Entre los ciudadanos y la prensa existe un gran desencuentro, que se aprecia claramente en las noticias de ciencia y salud. La gente espera que la prensa le cuente la verdad factual y que se la cuente con transparencia y rigor, pero se siente defraudada porque lo que abundan son las informaciones imprecisas, confusas, exageradas y tendenciosas que aumentan la desconfianza hacia los medios. La malévola etiqueta de fake news ha puesto el foco de la desinformación en la prensa, cuando el grueso del problema no está tanto en las noticias periodísticas como en toda la información que las rodea, las recicla, las distorsiona o de algún modo se asocia a la noticia y se confunde con ella. Esta gran ceremonia de la confusión obrada por las redes sociales y por comunicadores poco acreditados y con intereses particulares repercute negativamente tanto en la prensa como en el público, a la vez que ahonda en el desencuentro entre una y otro.
Una de las razones de este desencuentro y de no pocos malentendidos es la falta de cultura periodística de los ciudadanos, pues muchos no acaban de entender qué es el periodismo y cómo trabajan los periodistas. Un estudio del American Press Institute (Americans and the News Media: What they do –and don’t– understand about each other) muestra que buena parte del público no comprende algunos términos periodísticos elementales: el 50% de la gente no sabe exactamente cuál es la diferencia entre un editorial y una tribuna de opinión, el 43% no sabe qué significa el término “atribución” en periodismo, el 28% no distingue entre un reportero y un columnista, el 27% no conoce cuál es la diferencia entre un editorial y una noticia, y el 21% no distingue entre un comunicado de prensa y una noticia.
No siempre delimita información y publicidad como es debido
También la prensa tiene su responsabilidad, pues muchas veces no separa adecuadamente la información de la opinión, a la vez que fomenta las tribunas y columnas en detrimento de las noticias y reportajes (más caros de producir) y permite que la información se infiltre de opinión más o menos velada. Por otra parte, tampoco siempre delimita información y publicidad como es debido: muchos publirreportajes y contenidos patrocinados no llevan el aviso de que, a pesar de su apariencia periodística, estamos ante pura y simple publicidad. Por tanto, no es de extrañar que, según el citado estudio, apenas el 18% de la gente sepa qué es la “publicidad nativa” (native advertising), esa nueva etiqueta para los tradicionales publirreportajes. Otro dato revelador es que cuando se pregunta al público qué entiende por fake news, muchas de sus respuestas se alejan del sentido primigenio que le otorgó Craig Silverman en 2014, cuando se usó el término por primera vez: “información completamente falsa creada y difundida para obtener algún beneficio”.
Ante esta general falta de cultura periodística, ¿deben los periodistas esforzarse por explicar algunas cuestiones básicas de su oficio? Esta pregunta, que sobrevoló uno de los debates del reciente VII Congreso de Comunicación Social de la Ciencia, celebrado en Burgos del 9 al 11 de octubre, no tiene una repuesta unánime. Pero ciertamente no vendría mal que los periodistas científicos hicieran un poco de alfabetización periodística a la vez que informan y divulgan la ciencia, pues todo ello ayudaría a fomentar el consumo crítico de la información científica. Tanto el público como los periodistas parecen estar de acuerdo en que el periodismo ha de concentrarse en verificar los hechos y en explicarlos con claridad y transparencia, pero para ello hace falta entender mejor qué es el periodismo, que lo distingue de la comunicación y la publicidad, y cómo se fabrican las noticias y lo que no lo son.
Gonzalo Casino es licenciado y doctor en Medicina. Trabaja como investigador y profesor de periodismo científico en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.