Ciclo de entrevistas “Invisibles”

Dra. Tujuayliya Gea Zamora: "Las comunidades deberían participar, por derecho, en la construcción de su sistema sanitario"

Conocida por todos como “Tujuay”, es la primera médica wichí de Argentina, formada en Cuba y especializada en Venezuela. Hoy ejerce en Cachi, Salta. Su experiencia reinvindica el respeto hacia la salud indígena y la interculturalidad que se construye día a día.

Autor/a: Celina Abud

Fuente: IntraMed

Invisibles: No siempre el valor y la fama coinciden; ni los médicos más dedicados son los más visibles. Valoran el agradecimiento de quienes los necesitan más que algunos minutos en televisión. Forman parte de sus comunidades y están comprometidos con ellas. No tienen nada para vender; más bien comparten lo que tienen, lo que saben. Atienden en localidades remotas a familias humildes, no quieren dejar huérfana a ninguna enfermedad. Curan cuando se puede y cuidan siempre. Son aquellos que con los pies en el barro le dan sentido a una profesión milenaria. IntraMed quiere homenajearlos con este ciclo de entrevistas que se propone darles visibilidad a los “Invisibles”.

 

La Dra. Livia Tujuayliya Gea Zamora, conocida como Tujuay o Tuju, es la primera médica wichí graduada de la Argentina. Descubrió su vocación mientras estudiaba la carrera en Cuba gracias a una beca, ya que sus posibilidades de acceder a una educación universitaria eran limitadas. Nacida en Embarcación, Salta, y criada en Santa Victoria Este—otra localidad de la provincia, en la triple frontera entre Argentina, Paraguay y Bolivia—, creció en un contexto de crisis, donde las oportunidades de formación superior eran escasas.  Tras especializarse en Venezuela, donde trabajó con comunidades originarias, volvió al país. Hoy ejerce en Cachi, Salta, y además se dedica a investigar la interculturalidad en salud, promoviendo un enfoque que reconozca y respete las particularidades.

En una entrevista con IntraMed, mencionó que su carrera le permitió, en parte, “continuar con la tradición familiar de sanadores y médicos ancestrales, dedicados al cuidado y acompañamiento de otros”. Su mayor satisfacción ha sido lograr, a pesar de las dificultades, la reivindicación personal de formarse como médica para atender a los miembros de su comunidad en su propio territorio. En esta conversación, comparte su experiencia, su lucha por una interculturalidad dinámica que se construye día a día y su visión sobre la necesidad de incluir la salud indígena en la formación de los futuros médicos que aspiran a atender a estas comunidades. Aquí, sus palabras.

Estudios en el extranjero, tras una carta a Fidel Castro

Durante toda la secundaria, mi mamá y yo ya proyectábamos la posibilidad de que pudiera estudiar en la universidad. Exploramos distintas opciones de becas, porque, dadas nuestras circunstancias y el lugar de donde veníamos, esa era la única manera de acceder a una carrera. Un día, mi tío, que vivía en la provincia de Chaco, se enteró de un programa de becas en Cuba dirigido específicamente a personas de comunidades indígenas, zonas de frontera o en situaciones críticas.

Sin tener claro cómo eran los trámites, mi mamá y yo decidimos escribir una carta a Fidel Castro solicitando la beca. Elegimos escribirle porque no nos llegaba mucha información, mi familia no tenía televisión, ni teléfono, ni nada. Tiempo después, cuando ya estaba a un año de terminar la secundaria, me convocó la embajada (de Cuba) a través de una llamada telefónica que hicieron a mi pueblo, para avisar que había sido seleccionada, que tenía que ir Buenos Aires a rendir un examen porque seguro viajaba a Cuba Así fue como, en 2004, partí hacia Cuba, donde estudié durante seis años y medio hasta graduarme. Luego pasé otros seis años y medio en Venezuela, donde me especialicé en Medicina General Integral. No fue hasta 2016 que finalmente pude regresar y establecerme nuevamente en mi país.

