OPS alerta sobre frecuencia en las Américas

Los incendios prenden la llama de la prevención

Las condiciones climáticas provocan fuegos más fuertes y duraderos. ¿Los sistemas de salud están listos para responder?

Autor/a: Aleida Rueda

Fuente: IntraMed

[Ciudad de México] De todo el menú de fenómenos climáticos que podrían amenazar la salud pública, el inicio del 2025 ha tenido como protagonista a los incendios, especialmente los que provocaron desenlaces fatales para la población. Y aunque muchos de ellos fueron sofocados, su presencia dejó una preocupación encendida: si es un hecho que las condiciones climáticas provocan incendios más frecuentes y duraderos, ¿los sistemas de salud están listos para responder?

La pregunta elevó su nivel de importancia cuando el mundo vio arder las grandes mansiones de Hollywood a causa de los incendios del 7 de enero en Pacific Palisades y en Eaton Canyon, California, Estados Unidos, cuyas llamas acabaron con más de 23 mil hectáreas, destruyeron 16 mil estructuras y causaron la muerte de al menos 29 personas. Las lágrimas y los rostros desencajados de personas que sólo vemos así en escenas catastróficas de las películas nos mostraron los efectos democráticos e incontrolables que pueden tener los incendios.

Y aunque los reflectores estuvieron en Los Ángeles, todos los días ocurren emergencias así en sitios menos famosos. De acuerdo con el último reporte de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), “entre  el 1 y el 27 de enero del 2025, se registraron 13,967 focos de incendios en los países de América del Sur (...), un total de 1.77 millones de hectáreas han sido quemadas”.

En Chile, justo en estos días, distintos incendios forestales en la región de La Araucanía han consumido cerca de 1.300 hectáreas y provocado que el Servicio Nacional de Prevención y Respuesta ante Desastres (SENAPRED) anuncie alertas rojas para varias provincias del país. 

En Argentina, llevan días intentando apagar los incendios en El Bolsón, provincia de Río Negro, que han afectado más de 8 mil hectáreas y evacuado a cientos de personas. Otros países como México, donde 1,6 millones de hectáreas fueron consumidas por las llamas en 2024, llevan más de 200 incendios en 2025, y se preparan para una temporada de fuegos consistentes.

Hay causas bien identificadas. De acuerdo con el mismo reporte de la OPS, muchos de los incendios que se concentraron en Colombia, Venezuela, Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay, durante 2024 y lo que va del 2025, tienen en común una combinación de factores climáticos: altas temperaturas, vientos intensos, sequías prolongadas causadas por la escasez de lluvias y un déficit de humedad en el suelo, además del fenómeno El Niño, que exacerbó la sequía en muchas zonas y favoreció la propagación del fuego.

Los pronósticos muestran que estas condiciones continuarán: “Este 2025 la región sigue afectada por condiciones de sequía y déficit hídrico, lo que genera un escenario de alto riesgo para la propagación de nuevos incendios en diversas zonas (...) Si este patrón persiste, el impacto de los incendios podría intensificarse en los próximos meses, replicando la dinámica observada en años anteriores”, dice la OPS.

A nivel mundial también se pronostican cada vez más afectaciones por incendios. De acuerdo con el informe de 2023 de The Lancet Countdown on health and climate change, para mediados de siglo, “se espera que el número de días de exposición a un riesgo muy alto o alto de incendios forestales aumente en un 11% en escenarios con y sin mitigación de gases de efecto invernadero”.

 Una consecuencia obvia de esta tendencia son los problemas de salud provocados por el cóctel de contaminantes que se generan cuando se quema la biomasa y que suele ser más complejo y dinámico que otras fuentes de contaminación del aire. La singular mezcla de contaminantes suele contener monóxido de carbono, amoniaco, compuestos orgánicos volátiles y óxidos de nitrógeno (NOx), así como material particulado (PM), específicamente las partículas finas de 2.5 micrómetros (PM2.5) capaces de penetrar profundamente en los pulmones.

