El destacado escritor sufrió un accidente lo paralizó

Hanif Kureishi y un nuevo libro pensado desde el hospital

El escritor británico paquistaní publicará un libro de memorias, aunque no puede escribir por sus propios medios. Saldrá en 2024, recopilará hilos de twitter y crónicas de su blog.

Autor/a: Celina Abud

Pocos días atrás, el  novelista y guionista británico paquistaní Hanif Kureishi anunció que para 2024 publicará un libro de memorias que ahondará en cómo es su vida tras el accidente que sufrió el año pasado en Roma y que lo dejó completamente paralizado, al punto que no puede ni sostener una lapicera. Más allá de que su cuerpo está inmóvil, su cerebro piensa sin cesar y, con ayuda, se las arregló para comunicar tanto en su cuenta personal de Twitter como en un blog cómo es la vida de un escritor que hoy no puede escribir.

El volumen, que será editado por el sello Hamish Hamilton (del grupo Pengüin Random House), contendrá y ampliará material que el autor estuvo publicando en twitter y Substack -plataforma en la que tiene el blog The Kureishi Chronicles.

Desde entonces, le dicta reflexiones a su hijo, que van desde la vida en el hospital Agostino Gemelli en Italia (donde está internado desde el 10 de enero), la salud, los sentimientos de tristeza y enojo mechados con humor, los procedimientos médicos y hasta incluso los vaivenes con la inteligencia artificial, a la que tiene que usar como herramienta sin llegar a acostumbrarse del todo.

Todo cambió para el autor de Intimidad el 26 de diciembre de 2022, cuando sufrió una descompensación cardíaca que derivó en una caída mientras estaba paseando por Roma, junto a su esposa. Tras permanecer internado en terapia intensiva por varios días, siguió su recuperación en el nosocomio italiano, lugar en el que asumió que existe la posibilidad de no volver a caminar.

A la situación se le suma la incertidumbre de no saber cuándo va a poder volver a Londres, su ciudad, y la presión de los gastos médicos en un país extranjero.  Por tal motivo, el blog habilita la opción de colaborar. “Queridos lectores, mis despachos van a ser siempre libres y gratuitos para todos. No puedo usar las manos y escribo por dictado con ayuda de mi familia. Si te vuelves un suscriptor pago para apoyarme, significaría mucho para mí”, anuncia el encabezado de cada uno de sus textos. 

Es que hoy Kureishi no puede realizar tareas simples como comer por su cuenta o lavarse los dientes. Ni siquiera algo tan simbólico para un escritor como agarrar una lapicera.  “Cuando vi a un hombre saludar con la mano a su propia mujer, no podía creer que no se diera cuenta de lo profundamente complicado que era ese acto. Envidio a los que saben rascarse la cabeza. Envidio a los que saben atarse los cordones de los zapatos. Envidio a los que pueden agarrar una taza de café. Envidio a los que pueden usar sus propias manos”, dijo en uno de sus despachos.

Con la quietud, crece la urgencia de compañía. La encuentra en las visitas intermitentes pero también en sus lectores. “Cada día, cuando dicto estos pensamientos, abro lo que queda de mi cuerpo roto para intentar llegar hasta ustedes, para impedir que me muera por dentro. Ustedes me mantienen vivo”, dijo en la red social del pajarito. De hecho, su biografía actual de Twitter no le escapa al presente, sino que además, lo vuelve narración, historia clínica e historia de vida. Detalla: “Escritor. Mi hermosa lavandería. El Buda de los Suburbios. Ganador de un Whitbread y un PEN/Pinter. Miembro del King's College de Londres. Despachos desde mi cama de hospital”.

Algunas de sus frases, crudas, muestran el desencanto por el inesperado deterioro: “Es horrible estar sin esperanza, haber perdido el uso de mis manos es lo peor que me pasó. Rezo para poder tener más movilidad en el futuro, al menos en una de ellas”. O :“Mi cordura nunca fue puesta a prueba. Por desgracia, no pude volverme loco. Más que nada, estoy desesperado”.

