En el último número de la revista JAMA, el doctor Rafael Campo escribió un editorial sobre la importancia del lenguaje en medicina y cita la poesía como ejemplo. Aquí, IntraMed reproduce el texto traducido.

Entre las muchas motivaciones que tienen quienes enfrentan una enfermedad para ponerse a escribir en respuesta, quizás la más importante sea nombrar su condición.

Cuando aparece la enfermedad, puede convertirse en todo; la identidad particular de la persona en el hospital o en la cama de la UCI puede perderse fácilmente en la prolongada (im)paciente espera de un diagnóstico, o del siguiente procedimiento, o de la posibilidad de curación o curación, como dice el título “Ser (el) Paciente”[1].

De ahí el impulso de escribir: registrar el nombre de uno, traducir el número de registro médico (MRN, por sus siglas en inglés) en algo no murmurado pero sí significativo, convertir la etiqueta insensible de los médicos de “viajero frecuente” mediante una rima poética en una imagen más heroica de “un verdadero luchador”.

Con demasiada frecuencia, los nombres que el hospital da a las enfermedades se dan en acrónimos incomprensibles o códigos ICD-10 con plantilla, en contraste con el lenguaje sencillo del poema; o quizás no se comunican en absoluto, como sugiere la ausencia de diagnóstico en el poema.

Expresarse creativamente, insiste el autor de este poema, es nombrar la alienación de la enfermedad, resistir la sensación cotidiana del “turno noche” en favor de la más reconfortante “tarde” e imaginar de alguna manera mantenerse con vida. De hecho, escribir poesía puede no sólo curar, sino incluso conferir inmortalidad, como concluye el orador: “Escribo mi nombre/por si acaso/porque estoy más que vivo”.