuidar, pero también para curar.

Hacer partícipe al paciente en sus procesos de salud-enfermedad, no excluirlo, es el equivalente a “la silla” de Maglio o a la Medicina Narrativa que dicta Charon. Habilitar un lugar cómodo para el encuentro y ganarse la confianza de la persona que sufre, acarrea efectos reales. Volver a las raíces, dirían muchos. Porque, como se afirma en la película italiana La grande belleza, “las raíces son importantes”.


Referencias

• Chéjov, Anton. La tristeza (1886) – Cuento disponible en página 2.

• Flichentrei, Daniel. Cátedra Libre de Pensamiento Clínico, Cátedra 4 Medicina Narrativa – Campus Intramed.

• Entrevista a la Dra. Rita Charon: "El que escucha tiene que poder recibir, como una gran vasija de arcilla", IntraMed, 19 de abril de 2021.