Este conjunto de partículas genera, a su vez, un cóctel de problemas de salud que van desde afecciones e irritaciones en los ojos y el aparato respiratorio (tos, moqueo, irritación de garganta y dificultad para respirar), hasta un mayor riesgo de eventos cardiovasculares graves, como un paro cardíaco y un infarto de miocardio. Algo menos estudiado son los efectos a largo plazo, especialmente en poblaciones que están expuestas a incendios de manera repetida, pero hay estudios que revelan una mayor incidencia de cáncer de pulmón, disminución en la función pulmonar y el desarrollo de demencia.

 Muchos profesionales de la salud encargados de atender estas afecciones saben que estos serán problemas frecuentes en las poblaciones que estén cerca de incendios, con especiales afectaciones para los más vulnerables, como infantes, enfermos, personas mayores, mujeres embarazadas, fetos y recién nacidos. El problema es que, de acuerdo con varios especialistas, el aumento en la frecuencia e intensidad de incendios no va en sintonía con el incremento de recursos, conocimientos y condiciones óptimas para atenderlos.

 No estamos al nivel de la llama

En agosto de 2024, un equipo de investigadores de Estados Unidos, Canadá y Reino Unido, liderado por Attila Hertelendy, especialista en atención médica y gestión de emergencias y desastres, publicaron un artículo en la revista The Lancet Planetary Health que pone en la superficie lo que muchos piensan: los sistemas de salud no están preparados para responder a este aumento en la frecuencia, intensidad y duración de los incendios forestales.

 “La preparación y la respuesta eficaces se ven obstaculizadas por una capacitación inadecuada, la continua fragmentación de las disciplinas, la financiación insuficiente y la coordinación inadecuada entre los sistemas de salud y la gobernanza a nivel municipal, regional, nacional e internacional”, dicen los autores.

 Entre los obstáculos, los investigadores también destacan que los efectos del cambio climático y la contaminación del aire no están incluidos en muchos de los planes de estudio de la carrera de medicina por lo que muchos profesionales de la salud no tienen información actualizada para saber actuar en estas emergencias; los planes para casos de desastre tampoco tienen en cuenta los riesgos futuros proyectados; y en general, hay poca capacitación sobre los efectos específicos para la población de acuerdo a su contexto.

 Para Rosana Abrutzky, socióloga, especialista en la calidad del aire y su impacto en la salud, quien trabaja en la Universidad de Buenos Aires, uno de los asuntos pendientes en la atención de riesgos por exposición a incendios no está en la parte médica, sino en la social y la política.

 “Los eventos climáticos extremos no son una novedad, son cosas que existieron siempre, pero lo que lo que nos pasa ahora es que, por un lado, hay muchísima población afectada porque somos muchos y, en segundo lugar, socialmente no estamos preparados para lidiar con estos incendios. Hay gente que está más expuesta, generalmente son las poblaciones más desfavorecidas económicamente”, dice Abrutzky.

 La investigadora considera que las acciones frente al aumento de incendios no pueden limitarse únicamente a las guías médicas. “Hay cosas que van más allá de la atención médica, de si hay un buen manejo del fuego en ese momento, si hay bomberos o camiones de agua”. A todos, incluido el personal de salud, nos toca preguntarnos “si hay un sistema que permite que la exposición a incendios vulnere la salud de las personas por priorizar intereses económicos”.

 En América Latina, “lo más difícil de cambiar tiene que ver con el ordenamiento territorial que no debería estar condicionado por los intereses económicos. Hay sectores que se benefician de situaciones como el desmonte y la deforestación, y que agravan los incendios. Por lo tanto, la política aquí, y los recursos para la prevención juegan un papel clave”.

 El poder de la prevención

Lo que plantea Hertelendy y sus colegas es que los nuevos patrones de incendios, agravados por el cambio climático exigen un cambio de enfoque para atenderlos. Éste involucra acciones concretas antes, durante y después de que ocurren. Hay una ventaja: los incendios no ocurren siempre, hay épocas específicas en donde son más frecuentes, eso permite tener tiempo para planear y diseñar estrategias de acción.

 Antes de la época de incendios, los autores sugieren entrenar a los médicos para que sepan interpretar la información sobre la calidad del aire y, con ello, tener claro cómo actuar frente a daños a pacientes con diferentes vulnerabilidades; también deberían estar preparados para una evacuación rápida, cuando sea necesaria, y estar listos para seguir operando aún cuando falte energía, por ejemplo, con simulacros y ensayos tal como sucede con un sismo.

