Muchos artistas muestran una especial devoción por las medicinas alternativas y complementarias. Desconozco hasta que punto esta observación es generalizable, pero me atrevería a decir que su interés por estas otras medicinas es superior al del común de la gente. Quizá esta inclinación sea consustancial a su dedicación profesional a la representación de la experiencia y la realidad percibida mediante los materiales propios de su oficio, ya sea la palabra, la imagen o cualquier otro lenguaje. Representar una experiencia o una percepción es, al fin y al cabo, lo que las hace visibles. Y en este terreno, el de la representación, las medicinas alternativas y complementarias se han revelado a menudo más capaces que la medicina ortodoxa, tan mecanizada ella y sin apenas tiempo para que los pacientes puedan contar lo que consideran que los médicos deben saber de su enfermedad y de su vida.
El gran predicamento que tienen estas otras medicinas en la sociedad actual no se corresponde en absoluto con la eficacia de sus intervenciones demostrada en ensayos clínicos. Su reconocimiento se debe, más bien, al papel principal que siguen otorgando a la palabra, a las historias que cuentan los pacientes. Llenan, en este sentido, un hueco de la medicina ortodoxa. Los médicos han perdido pericia con la palabra y muestran en general una falta de competencia para interpretar lo que los pacientes necesitan contar. Este es, probablemente, uno de los males principales de la medicina actual y el gran vacío que pretende llenar la llamada medicina narrativa, un movimiento clínico que aspira a humanizar la asistencia y enseñar a los médicos a interpretar las historias clínicas devolviendo la palabra al centro mismo de consulta.
“La medicina se equivocó al separar las cuestiones de la vida de las cuestiones de la enfermedad”, decía una de las figuras más relevantes de este movimiento, la internista estadounidense Rita Charon, en una entrevista realizada por Mauro Tortolo y publicada en IntraMed, que vale la pena volver a leer. El resultado ha sido la pérdida de competencia para entender el significado profundo de lo que cuentan los pacientes, cuando se les da tiempo y confianza. Pero esta habilidad se puede enseñar, y una de las vías que propone la medicina narrativa es la escritura, porque escribir no es solo registrar, sino representar experiencias, las que cuenta el paciente y las del reconocimiento mutuo entre médico y enfermo.
En el New England Journal of Medicine del 15 de noviembre de 2012, la doctora Charon publicó un artículo (The Reciprocity of Recognition — What Medicine Exposes about Self and Other) en el que explica una experiencia clínica reveladora de un auténtico contacto entre médico y paciente para lograr el mutuo reconocimiento, y muestra la importancia de escribir las propias experiencias clínicas para conocer de verdad. Si para el paciente puede ser útil escribir sobre su propia enfermedad, para el médico es una herramienta necesaria para reconocer al paciente y ser un auténtico médico.
El movimiento de la medicina narrativa, desarrollado en las últimas décadas en el mundo anglosajón, está levantando el vuelo también en los países de habla hispana. En Argentina, por ejemplo, se celebró en 2011 la I Jornada Internacional de Medicina Narrativa, organizada por el Hospital Italiano. Y ahora, la Red Iberoamericana de Humanidades Médicas está promoviendo, en alianza con el King’s College de Londres, un grupo de trabajo en español y otro en portugués sobre medicina narrativa y su abordaje desde la filosofía, la literatura, el cine o la práctica clínica. La idea es integrar la comunidad iberoamericana en la International Network for Narrative Medicine, que se lanzará en Londres en el Congreso de Medicina Narrativa de junio de 2013.
Si la salud es un bien tan difícil de cuidar es porque está encarnada en un ser humano con un cuerpo y una biografía distintos a todos los demás. Eso lo sabemos médicos y pacientes, pero parece que se nos ha olvidado la importancia de la palabra y la narración de la enfermedad en el cuidado de la salud. Y eso es precisamente lo que reivindica la medicina narrativa.
Gonzalo Casino (Vigo, España, 1961) es periodista y pintor. Su curiosidad se enfoca hacia las confluencias del arte y la ciencia, el lenguaje y la salud, la neurobiología y la imaginación, la imagen y la palabra. Licenciado en Medicina, con postgrados en edición y bioestadística, trabaja en Barcelona como periodista científico e investigador y docente de comunicación biomédica, además de realizar proyectos individuales y colectivos como artista visual. Ha sido coordinador de las páginas de salud del diario El País y director editorial de Ediciones Doyma (después Elsevier), donde ha escrito desde 1999 y durante 11 años la columna semanal Escepticemia, con el lema “la medicina vista desde Internet y pasada por el saludable filtro del escepticismo”. Ahora ha reanudado esta mirada sobre la salud y sus intersecciones con la biomedicina, la ciencia, el arte, el lenguaje y otros artefactos en Escepticemia.com y en el portal IntraMed.
* Archivo completo de Escepticemia desde 1999