In memorian J. Horacio Resano (1905-1960)

Quirúrgico déjà vu

El valor de los "maestros" en la medicina

Autor/a: Dr. Guillermo Barillaro

Tres Algarrobos, provincia de Buenos Aires, 1937.

A través de las ventanas de su consultorio, la pampa lo ve operar en silencio junto con su instrumentadora. Y sucede frente a la plaza del pueblo que eligió, la misma que luego verá pasar los pacientes quirúrgicos en camillas, rumbo a la recuperación en sus casas o en un hotel cercano. Desde hace varios años, J. Horacio Resano habita en un paisaje donde tres algarrobos marcan la frontera y donde solo hay ramos generales, fonda y apeadero. Vive allí su rutina de médico rural sin horarios, enmarcado por la llanura infinita desde cuyos horizontes le llegan cada vez más dolientes. Es en ese ámbito donde se ha iniciado en la cirugía, de la mano de los mismos pacientes quienes con sus cuerpos le enseñan casi todo y lo ponen a prueba, para entregarle alegrías y tristezas en soledad.  

Sin otra intención que ser cada día mejor médico y cada día más cirujano, explora la cirugía experimental con animales y sueña con dominar por completo una especialidad quirúrgica. Y cuando ya conoce cada detalle de ese pueblo trazado con diagonales de tierra, cuando ya ha operado todo lo que se podía operar en los hospitales vecinos de Carlos Tejedor y de General Villegas, decide marcharse a la metrópoli.

Antes había incursionado en esa pampa casi desierta, la misma que conociera en carreta cuando era un niño. Ahora decide embarcarse en otro viaje de descubrimiento en la gran ciudad, donde intuye que mucho está por hacerse, que solo se hace camino al andar y que él puede hacer ese camino.

San Vicente, provincia de Buenos Aires, 1990.

Mi semana universitaria como ayudante alumno de anatomía incluye el ritual cotidiano del anfiteatro de disección cadavérica. Y pronto entiendo que esa es mi puerta de entrada al mundo de la cirugía. Cada tarde de trabajo me acerca por igual a cada descubrimiento de la anatomía humana como al uso artesanal del instrumental quirúrgico, del cual me torno devoto. Y mientras me sorprenden esos hallazgos, aguardo con impaciencia la llegada de cada viernes por la noche. Espero ese momento en que el ómnibus me llevará desde La Plata, la ciudad universitaria con diagonales adoquinadas, hasta el hospital rural de San Vicente. Allí enseguida pierdo el apetito y el sueño en una guardia de día sábado, con la ansiedad y el deseo de pasar de inmediato a la práctica viva de la cirugía, donde los pacientes y el cirujano de turno volverán a ser mis guías. Allí veo, en medio de mi desorden mental, al primer traumatizado grave, al primer sangrante, al primer perforado, al primer fallecido. Veo el manejo laborioso de casos difíciles, soy testigo de derrotas resignadas cuando  la enfermedad sobrepasa a los recursos materiales disponibles, y comienzo a habituarme a la presencia agazapada de la muerte. Pero todo ello no logra evitar que me enamore de los pasillos hospitalarios y de la cirugía de urgencias, y que comience a perseguir la loca quimera de salvar a todos los pacientes en medio de problemas endémicos.

Hospital Rawson, ciudad de Buenos Aires, década del ‘40.

Abraza el desafío de un nuevo camino e ingresa a la escuela de cirugía para graduados del hospital Rawson, una institución que rinde culto al orden y a las aulas con pizarrones. Allí su maestro es el Dr. Ricardo Finochietto, docente por naturaleza y gestor de un método personal que abarca todos los aspectos de la enseñanza. De la mano de este padre de la cirugía argentina, Resano graba a fuego un estilo de trabajo que nunca abandonará: sistemático en la táctica y en la técnica, con un respeto sagrado por todos los detalles. Se adapta rápidamente a la rutina rígida y bajo llaves de esa escuela, cuya mística se basa en los valores de la dedicación, el estudio, la concurrencia y la puntualidad férrea, y cuyo objetivo es el más alto: la mejor atención posible del enfermo.  Junto con sus pares debe recorrer un largo proceso de formación antes de desempeñarse como cirujano, que incluye prácticas de anatomía en cadáveres, ejercitación de la técnica quirúrgica en perros, turnos semanales de anestesia y participación como ayudante en  el equipo quirúrgico hasta familiarizarse con los procedimientos. Dicho entrenamiento debe a su vez complementarse con dos tareas de modo continuo: leer toda la bibliografía vigente, escrita en alemán o inglés, y llevar un registro estadístico de todo lo acontecido en el servicio.

