Bioética II

¿Cultura de la vida o pieza sacrificial?

El caso Terri Schiavo y otros en el segundo capítulo del libro de la Dra. Diana Cohen Agrest.

Autor/a: Diana Cohen Agrest

La Dra Diana Cohen Agrest es doctora en Filosofía (UBA), especializada en temas de ética. Magister en Bioética por la Monash University de Australia, investigadora de FLACSO.

En el año 2005, tras una ardua batalla legal, se retiró el tratamiento de sostén vital a Terri Schiavo, una joven estadounidense que permaneció en estado vegetativo persistente durante quince años.

Terri Schiavo no podía decidir por sí misma qué hacer con su vida. Y, por cierto, su historia conmovió a la opinión pública mundial. Sin embargo, la distorsión de los hechos, promovida por grupos con intereses distantes de los que aquejaban a Terri, y el uso manipulador que se hizo de un video, constituyeron una suerte de experimento espontáneo que exhibió impunemente a una paciente valuada como un símbolo antes que como un ser humano, único en su particularidad.

Atendamos, en primer lugar, a los hechos públicos que construyeron la figura también pública de Terri Schiavo: por primera vez en la historia de los Estados Unidos, el Congreso convocó a una sesión extraordinaria para sancionar una ley que modificaría la atención médica de una única paciente. El presidente Bush no sólo alentó la nueva legislación, sino que incluso regresó antes de tiempo de sus vacaciones en Texas para estar presente y firmarla inmediatamente: “El caso de Terri Schiavo da lugar a cuestiones complejas”, afirmó. “Quienes viven a merced de los otros merecen nuestra especial atención y preocupación. Nuestra meta como nación debería ser construir una cultura de la vida, donde todos los americanos sean valiosos, bienvenidos y protegidos, y esa cultura de la vida debe extenderse a los individuos con discapacidades”. Resulta difícil negar que, tratándose de un discurso proveniente de una figura política de esa talla, fue inmaculadamente persuasivo.

Ahora volvámonos hacia la perturbadora historia de vida de esa joven llamada Terri Schiavo: en febrero de 1990, Terri, quien se había embarcado en un régimen para adelgazar, sufrió un paro cardíaco producido por una disminución de potasio que le produjo un accidente cerebrovascular. Las tomografías computadas mostraban una severa atrofia de sus hemisferios cerebrales y su electroencefalograma indicaba inactividad cortical. El examen neurológico probó que se encontraba en una condición clínica conocida como estado vegetativo persistente, caracterizado por períodos de vigilia alternados con períodos de sueño, algunas pocas reacciones reflejas a los ruidos y a la luz y otras todavía más escasas reacciones en la deglución. Este tipo de respuestas reflejas dio pie a que poco tiempo antes de su muerte, acaecida en marzo del 2005, se abusara de la exhibición del video que mostraba una Terri ‘viva’. Pero en rigor de verdad, no había signos en ella ni de emociones ni de impulsos voluntarios ni de operaciones cognitivas.

En 2002, en una de las instancias judiciales, Terri sería evaluada por una junta médica compuesta por cuatro neurólogos, un radiólogo y su médico de cabecera. Los profesionales designados por los padres de la paciente sugirieron que Terri podía mejorar con tratamientos, entre otros, vasodilatadores, cuya eficacia no había sido probada y de los que se carecía de datos objetivos que los avalaran científicamente.

Sus padres se resistieron a aceptar el diagnóstico de estado vegetativo persistente y, en la creencia de que su hija podría llegar a mejorar con un tratamiento de rehabilitación, lograron que continuara recibiendo la alimentación por medio de una sonda nasogástrica. Pero de acuerdo con las leyes estaduales, era el marido de Terri quien debía decidir en su lugar. Y éste alegó que Terri habría expresado cierta vez su deseo de “no ser mantenida viva conectada a una máquina”.

Los padres fueron criticados por no aceptar la dolorosa realidad de la condición de su hija y por expresar más sus propios deseos y valores que aquellos presuntamente sostenidos por su hija. El marido sería acusado de defender sus intereses financieros. Y se desconfió de cuán genuina era su lealtad, dado que se había vuelto a casar y ya tenía dos hijos de su nuevo matrimonio.