Regreso: adaptación y trabajo en territorio

Yo había venido a la Argentina muy pocas veces en todos esos años, así que el proceso de adaptación fue largo. Estuve ocho meses sin poder resolver los trámites de la convalidación de mi título, período corto en comparación a otras reválidas. Sin embargo, el regreso fue rudo, porque volví con mi hijo, que en ese entonces tenía dos años y medio y había que empezar a trabajar de inmediato. Primero me instalé en Buenos Aires, porque era el lugar más fácil para asertarme. Hice de todo, internación domiciliaria, tareas en una clínica de rehabilitación, coberturas en espacios deportivos, visitas domiciliarias a pacientes ancianos… Hasta que encontré un lugar maravilloso, muy importante en mi formación y mi inserción laboral: el municipio de San Martín. Trabajé en José León Suárez, en el centro de Salud Agote y también en el centro de Salud de Villa La Cárcova. Fue una experiencia intensa, porque me permitió ver Buenos Aires desde otra perspectiva. Hasta ese momento, solo la conocía por series o por las visitas esporádicas que hacía con mi mamá en el marco de luchas indígenas. Conocí la villa, la dinámica de esos espacios. Y pude trabajar en el acceso a la salud desde un marco de derechos. Por dos años, fui coordinadora del Consultorio de Diversidad Sexual, conocí las leyes de Identidad de Género y de violencia contra las mujeres, la ESI (Educación Sexual Integral), trabajábamos con las interrupciones legales del embarazo (ILE)… En fin, aprendí a trabajar la salud desde un punto de vista institucional, porque mi tarea en Venezuela fue plenamente rural, y ahí uno se las arreglaba como podía. En esa misma etapa me contrató UNICEF para ser coequiper de una antropóloga que realizaba un trabajo de formación de agentes sanitarios en el impenetrable chaqueño.  Y para mí fue impresionante volver al territorio (al chaqueño, no al salteño de donde yo vengo, pero tengo familia en Chaco). La recepción que me dieron mis hermanos wichís fue emocionante, porque la gente no solo quería charlar sobre lo referente a mi formación, sino mi experiencia: querían conocer a una profesional de la salud que fuera del mismo pueblo que ellos.

De 2017 a 2020 trabajé, además de en San Martín, en el Plan Nacional de Prevención del Embarazo No Intencional en la Adolescencia (Plan ENIA) del Ministerio de Salud, para lo cual viajé a Tucumán y a Chaco. Ahí descubrí que más allá de todas las críticas que se le pueden hacer a nuestro sistema sanitario, es impresionante comparado al de otros países, en materia de garantizar el derecho a la salud. Así estuve en este doble rol hasta que llegó la pandemia. Empecé a trabajar en el Ministerio de Desarrollo Social con un cargo de coordinación, pero no me sentía cómoda porque, en plena irrupción del Covid-19, yo era una médica encerrada en una oficina. Para ese entonces mi mamá se enfermó y esa crisis marcó el fin de mi ciclo en Buenos Aires. Así que empecé a contactar a mis colegas con quienes había estudiado en Cuba y les propuse: "Vayamos a Salta. Allí están los ‘Contratos Covid’ y necesitan médicos para trabajar temporalmente debido a la emergencia sanitaria, agravada por la crisis sociosanitaria declarada en febrero de ese año tras la muerte de niños indígenas por desnutrición".