Se adivina, entonces, que no es casualidad el tema que eligió para un concurso de textos cortos dirigido a los lectores suscriptores: “la juventud en el sentido más amplio de la palabra”. Así como Kureishi supo retratar con vigor la generación de la década del ’70, convoca a nuevas voces para que se expresen en 700 palabras. “Quiero que The Kureishi Chronicles sea más colaborativo y me encantaría tener más contribuciones de mi fabulosa comunidad (…)”, remarcó.

La escritura y el humor para pasar el tiempo

“Últimamente he sentido que me ralentizaba como escritor, como le ocurre a uno cuando se hace mayor, pero las ideas no han dejado de llegar. Personajes, voces, situaciones, estoy tan lleno de ellas como siempre, si no más. No aconsejaría tener un accidente como el mío, pero sí diría que permanecer completamente inerte y en silencio en una habitación monótona de las afueras de Roma, sin demasiadas distracciones, es sin duda bueno para la creatividad. Privado de periódicos, música y todo lo demás, te darás cuenta de que te vuelves muy imaginativo”, afirmó Kureishi con humor. Pero no se quedó ahí, sino que dobló la apuesta: “Desde que me convertí en un vegetal, nunca había estado tan ocupado”.

Este proyecto editorial es hoy su forma de expansión, por más que continúe en la misma cama.  El director de Hamish Hamilton, Simon Prosser, será quien ayude a Kureishi a hilvanar los textos que formarán el libro. "Como miles de personas, me electrizaron las palabras que comenzó a enviar al mundo en enero a través de hilos de Twitter, detallando sus pensamientos, sentimientos y recuerdos, tal como le llegaban, con extraordinaria claridad, fuerza y serenidad", había señalado Prosser al diario inglés The Guardian.

Es que los relatos más crudos se vuelven incluso más conmovedores cuando se mechan con humor, porque hacen una suerte de espejo de la propia vida. “Discúlpemne un momento, debo hacerme una enema ahora. (…) Enema hecha. De vuelta a la realidad”, llegó a decir.

Sus mirada ácida tampoco le escapa a la inteligencia artificial, y a sus herramientas que se ve obligado a incorporar por su condición, aunque muchas veces, a su pesar. “Es difícil trabajar gritándole a una computadora durante horas, y no siempre es tan eficiente. Escucho audiolibros, pero de alguna manera mi situación aquí los agria. No son tan divertidos como pensé que serían. De alguna manera se vuelven morbosos por mi sombrío estado de ánimo”. 

Con todo, sigue con las bromas: “Siempre me gustó la idea de que la inteligencia artificial (IA) me quitara el trabajo algún día”. Y tras reconocer que la herramienta podría ayudar a la creatividad, siguió con las ironías. “Esperaba que, si podía escribir un guión por mí, fuera capaz de responder a los mensajes de mi madre sin que yo tuviera que leerlos”.

Pero lejos de la ilusión (o el terror) de reemplazarlos, la IA no hizo otra cosa que dejarle más en claro el rol fundamental de los escritores y por qué son irreemplazables. “Nunca podrá hacer todo lo que escribo porque, fundamentalmente, un texto sin autor es como un coche bonito sin motor. La subjetividad es la sangre vital de una historia. Y, por lo pronto, ninguna máquina es capaz de una verdadera abstracción; todo lo que puede hacer es regurgitar lo que ha aprendido interiorizando toda la historia de la literatura y el cine. Pero hay cosas peores que tener un amigo servicial con tanta experiencia”, señaló.

Por último, reconoce a todos aquellos que lo acompañan como fundamentales: sus familiares, que lo hacen sentir “una persona normal y no un paciente”, su cuidadora Isabella, con quien expresa conocimiento mutuo y sus lectores, que estarán ahí para ver todo lo que el autor tiene para decir, todo lo que tiene para explayarse y para compartir, aunque sea, desde la impersonal cama de un hospital.