A casi diez años del inicio de esa cruzada formativa de jóvenes cirujanos, Ricardo Finochietto considera que ellos pueden presentarse en mostraciones quirúrgicas. Nacen entonces las sesiones quirúrgicas para graduados de los días miércoles, en las cuales cualquier médico de la ciudad, del interior del país o del extranjero puede asistir a las operaciones del Hospital Rawson. Es durante una de aquellas sesiones en las que Resano, quien conducía una cirugía torácica ante un nutrido auditorio, es conocido y admirado por un joven cirujano, René Favaloro, quien ha viajado 700 kilómetros para verlo operar.

Luego de aprobar el curso de cirugía básica de 2 años de duración, recibe la indicación de Finochietto de dedicarse a un área muy poco explorada de la cirugía, la de las enfermedades del esófago. En una época de cirujanos de amplio espectro, Resano se va transformando así, a puro esfuerzo, en un cirujano especialista, en un esofagólo integral. Y desde un vacío ignorado, crea todo a su alrededor para gestar una nueva especialidad: un consultorio repleto de pacientes específicos, un trabajo persecutorio de diagnósticos y un equipo quirúrgico orientado a concretar procedimientos impensados hasta ese momento en nuestro país. Como en sus días de médico y cirujano rural, cada jornada le entrega nuevos descubrimientos, pletóricos de materia y de conceptos. Vuelve a fascinarle ese hecho misterioso e inagotable en el cual los pacientes traen consigo  problemas y soluciones a descifrar. Comienza a perseguir con total atención a esas enfermedades esofágicas tan temidas y rechazadas por otros, esas dolencias que afectaban a muchos y eran tratadas en forma precaria hasta ese momento. Y ve llegar un número cada vez mayor de pacientes a su consultorio externo del departamento de enfermedades del esófago. Los ve llegar cada mañana, desde distintas ciudades y pueblos, de todas las edades y con todos los antecedentes patológicos posibles, ya fueran benignos, malignos, congénitos, accidentales. Su talento natural para investigar, su trabajo incansable y su destreza como cirujano colisionan contra dicha demanda creciente. Y de ese choque surge una explosión que genera la cirugía esofágica en la Argentina. Se transforma en el jefe de la sección de enfermedades y cirugía del esófago, dentro del servicio de cirugía liderado por Ricardo Finochietto. En pocos años explora a pasos agigantados y sin excepción  todas las patologías de dicho órgano, desde su diagnóstico hasta su tratamiento último, en medio de las limitaciones de la medicina de la época y las de nuestro país. Estudia a fondo a sus pacientes, repite estudios radiológicos y biopsias de modo infatigable, indica operaciones cada vez más audaces, y refina su instrumental y sus técnicas operatorias, tan exquisitas como efectivas.

Caso n°… Año 1942.

Hombre de 57 años. Estudio radiológico (Dr. Manuel Malenchini)  y esofagoscopia: lesión estenosante a 36 cm. de la arcada dentaria. Biopsia (Dr. Polack): epitelioma espinocelular.

Cirugía. Anestesia: Dr. Juan Nesi, narcosis con ciclopropano - éter con hiperpresion por intubación orotraqueal.

Intercostalostomia en el 8vo interespacio con sección paravertebral de la 7ma, 8va y 9na costilla. Abierto el tórax se palpa en los últimos centímetros del esófago supra diafragmático un tumor de 3,5 a 2 cm, liso y duro. Se decide la extirpación del tumor con una anastomosis gastroesofágica, por lo cual se secciona el diafragma en una extensión de doce centímetros. A pequeños pedículos se liga toda la curvatura mayor. Sección del ligamento gastrohepático, ligadura  la arteria coronaria estomaquica en su origen. No hay ganglios. El estómago así esqueletizado se puede ascender fácilmente hasta el cayado aórtico. Sección gástrica por debajo del cardias y sutura en tres planos. Sección esofágica por encima del tumor y anastomosis esofagogástrica termino lateral. Terminadas las suturas la anastomosis está situada por debajo del borde inferior del cayado aórtico sin tensión. Cierre del diafragma según técnica. Cierre del tórax previo drenaje por el 10mo interespacio. La operación fue bien tolerada. La tensión arterial, la frecuencia del pulso y la respiración se mantuvieron satisfactoriamente. El silencio toracoabdominal fue absoluto. En el postoperatorio no hubo complicaciones de ninguna índole. A los veinte días es dado de alta, regresando a su pueblo de origen.

Un examen radiográfico practicado unos días antes por el Dr. Malenchini dice: “el pasaje del bario, en la neoboca esofagogástrica endotorácica, es rápido y satisfactorio”.

