Sabemos que el tiempo es valioso y que estar al día con los desarrollos más relevantes en salud puede ser un desafío. Por ello, esta selección es una guía curada de noticas que, en el futuro próximo, pueden convertirse en realidad para el ejercicio de los profesionales de la salud.
Fuente: TMEM65 regulates and is required for NCLX-dependent mitochondrial calcium efflux
Investigadores de la Escuela de Medicina Lewis Katz han revelado el papel de una nueva proteína, la TMEM65, que regula el calcio mitocondrial. Las mitocondrias dependen de un delicado equilibrio en los niveles de calcio para funcionar adecuadamente. Un exceso del mineral puede desencadenar la muerte celular, en especial en órganos como el corazón y el cerebro.
La proteína TMEM65 interactúa con el intercambiador mitocondrial de sodio-calcio (NCLX), una estructura encargada de expulsar el calcio en exceso de las mitocondrias. Por lo tanto, su descubrimiento abre posibilidades para diseñar tratamientos que eviten la sobrecarga de calcio en condiciones como el alzhéimer o la insuficiencia cardíaca, padecimientos típicos del envejecimiento.
La acumulación excesiva de calcio en las mitocondrias es una característica común en diversas enfermedades degenerativas. En el caso del corazón, la sobrecarga puede contribuir a la muerte permanente de las células musculares tras un infarto. En el cerebro puede provocar la pérdida progresiva de neuronas.
El intercambiador NCLX tiene una estructura muy compleja, lo que ha dificultado su estudio. Para superar la barrera, los investigadores optaron por la biotinilación, un método que permite rastrear las interacciones de proteínas dentro de células vivas.
El próximo paso del equipo es explorar cómo se podría modular TMEM65 con fines terapéuticos. Modificar su interacción con NCLX podría convertirse en una opción de abordaje para múltiples patologías. Estaríamos más cerca de la era de los tratamientos mediante modulación de las funciones mitocondriales.
Detectar el deterioro cognitivo leve a tiempo puede marcar una diferencia radical en la vida de millones de personas. Esta condición, considerada una fase temprana de enfermedades como el alzhéimer y propias del envejecimiento, muchas veces pasa desapercibida. Sobre todo, en regiones geográficas con acceso limitado a especialistas en neurología.
Un grupo de investigadores de la Universidad de Missouri ha desarrollado una solución práctica, económica y eficaz. Se trata de un sistema portátil que evalúa funciones motoras asociadas al deterioro cognitivo.
El dispositivo combina una cámara de profundidad, una plataforma de fuerza y una placa de interfaz. Con esta configuración, es posible medir de forma precisa y objetiva los movimientos sutiles del cuerpo, que podrían reflejar problemas cognitivos. Incluso, antes de que se manifiesten de forma evidente.
El equipo validó su desarrollo con un grupo de adultos mayores que realizaron tres tareas físicas: permanecer de pie, caminar y levantarse de una banca. Gracias a sensores y análisis mediante inteligencia artificial, el sistema logró identificar con un 83 % de precisión a los participantes con deterioro cognitivo leve. El modelo de aprendizaje automático detectó alteraciones motoras que a simple vista pasarían desapercibidas.
El desarrollo de estas tecnología llegan en un momento crítico. Se prevé que la cantidad de personas con alzhéimer se duplique para 2060. Por eso, se requieren sistemas que puedan trasladarse a centros comunitarios, clínicas de fisioterapia, centros de salud y residencias de adultos mayores. Además, este aparato en particular podría también evaluar riesgos de caída, fragilidad y síntomas de párkinson.
El ejercicio físico ha sido siempre considerado como un pilar para la vida larga y saludable. Sin embargo, un nuevo estudio realizado por la Universidad de Jyväskylä, en Finlandia, pone en tela de juicio la idea de que "más ejercicio es mejor".
La investigación analizó los hábitos de más de 22 000 gemelos finlandeses durante 45 años. El resultado inicial es que los beneficios del ejercicio tienen un límite.
El estudio evaluó la actividad física durante el tiempo libre de los participantes en tres momentos: 1975, 1981 y 1990. A partir de estos datos, se clasificaron a los participantes en cuatro grupos: sedentarios, moderadamente activos, activos y altamente activos. Luego, se concretó un seguimiento de la mortalidad hasta finales de 2020.
El mayor beneficio en términos de longevidad se dio entre los sedentarios y los moderadamente activos: un 7 % menos de riesgo de mortalidad. Pasar de una actividad moderada a una intensa no aportó beneficios adicionales.
En el corto plazo, sí se observó una relación clara: a mayor actividad, menor riesgo de muerte. No obstante, a largo plazo, los más activos no vivieron más que los sedentarios.
El estudio también analizó si seguir las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), de 150 a 300 minutos de actividad moderada o 75 a 150 minutos de actividad vigorosa por semana, ayudaba a reducir el riesgo de enfermedades hereditarias o de mortalidad general. Los datos indicaron que ni siquiera quienes cumplieron a rajatable con estas pautas durante 15 años mostraron una reducción significativa en su riesgo de morir, en comparación con sus hermanos gemelos menos activos.
En un subgrupo del estudio, los investigadores analizaron la edad biológica usando relojes epigenéticos basados en muestras de sangre. Encontraron una relación en forma de U: tanto quienes hacían muy poco ejercicio como quienes hacían demasiado mostraban signos de envejecimiento biológico acelerado. Los que practicaban actividad física moderada, por el contrario, envejecían de forma más lenta.
Aunque la actividad física moderada mostró asociaciones favorables, no logró contrarrestar significativamente los riesgos genéticos en ningún caso. Esto refuerza la idea de que la genética juega un papel central que el ejercicio, por sí solo, no puede modificar completamente.