Pero lo cierto es que el poderío creciente de la moderna tecnología biomédica ha vuelto posible mantener artificialmente con vida, durante un tiempo indefinido, a pacientes que unos pocos años atrás morían en contados días. Y Terri vivió una vida conservada por medios artificiales. Así pues, si bien más tarde o más temprano, todos morimos (porque, más allá de la muerte de las ideologías, justo es reconocer que no hay nada más democrático que morir), este creciente poder de la medicina ha llevado a que el momento en que morimos sea, cada vez más, la resultante de una decisión médica. Y estas decisiones son ineludibles.

No obstante, demás está decir que mantener a un paciente en estado vegetativo persistente durante quince, treinta o cincuenta años, no es una mera decisión médica: se trata además, a todas luces, de una decisión moral. Como también lo es retirarle los tubos de alimentación.


Decidir por otro

No es la primera vez que se debe tomar una decisión en lugar de un paciente incapacitado para hacerlo y, sin lugar a dudas, esa figura legal, que se conoce por el nombre de ‘juicio sustituto’, da lugar a perplejidades de compleja resolución.

El caso que sentó precedente en los Estados Unidos fue el de Nancy Cruzan, una joven que entró en estado vegetativo persistente tras un accidente automovilístico en 1983. Tras acompañar a su hija durante más de un año, sus padres solicitaron a la Corte Suprema de Missouri la autorización para quitarle el tubo de alimentación. El pedido fue denegado, alegando que uno de los intereses del Estado es el de preservar la vida. Y que, por añadidura, este interés del Estado no desplazaba al derecho de un paciente competente a pedir la interrupción de un tratamiento médico. Sin embargo, la Corte sostuvo que, desde el momento en que la joven Cruzan no era competente, sólo se podría autorizar el retiro del tratamiento de sostén vital si había una prueba clara y convincente de que eso era lo que Nancy Cruzan habría querido. Pero la Corte no había recibido ninguna prueba de esta clase. En la apelación, la Suprema Corte de los Estados Unidos ratificó este juicio, fallando que, antes de autorizar a los médicos a dar ese paso, el Estado de Missouri tenía el derecho de exigir una prueba clara y convincente de que eso era lo que Nancy Cruzan había querido. Pero la Corte no había recibido ninguna prueba de esta clase. En la apelación, la Suprema Corte de los Estados Unidos, ratificó este juicio, fallando que, antes de autorizar a los médicos a dar ese paso, el estado de Missouri tenía el derecho a exigir una prueba clara y convincente de que Cruzan habría deseado que la dejaran morir.
Tal vez no por pura coincidencia, poco tiempo después de la decisión de la Suprema Corte, una antigua amiga de Cruzan recordó una conversación donde Nancy Cruzan le habría dicho que, en caso de que cayera en un estado semejante en el que ya no pudiera recobrar la conciencia, no querría ser mantenida viva. La Corte de Missouri aceptó esta prueba ‘clara y convincente’ de los deseos de Cruzan y se la dejó morir.

La historia de Terri prueba que hasta el presente, en los Estados Unidos, los tribunales dan por sentado que en casos semejantes, debe continuarse con el sostén vital, salvo que exista alguna prueba que indique que el paciente no habría querido ser mantenido vivo en circunstancias en las que hacerlo requería de esos tratamientos extraordinarios.

En Gran Bretaña la situación es totalmente distinta, al menos desde el caso de Tony Bland, un joven de 17 años al que se lo privó de oxígeno como resultado de la tragedia que tuvo lugar en 1989 en un estadio de fútbol, en Sheffield, en el que noventa y cinco personas murieron en un túnel de salida bloqueado. Ni la familia de Tony Bland, ni su médico, ni nadie, veían beneficio alguno en mantenerlo con vida durante décadas. En Gran Bretaña, cuando se alcanza unanimidad entre la familia y el equipo de salud, en circunstancias semejantes el médico suele retirar la alimentación artificial. El paciente muere tras una o dos semanas. En el caso de Tony Bland, el médico a cargo comunicó a los tribunales lo que planeaba hacer. Y las autoridades, en un principio, le advirtieron que de hacerlo podría ser acusado de asesinato.

El contraste entre ambos abordajes –el estadounidense y el inglés– fue resumido con enorme sentido común por uno de los miembros de la Corte de Apelaciones, quien expresó: ‘Nunca antes del desastre, el Sr. Bland dio indicación alguna de sus deseos en caso de que se encontrara en una situación semejante. No es un tema sobre el cual la mayoría de los adolescentes hablen’. Pero el tribunal allí reunido no concluyó que Tony Bland debía continuar vivo hasta que se muriera de viejo. En su lugar, los jueces de la Corte británica se formularon un interrogante distinto: ¿Qué se debe hacer si se consideran los mejores intereses del paciente?

