" No hemos heredado el mundo de nuestros padres, sino que lo hemos tomado prestado de nuestros hijos "
Para proteger la salud y velar por el bienestar de los niños es necesario enfrentarse a varios problemas y tendencias ambientales como el recalentamiento del planeta, el agotamiento de la capa de ozono, la contaminación del aire, los desechos peligrosos, la exposición a productos químicos tóxicos y plaguicidas, el saneamiento insuficiente, la falta de higiene, el agua y los alimentos no aptos para el consumo y la vivienda inadecuada.
La creciente preocupación popular por los efectos ocasionados por la contaminación medioambiental en la salud (1, 2) contrasta con la carencia de una formación médica académica en el pre y postgrado sobre el tema y con la escasa información y divulgación en los libros de medicina general y pediátrica (3, 4)
Las nuevas situaciones exigen una modificación en la prioridad de los objetivos de la Pediatría, adquiriendo cada vez mayor importancia la protección y la promoción de la salud, por lo que el pediatra ha de asumir, cada vez con más compromiso, estas funciones. Es necesario que la comunidad pediátrica cultive la conciencia para conocer mejor los efectos reales de la polución medioambiental, diagnosticar correctamente las patologías asociadas, proteger adecuadamente a nuestros niños y mejorar la salud de las generaciones actuales y venideras.
En 1992 se lanza el Programa 21, un plan mundial para "promover el desarrollo sustentable ", aprobado en Río de Janeiro en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo (UNCED) durante la "Cumbre para la Tierra". Se declara a la prevención de la contaminación ambiental como un elemento vital de la sustentabilidad. Su principal intención es la protección de la infancia del mundo, la que representa los recursos intelectuales, sociales y económicos del futuro.
La prevención promueve la sustentabilidad, ya que protege a los grupos vulnerables, afronta situaciones riesgosas para la salud y el medio ambiente, desarrolla recursos humanos y educa y fortalece comunidades. Más de las dos terceras partes de la población infantil tienen su salud y sus vidas amenazadas por riesgos medioambientales en sus casas, en sus escuelas, en los lugares donde juegan y en donde trabajan.(1, 5)
A nivel mundial, el determinante más importante de la morbimortalidad infantil es la pobreza. Esta genera diversos factores medioambientales negativos (biológicos, conductuales y psicosociales), que desencadenan una deficiente salud y da origen a numerosas enfermedades asociadas. Los hechos socioeconómicos actuales nos brindan un ejemplo: los elevados índices de desocupación y la creciente pauperización generaron una nueva modalidad de subsistencia: el "neocirujeo". Cada día, cerca de 40 mil personas ("desfile nocturno" de adultos, adolescentes y niños) se sumergen en las bolsas de la basura, no sólo en busca de cartón y papel sino de restos alimentarios que le permitan mitigar el hambre.
La indiferencia hacia estos grupos, o lo que es peor, la "pseudo-organización" (vacunación, separación de residuos en bolsas de colores, etc) supone un elevadísimo riesgo para su salud y la de todo el medio ambiente, favoreciendo la marginación, la ignorancia, la destrucción de la autoestima, la pobreza y la violencia.
Como se declaró entonces en la UNCED de 1992: el comercio de desperdicios, constituye un problema internacional, que contribuye gravemente a la intoxicación ambiental y requiere de soluciones de cooperación internacional.
La carencia de una política sanitaria y ambiental atenta severamente contra el desarrollo sustentable, permitiendo que esta generación de "niños de la basura" sea víctima con un potencial futuro: el de repetir situaciones y modelos culturales actuales. El término "Justicia Ambiental," creciente en los movimientos ambientalistas de los Estados Unidos, debería ser un reclamo internacional, un llamado a las conciencias gubernamentales y una lucha por los derechos a un ambiente más limpio y una vida más saludable.