Las últimas noticias en enero de 1945 señalan  que su estado de nutrición es excelente, no tiene disfagia, aumento 10 kg. de peso y se ha reincorporado a su tarea de “mensual de campo”. 

Confirma con su trabajo incesante y en sus reflexiones íntimas un antiguo axioma universal de las practicas quirúrgicas, ese pesado mandato que  debe cumplirse para darle excelencia a las mismas: un acto operatorio comienza cuando se toma contacto por primera vez con un paciente, y recién finaliza cuando el mismo paciente está de regreso a su hogar o yace en la morgue. Entonces, condiciona por completo su vida familiar a los vaivenes de dicha asistencia, la cual le exige obligaciones interminables, a cualquier hora, en cualquier día. El desafío es doble y titánico: realizar la mejor operación posible para esos  enfermos otrora condenados, y luego cuidarlos a través de una larga y riesgosa recuperación.

El cirujano colombiano Adolfo Vélez Gil lo visita durante dos meses como asistente de la sección de enfermedades del esófago del Hospital Rawson, y recuerda a su vez esa etapa de trabajo febril.

“He visto aquí que la cirugía esofágica se puede realizar carente de todo recurso y chocando diariamente contra toda clase de inconvenientes… Ello es fruto de una campaña infatigable del cuerpo médico del el Dr. Ricardo Finochietto y de una dedicación absoluta  de J.H. Resano…”

El trabajo se torna cada vez más arduo, pero ni los obstáculos hospitalarios ni las incertidumbres de   tratar graves enfermos pueden evitar que se transforme en un pionero mundial en esa área. Ha abierto el camino de una materia con su manejo completo: diagnóstico, tratamiento, liderazgo de un equipo especializado, empleo de instrumental específico, seguimiento permanente de una población de pacientes. Y su presencia, obsesiva, a deshoras, muchas veces nocturna, ha sido permanente en cada uno de esos pasos.

“En medio de las mayores dificultades… hemos organizado con el Dr. Ricardo Finochietto, una especialidad que con los años será un orgullo de la ciencia médica argentina y en la cual el Dr. Finochietto  me ha prestado todo su apoyo. Se trata de una esperanza nueva para enfermos que hasta tanto no le brindamos nuestro empeño y dedicación  no contaban con un remota esperanza de salvar su vida… Además del progreso técnico-quirurgico que esto significa, tenemos las perspectivas de ayudar y salvar a gran parte de los 1500 enfermos que mueren por cáncer de esófago, cada año,  en nuestro país.”

Hospital HGU, un viernes de 2019.

¿Podremos ofrecerle todo lo que necesite al traumatizado grave que  ingrese?

Hoy habrá dificultades, nada debería sorprendernos.  

Una pregunta y una afirmación en el comienzo de cualquier turno de emergencias, de modo de prepararnos a prueba del trauma duro, del enemigo que elegimos. El mismo escenario y los mismos desafíos que estudiamos y conocemos desde hace décadas. Las mismas actuaciones para esos actores heridos que no dejan de ingresar en escena, a deshoras, muchas veces nocturnos: sangrantes, hipóxicos, inconscientes, peritoníticos.

El traumatizado de este momento es un chico de 16 años que colisionó con su moto contra un auto. Mientras lo transferimos de la camilla de transporte a la camilla central del shock room, logramos obtener detalles del incidente a través del médico de la ambulancia.

Conductor pequeño, motocicleta pequeña, usaba casco, alta velocidad, alto riesgo de lesiones graves en el tronco.

Sigo de cerca la actuación de Agustín O’Malley, residente de segundo año de cirugía del día, que se ubica a la cabecera como líder de la asistencia inicial.

— ¿Cómo te llamás? —le pregunta, mientras le retira la valva anterior del collar cervical y palpa su cuello—…tiene enfisema subcutáneo, mucho— me dice enseguida.

El chico se encuentra obnubilado, no responde y solo entreabre sus ojos. Agustín hace referencia a que ha palpado aire debajo de la piel de su cuello, y yo percibo igual en todo el pecho del paciente. Palpo también su muñeca derecha y apenas siento su pulso radial allí, rápido y débil.

Contexto: Amenazas para la vía aérea, la ventilación, la circulación, riesgo de muerte.

Manejo: agresivo, dentro del combate estadístico habitual, ese que se desenvuelve en términos de minutos para actuar sobre el paciente  y de su porcentaje de supervivencia acorde a lo que le hagamos.

