Notas de un cirujano

El lavado de manos para la prevención de las infecciones

Hay que tener en cuenta que muchas de las infecciones de nuestros pacientes pueden ser transmitidas por nosotros mismos.

Autor/a: Dr. Gawande A.

Fuente: N Engl J Med. 2004 Mar 25;350(13):1283-6.

Indice
1. Desarrollo
2. Hábitos

Una tarde de diciembre pasado paseé por el hospital con Deborah Yokoe, una especialista en infectología y con Susan Marino, una médica en formación técnica. Ellas trabajan en la unidad de control de infecciones y su trabajo es evitar la diseminación de infecciones en el hospital. Tuvieron que lidiar con epidemias de influenza, la enfermedad de los Legionarios, una meningitis bacteriana fatal y una vez el año pasado con un caso que, según la biopsia de cerebro del paciente, pudo haber sido una enfermedad de Creutzfeld-Jacob, una pesadilla porque los procedimientos de rutina de esterilización del instrumental de neurocirugía utilizado no hubieran evitado la transmisión de la infección a otros pacientes. Yokoe y Marino vieron sarampión, la fiebre del Nilo y la tularemia (que es muy contagiosa en los laboratorios de los hospitales). Una vez rastrearon un brote de hepatitis A y encontraron el foco en unos helados. Recientemente hubo en el hospital un rotavirus, una klebsiella multirresistente y, como es habitual en los hospitales, un Staphylococcus aureus meticilino-resistente y un enterococo resistente a la vancomicina.

Sin embargo, me contaban que lo más difícil de su trabajo no era la variedad de gérmenes contagiosos o los miedos del personal a infectarse, ni siquiera la prensa que puede causar pánico en la población. Lo más difícil es conseguir que los médicos hagan lo único que puede limitar la dispersión de una infección: lavarse las manos.
Probaron de todas las maneras: pusieron carteles, reubicaron las canillas, colocaron nuevas canillas e incluso algunas las hicieron automáticas.

Sin embargo, las estadísticas de Yokoe y Marino muestran lo mismo que todos los trabajos: nos lavamos las manos entre un tercio a la mitad de lo que debiéramos. Luego de un apretón de manos con un paciente con secreciones o de sacar un clavo de una herida sucia o de colocar el estetoscopio en un pecho transpirado, la mayoría no nos lavamos las manos. Seguimos y vemos al próximo paciente o escribimos la historia clínica o nos comemos un sándwich.

Esto no es nada nuevo. El último libro de Sherwin Nuland, The Doctors' Plague: Germs, Childbed Fever, and the Strange Story of Ignác Semmelweis, cuenta la historia de un obstetra en Viena que no logra que sus colegas se laven las manos antes de realizar un parto.1 En 1847, a los 28 años, Semmelweis deduce que los médicos son culpables de la fiebre puerperal, la principal causa de muerte materna en los hospitales en esa época, por no lavarse las manos adecuadamente. El ordenó a los médicos lavarse con un cepillo y con antiséptico lo que disminuyó la muerte por fiebre puerperal de un 20 por ciento a un 1 por ciento. Esto probó que tenía razón. Sin embargo, la actitud de sus colegas no cambió. Incluso, algunos médicos se ofendieron por considerar imposible que ellos estuvieran matando a sus pacientes. Finalmente, a Semmelweis lo echaron de su trabajo.

La historia de Semmelweis muestra lo obstinados que somos. Semmelweis no publica su descubrimiento ni intenta demostrarlo en animales. Por el contrario, lo toma como algo personal y ataca a quienes lo critican llamándolos asesinos. Se instaló en Pest, Hungría, luego de perder su trabajo en Viena. Su forma tan agresiva hizo que su gente comenzara a evitarlo e incluso sabotearlo. Semmelweis fue un genio pero también un lunático. Tuvieron que pasar 20 años hasta que Joseph Lister publicara en el Lancet su idea del uso de los antisépticos en una forma más clara, persuasiva y respetuosa.

Ciento treinta años después me pregunto cuando tomaremos conciencia. La cantidad de bacterias en nuestras manos es de 5000 a 5 millones unidades formadoras de colonias por centímetro cuadrado. Las capas de la piel hacen difícil la remoción de estas bacterias incluso con el cepillado y la esterilización es imposible. La peor zona es debajo de las uñas. Es por eso que las guías del Centro para el Control y Prevención de enfermedades (Centers for Disease Control and Prevention) exige a los médicos que tengan las uñas cortas y que no utilicen uñas postizas.

Artículo comentado por el Dr. Rodolfo Altrudi, editor responsable de IntraMed en la especialidad de Cirugía General.