Por Diego Golombek | LA NACION
Esta vez nos ponemos serios para una situación que volvióa estar en los medios y reviste una enorme gravedad: la decisión de muchos padres de no vacunar a sus hijos
Es cierto: esta columna se llama Ciencia a lo loco, y se caracteriza por una mirada a veces ligera, esperamos que entretenida -aunque no por ello menos rigurosa- de la ciencia y sus circunstancias. Pero a veces hay que ponerse serios y poner toda la carne al asador; seguramente éste sea uno de esos casos. Cada tanto vuelve a aparecer la polémica sobre el uso de las vacunas y sus potenciales efectos detrimentales, y en estas últimas semanas esta supuesta controversia volvió a cobrar vida, con presencia en diversos medios e informaciones de todos los colores.
Y esto es grave. La vacunación es, sin duda, uno de los grandes inventos de los que debemos enorgullecernos. Desde que Edward Jenner descubrió y aplicó la vacuna antivariólica (y sus vericuetos son una joyita de la historia de la ciencia) se ha avanzado muchísimo, y acá estamos nosotros bastante sanitos para demostrarlo. Pero de las vacunas se dice de todo: que hacen daño, que dan pena, que causan autismo, trastornos neuropsicológicos y vaya a saber qué más. Pero resulta que hay algo en la ciencia, y particularmente en la medicina, que se llama evidencia. Y nada de eso que se dice está sustentado por la evidencia.
Las vacunas están pensadas para ser utilizadas de manera universal, lo que implica que haya muchos ojos encima, que permanentemente evalúen sus efectos deseados, secundarios y no deseados.
Algunas de las mentiras que andan dando vueltas tienen un origen que se puede rastrear fácilmente. En 1998, una de las principales revistas de medicina (The Lancet) publicó un trabajo que relacionaba la vacuna triple viral (anti sarampión, paperas y rubeola) con el autismo. Se imaginarán el revuelo que causó; a consecuencia, la tasa de vacunación cayó sensiblemente, al menos en Inglaterra.
Al mismo tiempo, este trabajo aumentó las investigaciones sobre el tema, que una y otra vez fallaron en encontrar esta relación diabólica hasta que, finalmente, en 2010, el paper debió ser retractado por la revista (o sea, se admitió que era falso), así como se demostró que su autor tenía severos conflictos de ética, financieros y científicos. Claro, la primera parte de la historia (la publicación) es la que más se conoció y la que más daño sigue causando.
Otras hipótesis sobre la maldad de las vacunas se basaron en el uso de algunos preservantes (que evitan que las vacunas se contaminen), como el timerosal, que contiene mercurio. De nuevo, primero la evidencia: los estudios que se hicieron (muchos y grandes) descartaron una asociación entre el uso de preservantes y la aparición de trastornos neurológicos. Aun así, hoy en día la mayoría de las vacunas no contienen timerosal o sólo contienen trazas de este preservante. Tampoco hay evidencias que relacionen las vacunas con la epilepsia o que digan que no es bueno dar una combinación de varias vacunas juntas.
La situación es grave
"Vacunarse no es una decisión individual"
Ya sabemos qué sucede si nos basamos en explicaciones pseudocientíficas; allí está como prueba la reaparición de enfermedades que supuestamente estaban erradicadas, y todo por no querer vacunarnos, a nosotros o a nuestros hijos, sin ninguna evidencia de por medio más allá de discursos fáciles, imprecisos, falsos. Vacunar no es una opción: es la ley, en su mejor sentido, el de una decisión colectiva y racional que se pone sobre papel para ser cumplida.
Vacunarse no es una decisión individual. Uno puede elegir lo que se le cante: tocar guitarra con púa, chuparse los mocos, lo que quiera, siempre y cuando lo afecte o ponga en riesgo a uno mismo. Pero decidir no a las vacunas es un riesgo social; por arriba del 95% de vacunados se considera que la sociedad está protegida, aun aquellos que no pueden vacunarse por algún motivo e incluso los pocos que eligen no hacerlo. Pero si no llegamos a ese porcentaje, todos estamos en riesgo, y será responsabilidad de los insensatos que no se vacunen a ellos y/o a sus hijos.
Ojo: no todos se prenden en esta desinformación. La enorme mayoría de los médicos informan y recomiendan lo que deben. Vale también destacar el comunicado de la Red Argentina de Periodismo Científico, que en su página web advirtió sobre los peligros de esta ola de chantadas que nos azota y que confunde a los padres y a las charlas de pasillo en el jardín de infantes y en la escuela.
Ya lo advertí: esta iba a ser una columna seria..