¡Lo invitamos a participar!

¿Cómo hablamos los médicos?

IntraMed se ha propuesto hacer una recopilación de la "jerga" médica en los países de habla hispana.

¿Y usted cómo le llama a...?

En IntraMed queremos conocer las palabras de la jerga médica. Planeamos ordenarlas como ladrillos sonoros y hacerlas visibles para todos. ¿Cómo llaman a un resfriado en Medellín, a un demente en Guadalajara, a la fiebre en Andalucía o a la vejez en Valparaíso? ¿Cuáles son los múltiples nombres de la muerte, del parto, del miedo en los infinitos rincones por donde circula nuestro “idioma” como un agua que nos une o nos separa?

Bien sabemos que uno de los cimientos de la relación médico-paciente es la comunicación y el diálogo. Ese diálogo implica a muchas veces adaptar los términos científicos y técnicos al lenguaje del paciente, o darles un matiz más sutil, un color más tenue según la situación.

La terminología científica es propiedad del médico. No es fácil desglosar la información, decodificar los términos. Lo interesante de la jerga es su dinamismo y constante actualización. Son cosas que se dicen, no se escriben ni publican; no quedan registradas más que en el diálogo cotidiano entre colegas, por ejemplo, en los pasillos del hospital.

Los invitamos a dejar su huella verbal. La impronta de la lengua que hablamos impresa en los muros de nuestro sitio para que, luego de clasificarla, ordenarla y descifrarla, se la devolvamos para que unos comprendan la jerga de los otros. Eufemismos, siglas, metáforas, metonimias, términos coloquiales, ideolectos, todo lo que toque con palabras el áspero mundo médico en el que nuestras vidas se desenvuelven será bienvenido. Ahora es el turno de ustedes, los convocamos a que escriban en las ávidas paredes de IntraMed los nombres entrañables o espantosos de la lengua que hablamos.

Porque tenemos lenguaje los hombres tenemos mundo

La racionalidad más básica consiste simplemente en extraer datos con significado para nosotros mismos, aislarlos del confuso continuo de lo real, clasificarlos y nombrarlos. La palabra encierra modos de ver el mundo. No sólo designa, en el mismo acto construye los objetos que lo habitan. Con islas de palabras armamos el archipiélago de significados en el que transcurren nuestros días, nuestros sueños, nuestros deseos. En la minúscula caverna de la boca, los nombres de las cosas se saborean, se pesan como si la lengua fuese una mano, se miran como si fuera un ojo, se huelen, se aman o se desprecian. No es posible interactuar con el mundo sino mediante los diversos modos con que lo nombramos. El lenguaje es nuestra perspectiva sobre las cosas. Desde una torre de sonidos y de letras observamos una realidad que ellas mismas proyectan. Fascinados, analizamos la sombra de una llama sobre la pared ignorando que somos la vela que la produce.

Anudados en palabras los conceptos nos permiten sostener la ilusión de poder aprehender lo real que nos excede y nos determina. “Conocer es olvidar diferencias” decía Jorge Luis. Borges y es el lenguaje el que nos permite hacer esa síntesis sin la cual nada nos resultaría comprensible. Los seres humanos “vemos” al mismo tiempo en que “nos vemos” y esa autorreferencialidad nos permite saber quienes somos.

Claudia Tarazona y Daniel Flichtentrei

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Artículo publicado en el diario La Nación

Diálogos del alma

Nos queda la palabra
Por Sergio Sinay

Rico y generoso, nuestro idioma tiene, según el Diccionario de la Real Academia, 90 mil palabras. En el Congreso Internacional de la Lengua realizado en Rosario en 2004 se informó que hoy un adulto no usa más de 2 mil. Y Pedro Barcia, presidente de la Academia Argentina de la Lengua, advirtió hace poco que los jóvenes apelan apenas a 200. “Nos espera un cautiverio de la libertad de expresión. El hombre no va a tener libertad para decir lo que quiere, ni matices. Nos espera un empobrecimiento gradual del intelecto porque la persona piensa con palabras, distingue gracias a las palabras una realidad”, dice Barcia. Esta agonía de la palabra, que el lector Hellman describe de un modo puntual y acertado, va aparejada con el desarrollo explosivo de la tecnología de la información y la comunicación, que aunque tenga este nombre conecta mucho más de lo que comunica. Un florecimiento de artefactos, adminículos, técnicas y vías que, antes que medios para comunicar y enlazar pensamientos, presencias y personas reales entre sí, se han convertido en fines en sí mismos. El multitasking (trabajo múltiple) –como se denomina al ejercicio de estar conectado hasta con cinco pantallas, consolas y teclados al mismo tiempo– señala el apogeo de esa tendencia y, al mismo tiempo, la anorexia de la palabra.