Una enfermera le ha colocado el oxímetro de pulso en un dedo, una pequeño dispositivo para medir el nivel de oxígeno en la sangre. La cifra es muy baja: 75%, y puede deberse a problemas en la vía aérea, la ventilación o la circulación. No se ven signos externos del trauma  en el cuerpo, pero se trata de un adolescente elástico y puede ocultar cualquier lesión por debajo de su piel.

— ¡Vamos, a intubarlo y tubo de tórax en ambos lados!

La conexión del paciente al monitor nos confirma su tensión arterial baja, su taquicardia y su baja saturación de oxígeno.

Nos ayudan un emergentólogo y dos enfermeras. Agustín seda al muchacho y no tiene dificultades para practicarle la intubación orotraqueal. Lleva a cabo ese procedimiento entre mis dos toracotomías mínimas digitales, dos pequeñas incisiones a nivel del quinto espacio intercostal, a cada lado, para drenar rápidamente cualquier neumotórax amenazante. Y sale aire por ambas heridas, que resulta audible  a pesar del alboroto de la sala de  emergencias. Cuando colocamos un drenaje pleural en cada una de esas heridas, los colectores muestran una fuga de aire en ambos lados aunque  es mayor del lado derecho. Ahora el chico tiene 100 de tensión arterial sistólica y 97 de saturación de oxígeno, valores aceptables que nos alientan para  llevarlo hasta el tomógrafo. Su grave impacto y los signos que presenta califican  para el estudio madre del trauma cerrado severo: una tomografía de cuerpo entero. La ecografía no muestra líquido en el saco pericárdico ni en la cavidad peritoneal, pero debemos descartar todo tipo de lesiones. Y en el tomógrafo una de ellas toma un protagonismo absoluto: una fuerte sospecha de lesión en el bronquio fuente derecho. La hemos intuido porque  vemos que persiste un neumotórax importante a la derecha, el pulmón esta caído como si fuera una cortina cuyo barral se ha desprendido de un lado, y el drenaje derecho presenta un burbujeo cada vez mayor por el escape del aire.

¿Hay un médico especialista en imágenes, de turno de emergencias,  para informar esta tomografía?

No.

¿Disponemos de una fibrobroncoscopia, de una endoscopia de la vía aérea, para confirmar si hay una lesión bronquial?

No.

Entonces, nosotros hacemos este diagnóstico presuntivo, lo suficientemente fuerte como para que llevemos al chico a una toracotomía de urgencia y de peligro.

Con la campana del avenamiento pleural derecho llena de espuma y  burbujas por las pérdidas aéreas, decido que vayamos directamente al quirófano. El oxímetro marca 92% y la oxigenación está en riesgo.

La visión del chico, inconsciente y con un tubo orotraqueal en su boca, conmociona a sus padres recién llegados,  quienes alcanzan  a tocarlo con devoción antes de que ingrese al quirófano.

Grace Montes es la anestesista. Le explico acerca del caso y le hago una pregunta clave, mientras sus residentes lo llevan hasta la sala de operaciones.

—¿Podés hacerle una intubación selectiva?

Observa al paciente con un gesto de dudas:

—Intento… Pero no quiero que se retrase la cirugía, si tiene tanta fuga de aire.

Beto Boca, mi compañero como cirujano de planta en ese turno de viernes, acaba de salir de la sala vecina donde participaba en el plan de coloproctologia. Ayuda a pasar al chico desde la camilla de transporte a la camilla de operaciones, y en cuanto me ve  formula una pregunta clave.

— ¿Fiera, tiene una lesión de bronquio realmente?

— Si, vamos con una toracotomía posterolateral— le contesto enseguida, de modo  que no haya dudas en el ambiente  acerca de la indicación operatoria.

Grace intenta colocar con dificultad un tubo endotraqueal de doble luz, de modo de ventilar solo el pulmón izquierdo y así disminuir las fugas aéreas. Pero el chico se torna azulado, y sus números de tensión arterial y oxigenación caen en picada en el monitor.

— ¡No, vamos con un tubo simple! …¡Opérenlo que está mal! — es su declaración nerviosa.

Dudo por un segundo si no dejarlo en la posición de boca arriba, dada su gravedad, pero elijo la posición de costado que ofrece mejor acceso a una posible lesión traqueobronquial. Estoy dudando entre prioridades anatómicas y fisiológicas, y sé que esa decisión es un arma de doble filo. Entonces, lo giramos  y lo dejamos sobre su costado izquierdo. Nos lavamos junto con Beto, mientras Agustín y la cirujana de planta Dani Arrows lo estabilizan en la posición operatoria.

