La información errónea en salud (datos falsos o engañosos compartidos sin intención) y la desinformación (información deliberadamente engañosa) no son nuevas, pero la pandemia por COVID-19 marcó un punto de inflexión. La sensación de ansiedad y urgencia, junto con el aumento del uso de las redes sociales y las interpretaciones políticamente cargadas de la pandemia, fomentaron la propagación de una serie de afirmaciones engañosas sobre el virus y las contramedidas médicas. |
La desinformación sanitaria se utilizó como arma de propaganda, explotando el miedo, socavando la confianza pública y obstaculizando la acción colectiva en momentos críticos. Hoy en día, el contenido engañoso de las redes sociales impregna la información sobre la prevención y el tratamiento del cáncer; puede llevar a los pacientes a abandonar tratamientos basados en evidencia a favor de alternativas respaldadas por influencers; minimiza la gravedad de las afecciones de salud mental; y promueve suplementos no regulados que afirman funcionar para todo, desde la pérdida de peso hasta la reversión del envejecimiento. La desinformación se ha convertido en un instrumento deliberado para atacar y desacreditar a los científicos y profesionales de la salud con fines políticos. Los efectos son destructivos y perjudiciales para la salud pública.
La sensación de que las empresas tecnológicas no se toman en serio esta amenaza se ejemplifica con la reciente decisión de Meta de poner fin a la verificación de datos. Facebook (como otras redes sociales) ya era una fuente importante de desinformación sobre salud, pero aunque la verificación de datos no puede eliminar por completo el material inexacto, marca la diferencia y su eliminación abre las compuertas a contenido dañino. Debido a que la desinformación a menudo se propaga más rápido que los hechos, es esencial que los hechos se transmitan de una manera que no deje espacio para la mala interpretación. El anuncio de Mark Zuckerberg es parte de una tendencia de reducción de la supervisión que puede dejar la impresión de que se está perdiendo la batalla sobre los hechos.
Sin embargo, también ha habido esfuerzos positivos. Australia tiene la intención de introducir fuertes multas para las plataformas que no impidan la difusión de información errónea. La Comisión Europea ha publicado recomendaciones para abordar la desinformación sobre la COVID-19 mediante intervenciones conductuales específicas. La OMS ha estado tomando medidas para fomentar la comunicación responsable de información sanitaria y para señalar el contenido engañoso.
Combatir la desinformación no es tan simple como corregir los hechos; también implica abordar la manipulación intencionada y la forma en que los algoritmos dirigen la atención de las personas, dejándolas solas en una compleja combinación de ciencia y ficción. El contenido generado por inteligencia artificial (IA) presenta desafíos cada vez mayores, pero la IA también puede ayudar a señalar contenido sin base científica, aunque no puede reemplazar el enseñar a las personas cómo verificar los hechos e identificar fuentes creíbles.
Combatir la desinformación requiere un enfoque sistemático similar al de frenar la propagación de agentes infecciosos: encontrar y contener la fuente, identificar de manera proactiva a los más vulnerables a sus efectos e inmunizar a la población contra las afirmaciones falsas proporcionando recursos educativos claros. No puede dejarse en manos de esfuerzos voluntarios e individuales. |
La investigación sobre la COVID-19 en el Reino Unido ha publicado esta semana su informe Every Story Matters sobre las experiencias del público con el desarrollo y la distribución de las vacunas y terapias contra la COVID-19. En conjunto, los testimonios subrayan no solo el valor de la información precisa, sino también la importancia central de la confianza y las respuestas emocionales (desde la esperanza y el alivio hasta el escepticismo y la ansiedad) durante las crisis de salud pública.
Es esencial comprender y cambiar las narrativas que influyen negativamente en las decisiones sanitarias como determinantes emocionales de la salud. En lugar de limitarse a simplificar hechos complejos, los gobiernos y los comunicadores científicos deben esforzarse por garantizar que los mensajes de salud pública sean relevantes para el individuo; no solo para proporcionar información precisa, sino también para fomentar un entorno de confianza y comprensión, y reconocer áreas de incertidumbre e incógnitas. La comunidad médica también tiene un papel clave, a través de comentarios, investigación y promoción.
La desinformación y la información errónea ya no pueden verse simplemente como una molestia académica, sino que deben ser una amenaza social. Solo si reconocemos esa amenaza y actuamos proporcionalmente podremos responder al peligro y combatir la ola de información errónea y desinformación que tiene el potencial de socavar gravemente la salud pública. |