Arranqué a convocarlos el 15 de agosto de 2020 y para el 11 de septiembre ya nos estábamos yendo para allá. Nos mandaron a Santa Victoria Este (donde yo había vivido) y pude comprobar que los problemas de desnutrición de ese año eran los mismos de cuando yo era chica. Entonces, con los 11 colegas arrancamos un proyecto llamado “Equipo de fortalecimiento del primer nivel de atención”, que tenía por objetivo visitar el mayor número de comunidades posible, para entender cuáles eran sus principales problemas de salud y acompañar la formación de agentes sanitarios en cuestiones de interculturalidad. Todos los involucrados “estábamos en una”, teníamos experiencia en territorio que queríamos volcar. Al principio todo fue grandioso, ya que tras dos semanas de haber llegado teníamos un proyecto escrito, objetivos y relevamientos, pero después hubo bastantes diferencias por venir nosotros de afuera cuando había una gestión local histórica. Y terminamos “expulsados”, por decirlo de alguna forma. Sin embargo, fue una experiencia valiosa que nos permitió repensar el trabajo en salud en áreas rurales y comunidades indígenas, tanto desde nuestras propias perspectivas como desde otras que en ese momento no teníamos en cuenta. Estos procesos enseñan, reconfiguran nuestra mirada y nos brindan bases sólidas para seguir ejerciendo nuestra labor. Al mismo tiempo, nos desafían profundamente, especialmente en la manera en que concebimos la salud y el papel de la política pública. A menudo, los profesionales de la salud se centran exclusivamente en la práctica clínica—ya sea médica o de enfermería—dando prioridad a la medicina basada en evidencia y al conocimiento científico. Sin embargo, en ese enfoque muchas veces quedan relegadas cuestiones fundamentales relacionadas con los derechos, las particularidades de cada territorio y las razones por las cuales la salud y las políticas sanitarias se gestionan de manera distinta según el contexto. Aunque fue un trabajo breve, nos proporcionó herramientas valiosas no solo para comprender mejor nuestro rol, sino también para repensarnos a nosotros mismos como médicos y salubristas.

Pasado, presente y futuro del acceso de las comunidades a carreras universitarias

Fui la primera médica graduada de la comunidad wichí en Argentina. Puede sonar como un logro enorme, pero pensemos en esto: llevamos muchos años de República y de Universidad Pública, y aunque valoramos profundamente la existencia de esta institución—hoy más que nunca, dadas las circunstancias del país—, la realidad socioeconómica de los pueblos indígenas sigue siendo una barrera para acceder a ella. Incluso, y lo digo con total responsabilidad, en muchas escuelas indígenas o de frontera la formación no prepara realmente a los estudiantes para el ámbito universitario o terciario.

Con todo, siento que en los últimos años, mediando los 2000, hubo avances significativos en políticas de acceso a derechos para los pueblos indígenas. No solo en medidas específicas, como la reivindicación del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI, por la Ley 23.302 o la Ley 26.160 de relevamiento territorial, o en los ítems vinculados a la interculturalidad, sino también en políticas más amplias que impactaron directamente en sus comunidades. Por ejemplo, la Asignación Universal por Hijo transformó la realidad de muchas familias indígenas, aliviando su situación económica y, en muchos casos, facilitando el acceso a la educación de los hijos. Además, se crearon numerosas universidades y se establecieron extensiones universitarias en los territorios. En Santa Victoria Este, por ejemplo, ahora es posible estudiar enfermería. Quizás sea la única opción disponible, pero lo importante es que hay personas de la comunidad que están siguiéndola.

La preocupación actual es que existe un retroceso en ese sentido, porque nosotros teníamos hasta hace unos años chicos que tenían proyecto por fuera de “cómo vivir el día a día”. Aclaro que no voy a cuestionar los proyectos de vida de quienes viven en las comunidades, porque son procesos complejos que, para quienes deseen comprenderlos, pueden estudiarse en el territorio, como lo hacen antropólogos y sociólogos. Sin embargo, muchos jóvenes soñaban con estudiar una carrera no solo para mejorar su propia calidad de vida, sino también para ayudar a sus familias y a sus comunidades. Querían entender cómo funciona el mundo no indígena, no solo para transformar su propio destino, sino también el de su pueblo a lo largo del tiempo.Lo que me preocupa es el retroceso impulsado por discursos que cuestionan la existencia de las universidades públicas y promueven auditorías, cuando la verdadera inquietud de los jóvenes es otra: “¿Voy a poder estudiar?” o “¿Cómo construyo mi futuro a partir de ahora?”