Elijo ingresar a través de un espacio  intercostal alto, es el cuarto o el quinto,  de modo de acceder mejor a la tráquea distal, la carina y el bronquio fuente derecho, los sitios donde los desgarros traumáticos son más frecuentes. La toracotomía posterolateral  es rápida y sangrante, y reseco el segmento posterior de una  costilla de modo de poder abrir más el separador intercostal de Finochietto.

Traumatizado que apremia, abordaje amplio.

Al movilizar al pulmón contuso hacia delante oímos la salida de aire desde un desgarro casi completo del nacimiento del bronquio derecho, lesión que ha dejado a ese pulmón caído. Desde ese mismo orificio sale también una fina lluvia de sangre que salpica en forma cíclica mi máscara facial. De modo instintivo introduzco un dedo por esa brecha para evitar tanta fuga del oxígeno vital, y palpo el extremo del tubo orotraqueal. Me dirijo a los anestesistas:

 — Tremendo agujero en el bronquio derecho... Traten de progresar  más el tubo, tengo un dedo en la carina a ver si puedo desviarlo hacia el bronquio izquierdo…

Percibo una salida de aire continua en torno a mi dedo índice.

— ¡Está en paro! — anuncia Grace.

Me inclino por encima del campo de tela de la cabecera y veo el rostro azul del chico.

— ¡Puta madre! —no puedo evitar un acceso de ira y comienzo a masajear desde la derecha al corazón, con dificultad dado que no es el mejor abordaje  para una reanimación— ¡Beto, abrilo hacia la izquierda!      

Aplasto el pulmón derecho contra el mediastino de modo de frenar el escape de oxígeno. Beto continúa la incisión hacia la izquierda y cruza sobre el esternón. Toma una cizalla y  secciona con violencia a ese hueso. Al mismo tiempo notamos que el paciente se gira y queda boca arriba: el equipo de anestesiología, con silenciosa desesperación, ha introducido sus manos bajo los campos de tela y lo deja en una posición más accesible para ellos y para nosotros. Entonces abrimos el saco pericárdico y podemos masajear mejor al corazón. En ese momento pienso en los padres del pibe, que cuando llegaron al hospital no pudieron hablar con él, dado que ya estaba sedado y con el ventilador  mecánico. Pero de inmediato Grace me saca de esa angustia penetrante, cuando observo que intenta de nuevo la  intubación selectiva.

Dejo de masajear al corazón y notamos que  reaparece un latido, débil y rápido pero a la vez continuo y regular.

—…Creo que el tubo está ahora en el bronquio izquierdo— afirma la anestesista, con cansancio en su  voz.  

No se oye más fuga de aire en el campo operatorio.

En ese momento el acceso es de euforia.

— ¡Vamos! …¡A suturarlo!

Con un campo operatorio enorme y con el pulmón derecho desinflado, las maniobras ahora se simplifican en gran forma. Puedo ver mejor al desgarro y decido que liguemos la gruesa vena ácigos que pasa a su lado,  de modo de exponer mejor la lesión. Colocamos puntos separados con hilo  reabsorbible para suturar la casi totalidad de la circunferencia de ese bronquio abierto. Afortunadamente, no parece haber ninguna otra lesión asociada. Pero el chico acusa el impacto de lo previo: requiere drogas vasopresoras para mantener su tensión arterial, sus gases sanguíneos revelan acidosis y su sangre no parece coagular bien. Todas ellas indicaciones para finalizar la cirugía ya mismo, a modo de un control de daños,  dejando gasas dentro de la cavidad   para prevenir más sangrados y con la herida de la toracotomía ocluida por una bolsa plástica de Bogotá.

Agustín se quita el ambo quirúrgico y se marcha a cuidados intensivos, a la UCI, a solicitar una cama para ese postoperatorio difícil que acaba de comenzar.

Pero retorna enseguida, y con un gesto de desaliento anuncia:

—No hay cama disponible, están todas ocupadas.

Grace lo mira horrorizada.

Cuesta arriba, todo, siempre.

Primero, para el traumatizado grave; luego, para nosotros.

Hicimos un diagnóstico con los medios que tenemos. Lo operamos como cirujanos de urgencias. Y ahora vamos  a cuidarlo como intensivistas en un postoperatorio de altísimo riesgo, en plena sala de emergencias, inmediatamente al lado de otros pacientes que  siguen ingresando.

Vamos a hablar con los terapistas, me preocupa el manejo del respirador con las contusiones bilaterales que tiene y la sutura del bronquio…— percibo que yo también tengo la voz agotada, como tantas otras veces luego de estresarme por algo.  

Agradezco no tener que dar ahora la peor noticia a los padres, pero el cuadro es sombrío. Control de daños torácico en un paciente  que debemos pilotear fuera de la UCI, distrés respiratorio en puerta y posibilidad de todo tipo de complicaciones.

