La OMS alerta de que la polución del aire mata a ocho millones de personas al año.
Elena G. Sevillano
Hoy en día ya nadie duda del nefasto impacto en la salud de la contaminación: centenares de estudios científicos demuestran la relación entre la mala calidad del aire que se respira en la mayoría de las ciudades y las enfermedades respiratorias, cardiovasculares, el ictus y el cáncer. Incluso con el bajo peso de los bebés al nacer, lo que indica que también afecta al desarrollo del feto. Hasta ahora la Organización Mundial de la Salud (OMS) había publicado estudios sobre ese vínculo perverso, pero nunca había lanzado una advertencia tan clara como la que salió de su 68ª Asamblea Mundial la semana pasada: los países deben poner todos los medios para evitar que sus ciudadanos respiren aire contaminado.
El máximo órgano ejecutivo de la OMS, que reúne a todos los Estados miembros, aprobó la primera resolución de la historia de esta organización que insta a los Gobiernos a buscar soluciones. Y a hacerlo ya. Porque hay vidas en juego. Según sus estimaciones, cada año se producen más de ocho millones de muertes en el mundo por la contaminación. La polución atmosférica –básicamente, la que provocan los gases de los motores de los vehículos, sobre todo los diésel, y las emisiones de las centrales térmicas que usan combustibles fósiles– es culpable de 2,6 millones de fallecimientos. Los otros 4,3 corresponden a la mala calidad del aire dentro del hogar: millones de personas aún cocinan con fuegos abiertos, estufas de carbón o leña, e inhalan las partículas que emana la combustión.
Expertos y organizaciones dedicadas al medio ambiente han calificado la resolución de la OMS de “histórica”, pero insisten en que no debe quedarse en una grandilocuente declaración política. Tiene que traducirse en hechos, empujar a los Gobiernos a actuar de manera decidida, señala la organización europea Health and Environment Alliance (HEAL). Su director, Génon Jensen, cree que servirá de acicate para que la Unión Europea revise el borrador de la directiva de techos de emisiones nacionales (NEC, en sus siglas en inglés), actualmente en proceso de negociación. Jensen opina que la OMS ha lanzado “una alerta de salud pública urgente”, y que los países deben responder en consecuencia ante el “asesino invisible”.
Los países deben actuar de manera decidida y trabajar mano a mano con el sector privado
“La contaminación es el principal riesgo medioambiental para la salud al que nos enfrentamos actualmente”, señaló María Neira, directora del departamento de la OMS de Salud Pública, Medio Ambiente y Determinantes Sociales de la Salud. Se trata, además, de un determinante sobre el que el ciudadano no puede actuar. Uno puede cuidar la salud con ejercicio y comiendo sano, pero la calidad del aire que respira depende de las autoridades locales y estatales. Por eso la resolución les pone deberes concretos: tienen que fomentar la sensibilización de los ciudadanos sobre los peligros de la contaminación, deben crear planes para limitar la exposición al aire sucio, trabajar con el sector privado para desarrollar soluciones de movilidad sostenibles, etcétera. La OMS también les pide que le pongan números a la amenaza, es decir, que evalúen e investiguen los efectos en la salud de la contaminación.
Elevar la temperatura
El dióxido de carbono (CO2) suele llevarse toda la culpa del calentamiento global, pero los mismos contaminantes que afectan a la salud (carbono negro, ozono troposférico, metano), llamados contaminantes climáticos de vida corta, también contribuyen a elevar la temperatura del planeta. Muchos delegados nacionales destacaron durante la Asamblea que en realidad la lucha contra la contaminación atmosférica va de la mano de la batalla contra el cambio climático. La resolución lo refleja así: “Promover la calidad del aire es una prioridad para proteger la salud y generar beneficios para el clima, los ecosistemas, la biodiversidad y la seguridad alimentaria”. La declaración de la OMS llega en un momento crucial, a pocos meses de que se celebre en diciembre la cumbre COP21 en París, donde la ONU quiere cerrar un acuerdo global de reducción de emisiones que sustituya al de Kioto.
El llamamiento de la OMS no está aislado de los de otras organizaciones internacionales. El año pasado, el Banco Mundial publicó un informe, El desarrollo adaptado al cambio climático, en el que recordaba que este fenómeno plantea “un grave riesgo para la estabilidad económica mundial” y analizaba proyectos específicos y su impacto si se ampliaran a nivel nacional. Ponía un ejemplo en India: si construyera 1.000 kilómetros de carriles de autobuses alrededor de 20 grandes ciudades, en 20 años se evitaría la muerte de 27.000 personas gracias a la reducción de los accidentes y de la contaminación del aire. Las experiencias existen; solo hay que universalizarlas.
Estrategias
La preocupación por la relación entre la salud y la contaminación no es exclusiva de Europa, ni de Occidente. China, el mayor emisor de gases de efecto invernadero, se ha tomado muy en serio su problema de calidad del aire (provocado por el tráfico de las ciudades, la actividad industrial y las calefacciones de carbón) en los últimos años. Por primera vez, a finales de 2014 se comprometió a reducir sus emisiones. Meses antes había anunciado la prohibición del carbón para 2020.
Las soluciones para reducir la contaminación varían enormemente en función de cada país, como demuestra un informe elaborado por siete instituciones científicas europeas, entre ellas el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). En España y el sur del continente, la medida más efectiva es crear zonas de bajas emisiones en las que se prohíbe circular a los vehículos antiguos y más contaminantes, explica Xavier Querol, el coordinador del proyecto. Lisboa ha sido la última capital europea en hacerlo, en enero pasado.