Sobre la enfermería y la escritura

Kureishi quiso escribir un tweet en reconocmiento a las enfermeras que lo rodean y que tanto hacen por él. Comprendió ellas disfrutaban la ardua tarea de ellas por pura vocación. Y sólo pudo comprender esa felicidad porque él siente el mismo llamado, sólo que al escribir. Aquí, sus conmovedoras palabras traducidas. 

 

El otro día estuve charlando con una médica investigadora sobre vocaciones y ella me contó que una vez, cuando le enseñaba a un estudiante inteligente, cometió el error de preguntarle por qué quería ser enfermero en lugar de médico. Él se sintió ofendido por la pregunta; nunca se le ocurrió ser médico. Ser enfermero no era ser un médico frustrado. Era su vocación.

Recordó a una enfermera que ayudaba a su madre cuando él era niño; desde ese momento decidió que quería ser enfermero. Nada lo desviaría de este camino.

En cada pueblo, en cada ciudad del mundo hay hospitales, y estos hospitales están llenos de enfermeros que hacen un trabajo abnegado. Por las conversaciones que he tenido con las enfermeras con las que ahora paso la mayor parte de mis días, y algunas de mis noches -no habiendo conocido ninguna antes- todas consideran que su trabajo es una vocación. Me visten y desvisten, me lavan el cuerpo, los genitales y el culo, me limpian cada parte y me cepillan el cabello; y por supuesto este es su trabajo diario. Son hábiles en múltiples formas. Su trabajo es técnico y nada fácil.

Una de las razones por las que quiero hablar del tema es porque puedo notar ahora, en comparación con los demás –ciertamente, las personas que me rodean–, que tengo fobia a los cuerpos de los extraños. No me gustaría inyectarlos, darles pastillas, voltearlos, insertar un catéter o lavarlos. Me resulta difícil, por tanto, identificarme con la vocación de enfermería, excepto cuando pienso en que yo mismo tengo una vocación, que es la de escribir.

A las enfermeras con las que paso mis días parece gustarles, si no amar, su trabajo. Son alegres. A menudo cantan y hacen bromas. No están bien pagas, pero han hecho este trabajo durante años y, por lo que veo, quieren seguir haciéndolo. Un enfermero con el que hablé hace poco dijo que no tenía novia porque llegaba demasiado cansado de su trabajo como para pasar el tiempo con alguien en su casa. Tenía que recuperarse para poder concentrarse en hacer su trabajo lo mejor posible. Sus programas de televisión favoritos eran los ambientados en hospitales; le gustaba cualquier cosa que involucrara a poblaciones enteras siendo aniquiladas por enfermedades fatales.

La idea de una vocación tiene tintes religiosos; existe la noción de lo divino y de un llamado. El deseo de ayudar a los demás y de ser de útil. También hay un aspecto sexual en tal elección, ya que la sexualidad de las personas, como su vocación, no es una opción, sino algo a lo que se sienten inexorablemente atraídos. Se podría decir que los elige a ellos, y no que ellos la elijen.

Quería ser escritor desde que era un adolescente y nunca pensé que sería muy bueno para otra cosa. Al igual que con la sexualidad, tal misión es como una perversión, no podía vivir sin ella y debía realizarla compulsivamente. No puedo ser persuadido en contra de mi deseo de escribir. Es el centro de mi ser.

Siempre me han fascinado los rituales diarios de los escritores profesionales. De cuánto tiempo pasan en su escritorio, si usan pluma estilográfica o máquina de escribir, y cuántas palabras, etcétera, les gusta hacer al día. Cosas triviales, pero no para mí.

Recientemente estaba leyendo acerca de un escritor muy exitoso. (Debo agregar aquí que Isabella me estaba leyendo el artículo, ya que no puedo usar mis manos ni levantar un iPad, y me encanta su voz y su acento). Este escritor escribe dos novelas al año. Pasa alrededor de diez horas al día escribiendo y ha escrito alrededor de ciento treinta libros.

Este es un nivel de obsesión que no envidio y al que nunca aspiraría. Paso días enteros sin escribir, tengo cosas mejores y más interesantes que hacer, y a veces me pregunto si podría dejar de escribir por completo. Me gusta pensar en cómo sería eso. Sin embargo, nunca paso más de una semana sin escribir algo. Cuando finalmente me pongo manos a la obra, me sorprende la naturalidad con la que se me ocurre. Pero nunca deja de hacerme sentir ansioso.