Reunimos a la anestesióloga Grace y al intensivista Mick Jones en la sala de shock del área de Emergencias. Junto con Beto  ubicamos allí al chico, en un rincón, al lado de un ventilador  mecánico que respira por él, un aparato que le es imprescindible  pero cuya calidad es inferior a la de los respiradores de la UCI. Grace y Mick ajustan el funcionamiento de esa máquina entre gestos de preocupación.

Un pensamiento se torna recurrente: debemos reoperarlo y ponerlo en la UCI cuanto antes.

Logra pasar la noche, en la cual lo reevaluamos  a cada rato, entre la colocación de un drenaje pleural y otro para distintos heridos de arma blanca que van arribando durante la madrugada, al lado de su cama. Heridos que a pesar de su propio dolor nos preguntan qué le pasó a ese chico, que tiene la cara hinchada.  

Ciudad de Paris, 1947.

Acude al 50 Congreso Francés de Cirugía, en carácter de invitado oficial y como mucho más que eso: es el primer embajador de la escuela quirúrgica Finochietto de la Argentina. Los  organizadores de dicho encuentro académico  buscan «la presencia de eminentes cirujanos extranjeros, tales como el inglés Allison, el estadounidense Garlock, que ha operado a 250 pacientes, y el argentino Resano, alumno de Finochietto, que cuenta con cerca de 200 resecciones».​ Observan que «la inferioridad de la experiencia europea es obvia, no excediendo cada cirujano la quincena». La primera ponencia del congreso, a cargo del cirujano francés Soulas, se titula «Sonda Resano para biopsia retrógrada del esófago», lo cual evidencia lo avanzado de la cirugía argentina en aquel período, y del equipo de Finochietto en particular.

En ese tour histórico, Resano  realiza disertaciones en el congreso, cuyo tema oficial trata la patología del cáncer de esófago, y opera pacientes que le han sido preparados en distintos hospitales del país anfitrión. Se ha trasladado con todo su equipo habitual (ayudante, instrumentista, anestesiólogo y todo el instrumental quirúrgico y anestésico de la escuela) y con su sello de elegante practicidad lleva a cabo cirugías nunca vistas en Francia. En pocos días interviene en distintos hospitales a 13 pacientes con cáncer de esófago avanzado y es ayudado en cada caso por el jefe del servicio de cirugía local, que resultan ser Lortat Jacob, Leger, o  Bergeret, entre otros cirujanos maestros.  Se desenvuelve en circunstancias particulares, ante un público repleto de cirujanos ávidos de aprender, y despliega todos los recursos de su especialidad. Debe adaptarse al desafío de operar tumores de diagnóstico tardío, pero supera tales dificultades con su pericia, su vasta experiencia y las restantes claves que ha enunciado para los mejores resultados: técnica precisa y metódica, material de trabajo  adecuado y una anestesia especifica. Olvida por momentos que está en  otro quirófano, en otro país, y cuando observa el instrumental largo y delicado de su propiedad  se siente como en su casa, como en el hospital Rawson.  Su instrumentadora Esperanza Ferrari, su ayudante Vicente Pataro y su anestesiólogo Juan Nesi, un experto en la baronarcosis prolongada, completan ese paisaje que le permite en una nación extranjera reproducir  su escuela de la esofagectomía torácica. La duración de dichas cirugías, donde lo asistencial debe combinarse de modo obligado con un compromiso docente asumido, es de 2 a 3 horas de promedio. Con destreza extirpa de modo laborioso los tumores de todos los enfermos  con excepción de uno de ellos, y solo uno fallece en el postperatorio, estadística excepcional para la época y el contexto médico.  

Años más tarde, el Dr. Alain Mouchet , uno de los organizadores del congreso, escribiría  acerca de él.

”Lo conocí en 1947, cuando vino a París con armas y equipaje. Quiero decir que traía sus instrumentos seleccionados minuciosamente: separadores torácicos de Finochietto, tijeras largas, porta agujas especiales, pasa hilos, pinzas largas de disección. Comprendiendo bien, pero hablando con dificultad nuestro idioma, Resano contaba con la ayuda de la Sra. Resano quien, de ascendencia francesa, le servía de intérprete. El hombre era bajo, moreno, con grandes ojos vivos y desde el primer momento atraía por su simpatía. Calmo, exacto, metódico, en posesión perfecta de sus técnicas, se le veía trabajar con el placer que se siente al observar al artista dedicado a su obra.”