En total, fuimos tres los médicos wichí que nos formamos en Cuba. Hace poco, leí la noticia sobre Sandra Toribio, la primera médica wichí de Formosa, quien se graduó en la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE), una de las pocas universidades del país—quizás la única—que cuenta con un programa específico para pueblos indígenas. Si consideramos que en Argentina existen 37 pueblos indígenas y que, hasta ahora, solo una persona logró graduarse dentro del país, es poco. Y si en todos estos años solo se suma una graduada más, con las políticas actuales, me cuesta imaginar que haya un cambio real. Se habla mucho de política pública e interculturalidad, pero esta última palabra parece haberse convertido en un mote que se le agrega a todo. Muchos de los programas dirigidos a pueblos indígenas son diseñados y ejecutados por personas no indígenas. Se crean estrategias para facilitar el ingreso universitario, pero luego se pierde el acompañamiento en el proceso. Los jóvenes enfrentan el desarraigo, la soledad, sobreviven con dos pesos para el transporte y, muchas veces, sin un lugar donde vivir. Entonces, ¿de qué sirve garantizarles el acceso si no se los acompaña de manera integral? Ojalá no seamos los únicos graduados dentro de un esquema de formación impulsado por el Estado. También sería importante que las ONG se sumen a esta causa. En Santa Victoria Este, por ejemplo, hay alrededor de 70 organizaciones, pero la mayoría se enfoca en la artesanía o en la asistencia básica, como repartir pan, lo cual es necesario para la urgencia del día a día, pero no impulsa un cambio estructural ni facilita el acceso a la universidad. Ojalá eso empiece a cambiar.

Qué le falta al médico de hoy para atender a las comunidades. Interculturalidad y salud indígena

Suele asumirse que, por el hecho de ser indígena, uno ya nace siendo intercultural. Sin embargo, la realidad es que incluso yo tuve que aprender mucho sobre interculturalidad. Me formé en una universidad tradicional, atravesada por la hegemonía médica. Aunque el enfoque en Cuba es muy social, la formación científico-médica sigue siendo la misma en todas partes. Por eso, creo que el primer cambio debe darse en el proceso de formación. A menudo se critica al profesional de la salud por su falta de perspectiva intercultural, pero ese profesional proviene de un sistema educativo que no la incorpora. De hecho, en mi labor como docente, recibo estudiantes que realizan pasantías rurales y muchos, incluso con más de 30 años, jamás han escuchado hablar de interculturalidad. Además, quiero resaltar que cuando se habla de interculturalidad, suele pensarse únicamente en los pueblos indígenas. Pero vivimos en un mundo en constante movimiento. Hoy recibimos personas de países vecinos y, debido a la guerra entre Rusia y Ucrania, también ha crecido la migración europea. La diversidad es mucho más amplia de lo que solemos considerar. Entonces, a la universidad todavía le falta incorporar la interculturalidad de manera real y profunda. Es un concepto hermoso que promueve el diálogo de saberes, donde ninguno debería imponerse sobre otro, permitiendo la convivencia en paz y armonía. Pero la realidad es distinta: vivimos en un mundo dominado por una cultura hegemónica—la occidental—y la interculturalidad no es un estado dado, sino un proceso que debemos construir activamente.

