Rodrigo Quian Quiroga y Maria Kodama

“Borges llegó a conclusiones geniales sobre la memoria”

PERFIL reunió al neurocientífico argentino que vive en Londres con la viuda de Jorge Luis Borges. Por qué el escritor se anticipó a la ciencia.

Fuente: Perfil.com

Por Martin de Ambrosio

Juntos. Quian Quiroga con Kodama.

Rodrigo Quian Quiroga suele terminar sus charlas científicas con una cita de Funes, el memorioso, el cuento de Jorge Luis Borges que describe los sufrimientos de un peón uruguayo que tras un accidente adquiere una memoria total (“sabía las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez”). Investigador en Neurociencias de la Universidad de Leicester (Inglaterra), el argentino le escribió a María Kodama a fines de 2009. Sospechaba que Borges pudo tener en su biblioteca una fuente secreta de conocimiento científico.

La viuda del escritor aceptó encontrarse con él, y a partir de entonces se juntó varias veces con Quian Quiroga, que está en la Argentina de nuevo por su año sabático en Leicester. Así, el científico accedió a los libros de ciencia que Borges tenía, en cantidad, en su biblioteca. Y dio con un texto minuciosamente anotado de La mente del hombre, libro de 1902 de Gustav Spiller en el que había escrito “memorias de toda una vida, página 187”. Spiller estimaba la cantidad de memorias de una persona a lo largo de su vida: unas cien en los primeros 10 años, 3.600 hasta los 20, 2.000 más entre los 20 y 25 y 10 mil a los 35 años. Una contrastación entre lo que proponía el psicólogo inglés y el cuento borgeano fue publicada por Quian Quiroga en la revista Nature del 4 de febrero.

Quian Quiroga y Kodama darán una charla sobre la memoria en la Facultad de Ciencia Exactas y Naturales en marzo, y habrá una participación del neurocientífico en la bienal Buenos Aires-Praga, en la que Kodama es invitada de honor. PERFIL dialogó con ambos sobre las lecturas científicas de Borges y sobre cómo la neurociencia, con toda su sofisticación, hoy comprueba hipótesis y nociones que Borges manejaba varias décadas atrás.

“Es fascinante que los científicos en el siglo XIX llegaran a intuiciones brillantes sólo con su intelecto. Y Borges también hizo lo mismo. Sin hacer experimentos de neurociencia, ni tener formación científica, simplemente por su mente brillante, pudo llegar a conclusiones que para mí al día de hoy son geniales”, dijo el investigador.

—¿Se puede pensar al revés, que 200 años después la ciencia corrobora hipótesis viejas?

QUIAN: Yo a veces siento que estamos descubriendo la rueda todo el tiempo (ríen).

—¿“Funes, el memorioso” es científicamente correcto?

Q: Lo que Borges plantea ahí es qué pasaría si tuviéramos una capacidad de memoria infinita, si nos acordáramos de todo. Y concluye que si fuera así no podríamos pensar. Hubo gente, antes de él, como William James (hermano del novelista Henry) que había mencionado antes algo así al pasar. Pero Borges armó una historia fantástica y la llevó un peldaño más allá. A veces, lo que nos pasa como científicos es que estamos muy enfrascados en nuestros trabajos, con técnicas nuevas, métodos nuevos y mucha capacidad de medir neuronas. Pero nos falta capacidad de abstraer el problema, alejarnos y pensar.

—¿Borges tenía algo de Funes? Siempre se habló de su gran memoria y sin perder la capacidad de abstracción.

KODAMA: Así es. Me acuerdo la primera vez que quedé deslumbrada con él. Yo estaba en el colegio todavía y me enseñaban algo a la mañana y a la tarde lo olvidaba. Un día, estudiando anglosajón con Borges, me trajo unos libros para que lo ayudara con charla. Me dijo “fíjese, estoy buscando algo, abra el libro por la mitad, en la página impar”, y me indicó exactamente dónde estaba lo que necesitaba. Era un libro que había leído más de cuarenta años atrás. Tenía una memoria fotográfica. Es imposible que una persona recuerde con esa precisión.

—¿Hay casos como el de Funes en la vida real?

Q: Hay varios. Una mujer de California de 40 años tiene una memoria como Funes y puede recordar qué hizo cada día de su vida. Pero se comenta en el ambiente científico que en verdad llevaba diarios con recapitulaciones de su vida, videos que ella misma tomaba. Al fin de cuentas sería un desorden obsesivo y no concebía olvidarse de sí. La cuestión es que le preguntaron cosas triviales que no sabía, como quién había sido el último presidente de los EE.UU.

—¿Y los demás?

Q: Me pregunto si Borges conocía a un científico ruso llamado Alexander Luria, quien describió al paciente Solomon Shereshevskii, otro que recordaba todo y que tenía que esforzarse para olvidar. Luria dice que le dio una serie de números en una primera sesión para que los memorizara. A pesar de que era extravagante, con números y letras como 70-16h-j24-35-128, Solomon la repitió sin errores, de corrido. Lo mismo con otra lista igual de alocada. Luria, que lo estudió mucho tiempo, contó que 16 años después de tratarlo, le dijo si se acordaba de aquél primer listado. El paciente lo recordó bien. Pero le dio otra lista: 3,4,5,6,7,8,… que volvió a repetir de memoria, sin darse cuenta de que se trataba de la serie de los números naturales. Tenía una capacidad impresionante para recordar pero no podía ver la regla lógica que existe detrás de una serie. Era un Funes que no podía abstraer.

—En realidad, esos personajes no resultan admirables. Parecen fenómenos de circo o excentricidades.

Q: De hecho, Shereshevskii tenía un show. Le pedía al público que hiciera una lista para repetirla. El problema era que hacía varios shows por noche, y en el segundo no podía dejar de recordar las listas del primero. Se enloquecía porque no podía olvidar.

—En una entrevista con este diario, el ministro de Ciencia, Lino Barañao, una vez señaló que el argentino más citado en “papers” científicos es Borges.

K: Sí, también me lo dijeron, pero no sé si es cierto.

Q: Es increíble lo que sucede con Borges. Me escribió mucha gente por el texto de Nature. Pero no sólo de mi área, me escribió hasta un profesor de Agronomía de Texas, con el cual poco tengo en común salvo el placer de compartir a Borges.


De tigres, infinito y laberintos

Antes del diálogo para la nota, María Kodama agasajó a periodista, fotógrafo y científico con una especie de visita guiada por el Museo que la Fundación Jorge Luis Borges tiene en la calle Anchorena, en Buenos Aires.

Allí se exhiben primeras ediciones de obras de Borges, ejemplares de traducciones a idiomas extravagantes (para las librerías argentinas), obras de artistas que usaron la literatura borgeana como inspiración y fotos de distintos viajes que hicieron juntos, y que Kodama recuerda ante el menor estímulo.

Mujer de gran memoria, también cita en un momento el poema de Silesius –“la rosa es sin por qué, florece porque florece”–, pero lo dice primero en alemán. A su lado, Quian Quiroga lo repite en el idioma original para regalárselo a su esposa alemana, con quien tiene dos hijos ingleses.

Hacia el final del recorrido, María Kodama muestra una extraña foto en la que se ve a un Borges sonriente, prácticamente arrollado por el cariño de un tigre, que le trasfigura la ciega cara, plena de felicidad y sin el mínimo temor. Su viuda desliza que junto con el infinito y los laberintos, los tigres constituyen uno de los tópicos preferidos del escritor que falleció en Ginebra en 1986.