En aquella breve estadía, numerosos cirujanos acuden a verlo al hotel donde se aloja. Se han acercado hasta allí para hacerle más  preguntas acerca de sus técnicas y le ofrecen papeles para que les dibuje sus gráficos personales. Le presentan más pacientes para operar, a la vez que lo invitan a otros hospitales de Francia e incluso a Budapest. Pero Resano debe retornar al Hospital Rawson, donde le aguarda trabajo urgente y le esperan más casos de enfermedades esofágicas que llegan desde toda la Argentina. Celebra en ese momento tal reconocimiento foráneo y lo percibe con un empuje para tomar nuevos desafíos, pero ninguna oferta lo hace dudar del deber sentimental que siempre porta para con su país y su hospital. 

El Dr. Rene Toupet, cirujano jefe del hospital de Bicetre, le brinda un agradecimiento  especial en su partida, luego de aquellos días intensos que compartieran.

 ”No tengo palabras para  agradecer al gobierno argentino, el haber enviado al Dr. Resano y a su espléndido equipo a París, para beneficiarnos con su gran experiencia en esta cirugía tan difícil  del cáncer de esófago, la cual no está a punto en Francia... 

En resumen: cirujano prestigioso, equipo incomparable. Las lecciones admirables que nos dado con tanta modestia y gentileza el Dr. Resano y sus colaboradores no serán olvidadas”.

En cuidados intensivos del HGU, dos semanas después.

Pudimos llevarlo de nuevo a quirófano a las 24 horas de su trauma. En esa oportunidad estuvo con nosotros Enrique G.C., un ex residente de cirugía general del HGU y ya cirujano de tórax. No hubo incidentes desfavorables en esa intervención, pudimos cerrar su tórax y luego sí tuvo la posibilidad tan esperada de ir a cuidados intensivos.

Hoy, al lado de su cama, con el único sonido de fondo de su ventilación mecánica y con la radiografía de su tórax blanco pegada en la ventana, percibo un sentimiento que crece a la par de las dificultades asistenciales. Una opresión invisible que se abate sobre esta sala. La sensación de presenciar una caída lenta pero irreversible en el paciente, debido a una falla progresiva del funcionamiento de sus pulmones.  El predominio de un distrés respiratorio brutal, que está consumiendo todas sus reservas y nos dispara preguntas íntimas e inquietantes.

¿Podría sobrevivir si dispusiéramos del pulmón artificial, el  ECMO, la máquina  de  oxigenación por membrana extracorpórea que se utiliza para fallas respiratorias graves?

 ¿Tendría más chances de salir vivo si estuviera en otro hospital, en otro país, en otro sitio con más recursos materiales?

 ¿Estaría mejor ahora si se lo hubiera tratado de un modo diferente antes?

A mayores frustraciones en los complejos cuidados postoperatorios, mayor el deseo de estar en el quirófano, en nuestro refugio,  donde sí podemos ofrecerle a los pacientes  lo mejor de nosotros con nuestras propias manos. Ojalá todo pudiera resolverse allí y de esa manera, de un modo definitivo y solo anatómico. Pero detrás de ese deseo ingenuo acaba por imponerse una realidad mucho más compleja, esa que todo lo infiltra con sus factores de choque entre las enfermedades y las instituciones.

Muere joven. Y llega ese momento que todos temen, el de dar finalmente la noticia a sus padres.  

Ciudad de Buenos Aires, 1957.

Por su trabajo seminal acerca de la esofagectomía torácica, ha recibido el Premio Ignacio Pirovano, instaurado por la Academia Nacional de Medicina para el mejor trabajo en el área de la cirugía.​ Ya consolidado internacionalmente como especialista en cáncer de esófago, es invitado a operar en esos años de la década del ‘50 a  Santiago de Chile, París, Bruselas, Viena, Lisboa, Milán, Turín,  Caracas y Montevideo. Ha llegado al punto más alto de su carrera, con un impresionante volumen asistencial e incontables publicaciones en revistas extranjeras. Presenta casi 400 casos de resecciones esofágicas con notable supervivencia para la época, pero en ese mismo punto comienza a interrogarse sobre la alta mortalidad de las intervenciones del cáncer de esófago torácico de ubicación media y alta. En 1957, en el XVII Congreso de la Sociedad Internacional de Cirugía, declara que ha decidido desistir y no operar esos cánceres de esófago torácico en vista de una mortalidad demasiado alta, mientras que continuaría interviniendo los tumores de localizaciones más bajas, en esófago inferior y cardias.​

“Debo decir que ningún territorio de la cirugía presenta las dificultades, los peligros y los resultados ingratos que ofrece la esofagectomía por cáncer”

En ese momento, tal declinación quirúrgica se asocia misteriosamente a un declive físico, a una inesperada y progresiva merma de sus reservas. Entonces él es el enfermo, y cae  en manos de una  dolencia cerebral progresiva, la cual lo obligará a restringir cada vez más su actividad laboral. Viaja a Estados Unidos y se somete a una neurocirugía, pero la enfermedad no puede ser controlada totalmente.