Como respuesta, la opinión médica unánime era que Tony Bland no era consciente de nada, y que no había perspectiva alguna de que pudiera mejorar su condición. El tratamiento carecía de beneficio terapéutico, médico o de cualquier otro orden. Por su parte, la Corte británica sostuvo que cuando un paciente es incapaz de consentir a un tratamiento médico, los médicos no tienen obligación legal alguna de continuar un tratamiento que no beneficia al paciente. Los jueces británicos concordaron en que la mera continuación de la vida biológica, en ausencia de conciencia o de la esperanza de recobrar alguna vez la conciencia, no constituye por si misma un bien.


La ley ‘a medida’

A diferencia del caso Cruzan y del caso Bland, donde no hubo disenso intrafamiliar, el caso Schiavo presentó el desafío de cómo definir una familia y de cómo proceder si sus miembros no se ponen de acuerdo sobre un tercero que no puede decidir por sí mismo. En una de las instancias judiciales en la que la Suprema Corte de Florida rechazó la apelación, los padres, con la ayuda de organizaciones religiosas, solicitaron a la Legislatura que volviera a colocarse el tubo de alimentación, poco antes removido por orden judicial. La Legislatura sancionó una nueva ley con nombre propio, que sería conocida como la ‘Ley de Terri’, que facultaría al gobernador Jeb Bush –hermano de George–, a ordenar la reinserción del tubo, y así se hizo. Pero, llamativamente, como su nombre lo advierte, dicha ley era aplicable sólo para un paciente que no hubiese anticipado en un documento sus deseos en caso de que se encontrara en esa condición; que la Corte hubiese certificado el estado vegetativo persistente; que se le hubiera retirado la nutrición y la hidratación, y que un miembro de la familia del paciente hubiese protestado por ese retiro. En pocas palabras: una ley hecha a medida de Terri, y sólo de Terri.

En el otoño de 2004 la Suprema Corte de Florida declaró su inconstitucionalidad, puesto que la ley violaba la separación de poderes, en tanto en cuanto la Legislatura habría sancionado una ley que autorizaba al Ejecutivo a interferir en la esfera judicial. Desafiando a casi veinte jueces intervinientes a lo largo de las distintas instancias, y haciendo caso omiso de aquéllas, el presidente Bush firmaría una ley (S. 686) que autorizaría a un tribunal del Estado de Florida a actuar ante cualquier “violación de todo derecho de Theresa Marie Schiavo (…) relativo al retiro de alimentación, fluido o tratamiento médico que la mantenga con vida”. Por esas cosas del azar, se trataba del mismo estado de Florida gracias al cual Bush, sospechosas elecciones mediante, habría accedido en su momento a su primera presidencia. El mismo Bush que más tarde, huelga decirlo, mostró una encomiable virtud de gratitud.


Un símbolo

Si se piensa que la vida humana se reduce a la vida meramente biológica, Terri permaneció viva gracias a una tecnología que impidió que la naturaleza siguiera su curso. Si se considera, en cambio, que la vida es vida biográfica, Terri había dejado de vivir quince años atrás. Al poco tiempo de ser finalmente desconectada, la autopsia probaría que Terri no habría podido recuperarse jamás.

Pero Terri ya había abandonado mucho tiempo antes la dimensión de lo humano, pues se había transformado en un símbolo de un país en donde ‘la cultura de la vida’ defendía a un individuo que, nunca jamás volvería a sentir, mientras relegaba a la muerte a miles de soldados que, en su pletórica juventud, se encaminaban hacia Irak. No obstante, se ha de reconocer que si Terri llegó a transformarse en un símbolo, es porque todavía otros tantos creen que la ‘cultura de la vida’ no puede coexistir con una cultura de la muerte. Y, mucho menos, con una cultura fundada en las tradiciones más proclamadas en los Estados Unidos, las del respeto a la Constitución y a la democracia. En rigor de verdad, en esta gesta trágica se juzgaron, nada más y nada menos, que dos modelos de sociedad. Pero ésta ya es otra cuestión.

* Inteligencia ética para la vida cotidiana, Cohen Agrest Diana 

ISBN 9500727692
Temática filosófica 
Editorial Sudamericana 
Género: Ensayo 
Páginas: 256

 

 

 

 

 

 

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