Editorial del Dr.Golombek Diego
Biólogo, investigador CONICET, UNQ

A los neurocientíficos el cerebro nos queda grande. No nos alcanzan las palabras, los electrodos, las preguntas, el asombro o las computadoras para entenderlo. El cerebro es, seguramente, el desafío más formidable de la ciencia, el órgano más complejo del universo (hasta que vengan extraños seres verdes con antenas pidiendo que los llevemos frente a nuestro líder…). Así, no hay otra posibilidad que la de echar mano a toda herramienta posible para comenzar a entender esto que somos, esto que piensa y nos piensa, que recuerda y nos recuerda, que emociona y nos emociona – claro, en todo este asunto está la trampa de qué o quién es ese “nosotros”.

Así, la neurociencia avanza que es una barbaridad siempre y cuando pida ayuda a la poesía, a la matemática, a la física o a la filosofía. En resumen: la neurociencia como parte de la cultura.

Pero todo esto es muy fácil de decir, y en la cancha se ve el cerebro – hay que arremangarse y juntar a los jugadores. De eso se trató justamente este primer encuentro entre algunos de los más grandes expertos del estudio de la mente – sus emociones, motivaciones, sueños y bajezas – y el Resto del Mundo, aquellos que día a día piensan (pensamos) en sus vidas sus trabajos, sus afectos, sus proyectos – o sea, en su cerebro. Fue una noche de poetas, de opiniones, de intercambios, de entendernos un poco más a nosotros mismos. Casi nada.

De la unión entre la pólvora y el libro puede surgir la rosa más pura, decía el escritor González Tuñón. Vaya uno a saber qué puede aparecer de la convergencia entre la neurociencia y el resto de la cultura. El cerebro es un arma cargada de futuro.
 

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