Muere joven. En el sepelio, su maestro el Dr. Ricardo Finochietto entrega las palabras  inequívocas de quien lo conoció en la intimidad.

“Resano no fue profeta en su tierra, y toda su obra fue fruto de su exclusivo esfuerzo, de su enorme capacidad.

Todo tuvo que hacerlo personalmente, en una especialidad poco menos que ignorada: responsables esofagoscopias, biopsias, sondeos y dilataciones, largas y tediosas radioscopias, ubicar a los pacientes, operarlos, curarlos, volver al hospital a deshora.

Nunca le alcanzo el desaliento que acoquina a tantos que, vueltos del extranjero, dicen no encontrar elementos de trabajo y clima propicio.

Sus horas se ajustaron a una rigidez que nada ni nadie consiguió alterar; de su casa al hospital y del hospital a su casa. Todos los días de todos los años. Tanto sacrificio, tanto dar de sí y solo de sí, no podía terminar sino como terminó. Apenas pasado el medio siglo, Resano se nos va en plena elaboración de la obra escrita que nos lega el resultado de su quehacer ciclópeo.

Ha sido, sin lugar a dudas,  el creador y cultor de la esofagologia integral, como lo reconociera el cirujano oncológico estadounidense T. G. Pack, y en ese sentido su desaparición física deja un claro mundial”

Epílogo.

Tres Algarrobos, provincia de Buenos Aires, un domingo del 2022.

A través de los árboles la pampa me ve caminar en silencio. Y sucede frente a la plaza de aquel pueblo del siglo pasado, el mismo de calles diagonales hoy asfaltadas. Ese mismo pueblo que con extraña fuerza acaba de sustraerme de la carretera principal y me condujo hasta aquí, por un camino lateral flanqueado por árboles, con su promesa de una historia de iniciación y de claves ocultas.  Me parece ver aquellos pacientes quirúrgicos atravesando la plaza en camillas, viniendo desde el consultorio de la esquina de  las calles Schelotto y Balbiani. Sé que hoy es un espejismo bajo el sol del mediodía, que ayer en otro tiempo fue real, y que la nostalgia sobrepasa al enigma cuando pongo una rodilla en esta tierra. El mismo viento que agita una bandera argentina orgullosa en el centro de esta plaza es el que se llevó la figura de Resano, esa que cabalgara en soledad una y otra vez por este suelo. Desde aquí partió para siempre su viaje, una cruzada de origen pueblerino y con destino en las grandes ciudades del mundo, pero en la cual esa misma bandera volvió a llamarlo una y otra vez para que retornara. Ese fue el periplo inevitable de un titán que generoso entregó su vida, en pos de un propósito vital para sus enfermos y para sí mismo.

¿Que deja una persona cuando desaparece físicamente? Recuerdos en algunos otros, que podrían ser muchos si aquella se entregó con altruismo. Memorias que nos parecen volátiles, hasta que de pronto se canalizan como energías que acaban actuando sobre la realidad, hasta que de pronto sus seguidores lo confiesan: estoy aquí por aquella persona, hago mucho de lo que ella me inspiró para superar los problemas de cada día.

  …Chocando diariamente contra toda clase de inconvenientes…

…Cuesta arriba, todo, siempre…

…Con la dedicación absoluta del Dr. Resano...

…No hay cama disponible en la UCI…

…Todo tuvo que hacerlo personalmente…

…No tenemos ECMO…

En el silencio de este domingo de bulevares calientes y desiertos, vuelven a resonar sus palabras, esas que viajan en el tiempo con patente de eternidad y nos inspiran como cirujanos.

“Si nos preguntan por qué, a pesar de todo, seguimos interviniendo, responderemos: es mejor alumbrarse con una vela que seguir en la oscuridad completa”      

 
  El autor
Guillermo Barillaro
Médico. Oriundo de Tandil, provincia de Buenos Aires
Ha dedicado toda su carrera profesional al área de la Cirugía de Urgencias, del Trauma y de los Cuidados Críticos, tanto en la faz asistencial como en la docente y académica.

Es miembro de la Asociación Argentina de Cirugía y de la Sociedad Panamericana de Trauma, e instructor del curso internacional ATLS (Apoyo Vital Avanzado en Trauma), programa de entrenamiento orientado a médicos para el manejo inicial de los pacientes traumatizados.