Durante la lectura, el cerebro representa las aventuras de los protagonistas de la novela.
“El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”, sostenía Miguel de Cervantes. Y no le faltaba razón, como en tantas otras cosas. Leer es una saludable actividad para el cerebro que no sólo aumenta nuestra empatía, al facilitar que nos pongamos en la piel de los personajes que viven en sus páginas, sino que también deja una huella duradera en el cerebro relacionada con las aventuras que leemos. Al menos eso es lo que sostiene un estudio de la Universidad de Emory, publicado en “Brain Connectivity”, que asegura que las novelas pueden cambiar el cerebro de forma parecida a como lo hace la experiencia cotidiana.
La lectura de un libro como Pompeya, de Robert Harris, que narra las últimas horas de la ciudad italiana tras la erupción del Vesubio en el año 79 d C., logró aumentar la conectividad de la corteza temporal izquierda en el cerebro de 21 voluntarios que participaron en el estudio durante 19 días. El incremento de conectividad de esta zona, que alberga el área del lenguaje, persistió después de acabar el libro, lo que hace pensar que estos cambios son duraderos. Los cambios en esta zona podrían ser hasta cierto punto esperables, ya que la corteza temporal izquierda, además de estar implicada en la producción del habla, el procesamiento del lenguaje y la comprensión, interviene también en el análisis de las oraciones complejas que conforman un libro.
En la piel del protagonista
Pero los investigadores encontraron que había más cambios asociados a la lectura. Y estos tenían que ver más con la empatía, o capacidad de ponernos en la piel del otro, que de forma empírica se sostenía que la lectura mejoraba. En consecuencia con esto, apareció también una mayor conectividad en otra zona, relacionada esta vez con la representación de las sensaciones corporales, localizada en el surco central del cerebro, que sirve de frontera entre las cortezas motora y somatosensorial primaria. “Las neuronas de esta región se han asociado con la representación de sensaciones corporales. Pensar en correr, por ejemplo, puede activar las neuronas asociadas con el acto físico de correr.
"Ya sabíamos que las buenas historias te pueden ayudar a ponerte en la piel de otra persona, en un sentido figurado. Pero con este estudio estamos viendo que esto puede tener un verdadero correlato biológico. Los cambios neuronales que encontramos asociados a los sistemas de sensación física y movimiento sugieren que la lectura de una novela te puede ‘transportar’ al cuerpo de la protagonista", señala Gregory Berns, el investigador principal del estudio. En definitiva, que Emily Dickinson no se equivocaba cuando decía que “para viajar lejos, no hay mejor nave que un libro”.
La mayoría de los estudios anteriores en los que se analizaban los efectos de la lectura se habían centrado en los procesos cognitivos implicados en la lectura de historias cortas, que tenían lugar mientras los participantes las leían y simultáneamente eran sometidos a una resonancia magnética funcional. Sin embargo, la investigación de Emory se ha centrado en la huella neural que deja la lectura de una historia varios días después de haber dejado de leerla.
Libros que dejan huella
"Algunas historias contenidas en los libros dejan huella en nuestras vidas y en algunos casos ayudan a definir a una persona", señala Berns, famosos estudiar previamente el cerebro canino y que ahora se ha propuesto entender cómo una novela puede cambiarnos el cerebro. Eligieron Pompeya, explica, porque tiene una línea argumental dramática muy fuerte que engancha al lector. La novela narra cómo el protagonista, que está fuera de la ciudad, reconoce los primeros signos que presagian la erupción y vuelve a Pompeya para salvar a la mujer que ama. Sin embargo, en el interior de la urbe nadie parece reconocer esos inquietantes presagios y le prestan poca atención.
Durante nueve días, los participantes, enganchados por el argumento, leían en su casa unas 30 páginas del libro. Después de someterse a unas pruebas que garantizaran que habían hecho los deberes, se sometían cada mañana a una resonancia mientras no llevaban a cabo ninguna tarea, es decir en reposo. Acabada la lectura, se sometieron a otras cinco sesiones más en cinco días diferentes, para comprobar la persistencia de los cambios. "A pesar de que los participantes no estaban leyendo la novela, durante la resonancia, conservaron esta conectividad aumentada", dice Berns."A este efecto le llamamos "sombra de actividad", y es algo así como una memoria muscular".
Esos cambios neurales no eran sólo reacciones inmediatas a lo leído, señala Berns, ya que persistieron a la mañana siguiente, y tambien durante los cinco días después de que los participantes completaron la novela. "No sabemos aún cuánto tiempo pueden persistir", aclara Berns. "Pero el hecho de que los detectemos en pocos días después de leer una novela asignada al azar sugiere que las novelas favoritas de cada uno sin duda podrían tener un efecto más grande y de mayor duración en el cerebro”, sostiene.