Empecé este artículo pensando en lo que considero la extraña devoción de las enfermeras y su compromiso con la bondad y el desinterés y ahora estoy escribiendo sobre escribir.

Después de que Isabella me leyera el artículo sobre el escritor obsesivo que una vez pasó treinta y seis horas escribiendo, me leyó otro artículo, del todavía excelente sitio web Arts and Letters, sobre el escritor japonés Haruki Murakami. Él tiene su propia forma de obsesión, que describe en su nuevo libro de ensayos.

Aparentemente nunca pasa un día sin completar mil seiscientas palabras. Son muchas palabras. Me considero afortunado si produzco mil palabras a la semana.

Pensé mucho en esto y me preocupé de ser perezoso. No había forma de que pudiera competir con Murakami. De todos modos, decidí que la cantidad de palabras que uno escribe es irrelevante. Sería como un arquitecto que quiere asegurarse de haber colocado dos mil ladrillos en un día. Es la idea, la forma y la fuerza de la pieza lo que me importa.

La escritura -sentarse solo en una habitación, teclear- se puede utilizar como refugio, como escondite. Te estás ocultando de los demás y del mundo, y viviendo completamente en tu propia mente. Puede ser útil recordar que hay mejores lugares para estar, si uno puede soportarlo, que en la propia imaginación. No es que escribir sea egoísta, a diferencia de la enfermería. También tiene sus usos.

Me gusta recordar lo que la escritura de otros ha significado y aún significa para mí; y en qué extraño mundo viviríamos sin cuentos, novelas, periodismo, blogs, programas de televisión y cine. A su manera, tal vez la escritura sea tan necesaria como la enfermería; los escritores cuidamos al alma humana en su difícil viaje por este mundo imposible.

Como complemento de la escritura y algo que considero parte de ella, está la enseñanza. Empecé a enseñar escritura por primera vez en el Royal Court Theatre cuando tenía poco más de veinte años, y, de alguna forma u otra, he dado clases la mayoría de las semanas desde entonces. A menudo me pregunto, como supongo que hacen la mayoría de los profesores, si en realidad estoy haciendo algún bien a alguien.

Pero lo disfruto. Me gusta hablar de estructura, organización, voz, agentes, editores y programas de televisión. Me interesa la vida de mis alumnos y me alegro cuando progresan. Tengo que admitir que a veces es difícil leer sus trabajos. El verdadero talento es una cosa rara y sorprendente; es un regalo, no se puede comprar, y no toda la escritura es tan buena como podría ser.

Los propios escritores suelen ser más interesantes que su trabajo. Pero enseñar también es una vocación. Se siente necesario. Y después de una buena sesión, siento que he hecho algo útil y he ayudado a alguien como a mí me han ayudado buenos editores, buenos lectores y amigos.

Buenas y malas noticias. Lo bueno es que Miss S, con su glorioso cabello de dos tonos finalmente se fue a casa después de seis meses. Regresará aquí para nadar y usar el gimnasio, así que puedo mantenerlos informados sobre su progreso. La mala noticia es que el Maestro, con quien estaba feliz de compartir mi habitación, ha muerto en otro hospital.

Isabella fue a su funeral y lamenté no poder asistir. Era un hombre talentoso, dulce y un buen amigo. Su pareja y sus dos hijas lo extrañarán.

Isabella y yo estamos intentando volver a Londres, donde vivimos. Ya es hora. Nos está resultando difícil descubrir cómo ingresar a un centro cerca de Londres donde estaré más cerca de amigos y familiares, para continuar con mi rehabilitación.

He estado en el mismo lugar, prácticamente en la misma habitación, junto con Isabella, durante cuatro meses y me sorprende no estar más enojado de lo que estoy. Ciertamente ambos estamos agotados.

Los mantendremos informados sobre cualquier progreso en este asunto.

Tu amado escritor,

hanif x