Por Maria Cristina Deprati Presidenta del Capítulo de Violencia social y Salud Mental de APSA
Desde nuestro capítulo repudiamos absolutamente los linchamientos, que han acontecido en Argentina, aunque comprendamos sociológicamente la médula de su accionar.
Corresponde discurrir en algunas elaboraciones para dar cuenta de nuestra decisión. Hemos trabajado 14 años en nuestro capítulo para comprender: que hay linchamientos simbólicos y físicos, que surgen de un menoscabo del “otro”; que un Estado no reside sólo en la extensión de su aparato (más policías, más cámaras de seguridad, más subsidios), sino en el efecto civilizatorio que produce y en la preservación de la dignidad. Que el efecto civilizatorio se sostiene con la creación de la cultura que se inaugura con la hospitalidad y la responsabilidad y ambas se organizan desde la sensibilidad por la fragilidad del otro. Antes de la hospitalidad era la catástrofe, y además soy, somos responsables de aquello que es frágil.
Luego de la acción comunitaria en una escuela primaria de La Boca y en un centro comunitario del mismo barrio, desde 2002 hasta el 2006, revisamos qué contratos sociales sostenían aquello que observábamos….formulamos el Contrato Social Cínico que sostenía aquello que veíamos en pequeño. En el contrato cínico vulgar es la escasa maestría del accionar frente a la incertidumbre, lo que lleva a las pulsiones de dominio a negar la otredad y a transferir la subsistencia por la desexistencia. Promueve la hipocresía, la altanería, el desdén por la communitas, el engaño, el avance del individualismo donde el “otro” ha devenido un objeto manipulable, desechable y superfluo. Es un contrato que nos incluye y del que padecemos sus consecuencias que se manifiestan como trastornos del pensar, con disociaciones y donde se privilegia “el todo vale” o “la ley soy yo”, sin ningún registro en lo afectivo, de sí mismo y del “otro”. Cuando los políticos, jueces y autoridades varias, se expresan con altanería, manifestando su trasgresión a la ley sin pudor, logra en la población un efecto multiplicador en el mismo sentido.
Los acontecimientos que paso a describir dieron cuenta de ello, siendo además reveladores de indiferencia, violencia y menoscabo hacia el otro sufriente. En abril de 2013 en el Hospital Borda, los sucesos fueron destructores de la cultura y el accionar fue motorizado por una máxima insensibilidad frente a los más frágiles de una comunidad; la ley vulnerada porque la autorización de desalojo era fraguada, también ello constituyó un linchamiento físico y simbólico a la ley, a los pacientes, a los profesionales, a los familiares de los pacientes y a la comunidad toda. Además, hoy sabemos lo revelado por gendarmería, que los muertos en las inundaciones de La Plata, son al menos 89, y no 50 como se comunicó, ello deja mensajes elocuentes de indiferencia por el dolor de los familiares de las víctimas y la intención de preservar el poder de los responsables de la tragedia.
Con respecto a la educación, en el comienzo del presente año escolar, el ministro de Educación de CABA, decide alojar a los niños “sobrantes” en Aulas-Containers como para reforzar la cultura de la Desechablidad donde todos somos descartables y superfluos.
Los linchamientos recientes ponen en duda la creencia en la reparación simbólica que el Estado realiza cuando hace justicia. Esa creencia devenida descreencia, no depende de los años de las penas al réprobo, sino de la fortaleza de la creencia que inspira la justicia estatal y que alivia a una persona que ha sido agredida o robada. El Contrato Cínico promueve la descreencia en la justicia e incita a los linchamientos.
La cultura se sostiene con verdad, ley y memoria, a lo que agrego con responsabilidad, que no es más que responder por el “otro” en estado de fragilidad. Todo lo que atente contra estas premisas, produce la ruptura del lazo social. Ruptura de la que los linchamientos serían un intento desafortunado de su reconstrucción, organizando un mundo dividido : los linchados, excluídos y los linchadores, incluídos. De allí que nuevamente se inicie el ciclo de incremento de violencia, delito y sufrimiento. Ambos son víctimas de un sistema que los trasciende. Nadie sale ileso del enfrentamiento.
Por lo anterior y por conjeturar que si no repudiamos absolutamente el linchamiento, también los psiquiatras somos cómplices y promotores del establecimiento del Mal, que sostiene y facilita la violencia, y cuyas características son hacer que el humano devenga superfluo en tanto humano y falte a la responsabilidad por la otredad.