 Además, se podrían verificar que las estructuras (edificios, casas y hospitales) son resistentes al fuego y al humo, a través de sensores que monitorean la calidad de aire y el mantenimiento de los sistemas de calefacción, ventilación y aire acondicionado, así como las ventanas, puertas, y materiales de construcción.

 Patricia Segura Medina, jefa del Departamento de Investigación en Hiperreactividad Bronquial, del Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER), en México, considera que el discurso de prevención contra incendios y otros eventos climáticos, ya involucran la emergencia climática, cosa que no ocurría antes. “Las condiciones climáticas ya están, y se van a intensificar: aumentan las temperaturas, aumenta la radiación, aumentan las sequías, todas son condiciones que aumentarán los incendios, entonces hagamos algo con lo que sí podemos cambiar: la prevención”.

 En la Ciudad de México, por ejemplo, existe una aplicación llamada AIRE que justamente monitorea el aire de la capital y ofrece información en tiempo real sobre las zonas de la ciudad que tienen una mala, media o alta calidad del aire en función de los distintos contaminantes. “Esta plataforma tiene 13 años, y muy poca gente la conoce”, dice Segura.

 “Pero es el tipo de herramientas que pueden servir para informar a la gente, por ejemplo, si sucede un incendio, sobre cómo está afectando el aire en su zona y que con base en eso pueda tomar decisiones (salir, correr, hacer ejercicio, etcétera). Si ya usamos aplicaciones todo el tiempo para encontrar la mejor ruta o saber dónde hay tráfico, ¿por qué no usamos estas aplicaciones que nos dicen dónde hay mejor aire?”.

 Un enfoque basado en la gente

Para Patricia Segura Medina, la nueva ola de incendios que hemos visto y seguiremos viendo es un recordatorio de que el personal de salud debe estar cada vez más consciente de los riesgos de la población que va a atender para, con base en eso, saber cómo actuar. 

 “De eso se trata el manejo de riesgo, que el profesional (no hablo solo de médicos, sino de también del psicólogo, el nutriólogo, el científico), conozca a su población y sus riesgos específicos: si tiene obesidad, síndrome metabólico, si corre más riesgos por el lugar dónde vive o si estaría de acuerdo o no en dejar su casa en caso de una evacuación por incendios”.

 Un enfoque que tome en cuenta las particularidades y necesidades de población específicas también permitiría analizar otros riesgos, mucho menos visibles, de la exposición a incendios, como los relacionados con la salud mental. Estos no sólo incluyen el trastorno de estrés postraumático, la depresión o la ansiedad, que, según algunos estudios, sí pueden ser detonados o agravados por haber vivido -o sobrevivido a un incendio-, sino otro tipo de impactos relacionados con el paisaje y la forma de vida.

 “La destrucción de viviendas, el desplazamiento forzado, la pérdida de medios de vida y la exposición a situaciones traumáticas son factores que aumentan el riesgo de problemas de salud mental en la población general”, dice la OPS. Y eso sumado a los cambios en el paisaje que reducen la posibilidad de que la gente trabaje, socialice, o se divierta, genera un complejo rompecabezas de atención interdisciplinaria.

 Para Hertelendy y sus colegas, el mismo modelo de prevención que proponen deberá evolucionar a uno en el que, sí, se base en la evidencia emergente sobre los efectos a largo plazo del humo y las características cambiantes de los incendios forestales a medida que cambian los patrones de temperatura y precipitación, pero sobre todo, deberán basarse en la participación activa de la población.  “En el futuro, la toma de decisiones debe basarse en el desarrollo conjunto de planes para incendios forestales por parte de la comunidad”.

 “Estamos entendiendo que todo está conectado, que el ecosistema es un gran rompecabezas en el que si mueves una pieza, puede tener efecto en todo”, dice Segura. “Y por eso, ahora es necesario que veterinarios, psicólogos, químicos, biólogos, físicos, ingenieros ambientalistas, investigadores y autoridades federales y locales se sienten a discutir en la misma mesa. Si queremos prevenir riesgos por incendios, ya no es posible trabajar por separado, ni tampoco hacer una medicina igual para todos”.