Si la palabra nos hace humanos, en tanto expresa el pensamiento y da herramientas a la conciencia, cabe coincidir con el filósofo español Carlos Goñi, quien (al narrar en su libro Cuéntame un mito la historia de la doncella Cidipe, obligada por los dioses a casarse con Acontio porque había dado su palabra) critica el “pensamiento débil”, que nos ha llevado a “la hipocresía, a actuar de una manera y pensar de otra, a prostituir la palabra para salvar el pescuezo, a decir lo que sea con tal de quedar bien, a debilitar las palabras a fuerza de usarlas sin ton ni son”. O, se podría agregar, a fuerza de no usarlas, de reemplazarlas por onomatopeyas, por abreviaturas que mutilan y matan la ortografía (con la colaboración de alguna compañía de “comunicación”, autora de un manual de abreviaturas aberrantes destinado a usuarios de mensajes de texto).

Fruto de la “posmodernidad”, el “pensamiento débil”, categoría creada por el pensador italiano Gianni Vattimo, expresa relativismo, falta de compromiso, desprecio por la certeza, depreciación de valores esenciales, abandono de la espiritualidad, minimización de la ética. Es un fenómeno vigente y predominante. Ante él, la palabra construye, sostiene, comunica, da entidad. Abandonarla, envilecerla, no honrarla con nuestras acciones, es desmantelar el pensamiento, renunciar a buena parte de nuestra condición humana. Es urgente la recuperación de la palabra, a través de la lectura, de la escritura, de la conversación, de las actitudes, de la reflexión sobre nosotros y sobre el mundo que habitamos. “Haz lo que digo porque es lo que hago”, sería una buena máxima para cultivar en los vínculos privados y públicos, en lo íntimo y en lo social. En uno de sus bellos y poderosos poemas, dice el español Blas de Otero (1916-1979): “Si he sufrido la sed, el hambre, todo lo que era mío y resultó ser nada, si he segado las sombras en silencio, me queda la palabra…”. Amén.

sergiosinay@gmail.com  


 Escepticemia
Gonzalo Casino
gcasino@cardiel.net
La medicina vista desde Internet y pasada por el saludable filtro del escepticismo.


Portmanteau
 

Sobre la tendencia a las uniones e intersecciones en biomedicina  

¿En qué se parece un cyborg a la República Unida de Tanzania? Bien, un cyborg es un ser híbrido de humano y máquina; o dicho de otro modo, una criatura a medias cibernética (cyb-) y orgánica (-org). El nombre fue acuñado en 1960, cuando se empezaba a intuir un futuro próximo con seres humanos mejorados por la tecnología. En cierto modo, este futuro ya está aquí, pues son muchas las personas que llevan prótesis mecánicas, desde un marcapasos a un implante coclear, sin las cuales no podrían vivir o vivirían mucho peor, y quien más quien menos tiene o tendrá algo de cyborg. Aparte de que pueda haber cyborgs en Tanzania, la clave de la similitud está en el nombre. Tanzania, como cyborg, es una palabra híbrida creada en 1964 para dar nombre a un nuevo país resultante de la unión de los recién independizados Tanganika y Zanzíbar. Este tipo de palabras combinadas se denominan en inglés portmanteau, un galicismo que significa “baúl de viaje” tras sufrir una desviación léxica y semántica del francés portemanteau (perchero).
 
Esta nueva acepción para designar estas palabras híbridas se la sacó de la manga en 1871 ese gran inventor de palabras y de portmanteaux que fue Lewis Carroll, en su obra Al otro lado espejo y lo que Alicia encontró allí, donde su personaje Humpty Dumpty dice: “Slithy significa slimy y lithe [viscoso y flexible]... Como ves, es como un portmanteau: hay dos significados juntos en una palabra”. Desde los tiempos de Carroll, los portmanteaux se han multiplicado en inglés, una lengua especialmente dada al blending o mezcla de palabras. A modo de ejemplo pueden citarse el clásico motel, formado a partir de motor y hotel, el ingenioso smog (niebla tóxica), de smoke (humo) y fog (niebla), o el imprescindible advertorial, creado hace ya más de seis décadas, en 1946, a partir de advertisement (anuncio) y editorial, para designar un texto publicitario camuflado como información en los periódicos. Un portmanteau es, pues, una neologismo que sirve para nombrar una nueva realidad surgida de la concurrencia de otras dos. ¿En qué idioma habla quien mezcla palabras y expresiones del español y el inglés sino en spanglish? Puede que esto no sea una lengua, pero es sin duda un código de comunicación oral que de algún modo hay que nombrar (de hecho, en EE UU hay una cátedra de Spanglish, ocupada por Ilan Stavans, quien ha traducido a esta “lengua” El Quijote).
 
En el ámbito de la biomedicina también empiezan a menudear los portmanteaux. Pensemos por ejemplo en genoma (de gen y cromosoma) y en genómica, en proteómica, metabolómica, nutrigenómica y en todas las demás ciencias ómicas. Y es que aunque no es exactamente un portmantau, la biomedicina se ha convertido en un territorio de hibridación creciente donde confluyen muchos campos de conocimiento antes inconexos, desde la bioinformática a la bioingeniería, entre otras muchas disciplinas emergentes en este territorio de uniones e intersecciones que son hoy las ciencias de la salud.


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