Escepticemia por Gonzalo Casino

Pruebas invisibles

Sobre la omnipresente falta de evidencias para elaborar conocimiento empírico

Autor/a: Gonzalo Casino

Para contar una historia explicativa no hacen falta muchos hechos. Por el contrario, es más fácil y eficaz elaborarla con unos pocos hechos llamativos y un puñado de datos de situación para sustentarla. Y, si ya tenemos prefigurados los mensajes finales, mucho mejor: basta seleccionar los datos más convenientes para que el relato se vaya armando con la racionalidad del constructor de un mosaico. Lo que cuenta es el resultado, sin importar las piezas descartadas porque no encajan y aquellas que no están disponibles, pero que hubieran podido alterar la imagen final.

Las historias de las civilizaciones, las naciones y los imperios son en buena medida relatos hilvanados con hechos y datos significativos para quienes las escriben.

Suelen articularse a partir de grandes acontecimientos relacionados más con la guerra que con las vicisitudes de la paz. No es raro, por tanto, que las historias nacionales expliquen de forma distinta un mismo acontecimiento, pues se han escrito con datos y significados diferentes. Sin embargo, si no se tiene bien presente que las pruebas descartadas o desconocidas podrían cambiar el relato y el conocimiento, toda pretensión de objetividad se hace añicos.

Considerar de forma explícita la existencia de estas pruebas invisibles es fundamental para producir conocimiento mínimamente fiable, ya sea en la historiografía y las ciencias sociales como en las disciplinas más experimentales. La historia de las civilizaciones antiguas es un ejemplo elocuente de racionalización a partir de pruebas limitadas. Solo son conocidas aquellas de las que han pervivido objetos o, mejor, registros escritos. Pero ¿cuántas civilizaciones hubo antes de los sumerios de las que no queda piedra sobre piedra? ¿cuántas no llegaron a desarrollar algún tipo de escritura y cuántas sí la desarrollaron, pero de las cuales no tenemos rastro alguno? La misma historia de las lenguas y la escritura, que necesariamente se remonta más allá de las lenguas sumeria, acadia, asiria y babilonia, es imposible de trazar por la elocuente falta de pruebas. Pero bastaría descubrir un sitio arqueológico bien provisto para poder reescribir esta historia.

En las ciencias empíricas, todas ellas basadas en la observación y solo algunas con capacidad manifiesta de experimentación, la existencia de pruebas o evidencias es lo que permite confirmar hipótesis y desarrollar el conocimiento. Sin tener en cuenta estas pruebas invisibles, todo conocimiento resulta sesgado. Sin embargo, la consideración explícita de las pruebas invisibles es, en general insuficiente. En biomedicina, por ejemplo, abundan las investigaciones que, después de haber sido realizadas, nunca fueron publicadas y, por tanto, permanecen ocultas. Además, entre las publicadas, hay una tendencia a informar de los resultados favorables.

El peligro de estos sesgos está muy claro cuando hablamos de intervenciones de salud: la sobreestimación de los efectos favorables y la infraestimación de los efectos desfavorables. Como la dimensión de las pruebas invisibles (la parte sumergida del iceberg) es difícil de medir, siempre nos queda una sombra de duda o punto de incertidumbre sobre los efectos reales de los tratamientos.

La historiografía en general, y las historias nacionales en particular, son un ámbito del conocimiento en el que abundan las pruebas invisibles, en unos casos porque se han destruido o están ocultas, en otros por simple descarte y selección interesada de las más convenientes para el relato, lo que se llama sesgo de selección o cherry picking. Pero los sesgos derivados de ignorar las pruebas invisibles afectan en mayor o medida a todos los ámbitos del conocimiento empírico. Por ello, para producir, digerir y aplicar conocimiento fiable, hay que ser muy escrupulosos y vigilantes con estos sesgos. El problema es que la naturaleza humana es más proclive a elaborar relatos explicativos que a quedarse sin relato por falta de pruebas.


El autor: Gonzalo Casino es licenciado y doctor en Medicina. Trabaja como investigador y profesor de periodismo científico en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.