“Siempre que algo me recuerda la muerte –y eso me sucede todos los días-
pienso en la mía propia, y esto me hace trabajar aún más”.
John Berger, un hombre afortunado
Una hora. Sesenta minutos. Tres mil seiscientos segundos. El último tramo de una guardia agoniza a otra velocidad. El sol del pueblo intenta estirar los brazos. Una tensa calma se respira en la base mientras los caprichos del insomnio te invitan a debatir con la almohada qué bar vas a elegir para regalarte ese merecido desayuno ya de regreso en la ciudad. Tu cómplice de aventuras cae narcotizado en la cama de al lado. Las agujas del reloj te custodian mientras caminan lentamente, corren y vuelven a trotar. La sensación del deber cumplido está separada de una oscura incertidumbre por ese momento en que se abre la puerta y algo encandilado llegás a escuchar: “Arriba muchachos, hay una salida urgente”.
Las calles de tierra van relatando la historia. Carmen es una paciente de 70 años, diabética e insuficiente renal crónica en tratamiento dialítico, que consulta por dificultad respiratoria severa de comienzo súbito. Carmen también es una abuela que ayer celebró las siete décadas de vida, el primer cumpleaños sin su nieto. Brindó por el pequeño Tomás, por ella y por todas esas inexplicables injusticias que te arrancan un ser querido de la forma menos esperada. Según la biología, Carmén padeció la conjura de un probable fallo ventricular izquierdo con una sobrecarga de fluidos. Del otro lado del puente, según su biografía “se enfermó de tristeza”.
En aquella época en que intentabas atarte los cordones sin ayuda, escondías en la mano una ambulancia de juguete que llevabas a casi todos lados como un talismán. Ahora mismo te preguntas qué destino te depara ese fantasma blanco de sirenas estridentes que te deglutió a vos y al querido “chofermero” (dícese del profesional de la salud que coloca una vía periférica mágicamente, maneja como Fangio y cuenta las mejores anécdotas). La postal de esquina con las reposeras en la vereda esta vez se tiñe de angustia: Carmen y sus pulmones esperan en la puerta, naufragando entre la desesperación y el agobio, ante la mirada impotente de su vecino. “Pelado tomale la presión mientras la ausculto”, gritás con cierto temple cuando se lanzan del coche ya estacionado. Un coreográfico control de signos vitales es seguido de la búsqueda de la camilla para emprender un viaje con 2 corazones galopando, implorando a un oxímetro de pulso y esquivando cualquier sensación de derrota.
No hay peor pecado que idealizar lo que se desconoce. Hay una pequeña abismal diferencia entre recibirse de médico y por primera vez sentirte médico: El título es la proeza inocente, el abrazo con orgullo, el principio de un largo camino por recorrer. El sentimiento es ese instante, en el que detrás de una máscara de oxígeno empañada, una boca te grita en silencio que no quiere rendirse mientras su mano aprieta la tuya combatiendo sin fuerzas contra el agotamiento. El éxito y el fracaso conviven paradójicamente como la comedia y la tragedia. Sos protagonista y espectador, escapando con final incierto desde Troya hacia Rosario. En un hemisferio se entrecruzan los scores, clasificaciones y mnemotecnias que rigurosamente estudiaste y jamás vas a aplicar. Del otro lado inconscientemente vas ensayando esos poéticos eufemismos para comunicar a cualquier familiar que no se pudo hacer más nada pero se intentó todo. Que fue valiente, que no sufrió.
Hay historias que no necesitan entenderse. Cada vez que voy por la calle y escucho el rugido de una ambulancia me suele venir a la memoria aquella mañana. Cuando paso por la puerta de ese sanatorio también me tiento de volver a sentarme en esa escalera donde caí rendido después que Carmen ingresara a UTI. Los mismos escalones que un par de décadas atrás, con cordones desarmados y sin juguete de amuleto entre los dedos, me ponían cara a cara por primera vez frente al contenido trágico de la existencia. ¿Cómo se procesa el dolor? Con el tiempo aprendemos a desarrollar ese extraño mecanismo de autopreservación. Lo asumimos. Lo enterramos. O escribimos.
"Quemarás el dolor
en el fuego más sagrado de hoy
y buscarás el amor
en un rastro ciego de lo que ya no sos
y quemarás el rencor
en el fuego de un infierno precoz
y buscarás esa voz
que te recuerde para siempre quién sos"