Por otro lado, está la salud indígena. En Argentina, existen entre 37 y 40 pueblos originarios, cada uno con su propia concepción de salud. Sin embargo, la penetración cultural ha sido profunda, y los procesos de transculturización y aculturación han transformado nuestras realidades. El otro día hablaba con una amiga antropóloga sobre cómo se percibe el conocimiento ancestral, el uso de plantas medicinales y las nociones de salud y enfermedad. Llegamos a la conclusión de que, muchas veces, se pierde de vista que las personas indígenas somos, ante todo, personas. Vivimos cambios constantes, tomamos gaseosa, comemos guiso y arroz, consumimos sal y azúcar, fumamos, bebemos alcohol. Como cualquier otra población, enfrentamos enfermedades como hipertensión, diabetes, trastornos digestivos, neumonía, tuberculosis, lepra y desnutrición infantil. Sin embargo, las estadísticas sanitarias específicas sobre pueblos indígenas solo se realizan ocasionalmente, lo que dificulta la planificación de políticas de salud efectivas. Cuando se diseña la política pública sanitaria, rara vez se piensa en la salud indígena. Se utiliza la palabra "interculturalidad" como un eslogan, tal vez se colocan carteles en nuestro idioma. Pero el verdadero abordaje de la salud no se plantea desde una perspectiva intercultural ni desde las necesidades reales de las comunidades indígenas. Y es fundamental construir un modelo de salud que contemple estas particularidades, aunque dentro de las mismas comunidades a veces también hay resistencia. Muchas propuestas son percibidas como invasivas, lo que dificulta la implementación de cambios necesarios. Esta visión, en parte, nos llevó a retirarnos del territorio en su momento, porque se asumía que cualquier intervención era un ataque, sin considerar que quienes proponemos estos cambios venimos de allí y buscamos el bienestar de nuestro propio pueblo.

Como defensora de la salud pública, mi mayor interés es que la atención funcione más allá de quién gobierne, que los pueblos indígenas accedan a un sistema de salud de calidad pero que también sea flexible y respetuoso de su identidad.  Recuerdo haber participado en un debate con funcionarios encargados de políticas sanitarias. En ese entonces, yo era inexperta, pero tenía clara mi postura y la expresé: “El problema es que ustedes no diseñan la salud pensando en las particularidades de cada territorio o comunidad”. La respuesta fue: “No podemos pensar en microsistemas, todo debe organizarse en un macrosistema de salud para grandes poblaciones”. Ahí entendí que, aunque existen proyectos bien intencionados, cuando se trata de salud indígena hay una gran inflexibilidad. Cuesta aceptar que los propios pueblos originarios debemos participar en la construcción de nuestro sistema de salud, que es nuestro derecho. Incluso entre quienes realmente buscan el bienestar de las comunidades, persiste la idea de que "no tiene sentido que esta gente luche para seguir viviendo así". Pero la realidad es que no se trata de resistirse al cambio. Queremos vivir mejor, sí, pero sin dejar de ser quienes somos.

Recompensas de haber vuelto a atender en el territorio.

Ser la primera médica wichí en atender en mi territorio representó para mí una profunda reivindicación. Significó desprenderme de mi ego y de la idea de que fui la primera de mi comunidad en graduarme en Cuba, que sin duda hay mérito, pero también mucho apoyo detrás. Trabajar en el territorio fue una reivindicación histórica que no tenía que ver con la Tujuay persona, sino como la primera persona wichí que se graduó y trabajó en su territorio. Aunque mi tiempo allí fue breve y podría haber sido diferente, la verdadera recompensa fue el inmenso amor que recibí de la gente. Recuerdo a pacientes que pedían ser atendidos por mí, a señoras mayores que deseaban tocar mi mano o darme un abrazo, y a personas que me contaban: “yo conocí a tu abuelo”, quien había fallecido cuando yo era bebé. Ese cariño me fortaleció para sobrellevar los conflictos de entonces, tanto en términos de salud y política como en la carga simbólica de convertirme la primera. También fue maravilloso el orgullo de mis padres (hoy fallecidos). Mi mamá no cabía en sí misma. Mi papá, que era un zurdo viejo, hacía historias de Instagram y se las comunicaba a todo el mundo. Y también sentí la fascinación de los jóvenes, que querían comprobar que yo era una persona real, una wichí que estaba trabajando de lo que estudió en la universidad. Eso en el ámbito citadino o en gente de clases más altas puede parecer muy normal, pero en las comunidades eso no es habitual. Entonces mostrar eso a los jóvenes fue una enorme satisfacción.

*Dra. Tujuayliya Gea Zamora – Primera médica wichí de la Argentina, recibida en Cuba y especializada en Venezuela (Medicina General). Atiende y también se desempeña como gerenta médica en la localidad de Cachi, Salta, Argentina.