La remuneración del trabajo tiene varias denominaciones: a) salario, para referirse a lo percibido en forma periódica por el trabajador en relación de dependencia con un empleador (voz que hace referencia a que en la antigüedad se retribuía el trabajo con sal), b) sueldo, por lo general entendido como remuneración mensual, c) jornal, para la retribución diaria o por jornada.
Curiosamente, para las profesiones liberales en las que por un determinado trabajo se pacta un cierto pago en forma libre, se utiliza la palabra “honorario”. Sin duda alguna, la remisión al honor, es inmediata. Si bien para algunos, esto hace referencia a que así se entendía la retribución en la corte de honor de los reyes, es difícil dejar de pensar en que al pagar un honorario estamos haciéndolo por el honor que el profesional en cuestión nos ha hecho al brindarnos sus servicios.
Por contrapartida, hay situaciones en donde quien trabaja se siente honrado por desempeñar la función y por ello no requiere retribución pecuniaria y lo hace ad honorem (por el honor).
Sea una u otra la situación, es indudable que el honor y el trabajo profesional están lingüísticamente relacionados y por ello vinculados profundamente en nuestro universo simbólico.
A los médicos (es bien sabido) nos cuesta hablar de dinero y abordar el tema de nuestros honorarios (que siempre nos parece espinoso) con los pacientes. Pese a que el enfermo idealiza al médico para considerarlo en condiciones de devolverle su perdida salud, y a no dudarlo para quien esto padece no hay mayor honor que permitirle volver a su estado anterior (aunque esto no sea más que una ilusión), hemos sido los propios médicos quienes instalamos la idea de que la nuestra es una misión humanitaria que no debe medirse en términos de dinero. Una sonrisa o un apretón de manos agradecido es para nosotros suficiente paga.
Esta actitud quijotesca (dirán algunos), ingenua (pensarán otros) o hipócrita (los menos condescendientes) lleva irremisiblemente a la frustración, la desazón y el encono. El médico se siente desvalorizado y reacciona inconscientemente contra su paciente. El envenenamiento de la relación entre ambos, (fácil es advertirlo), resulta inevitable.
La bendición de los enfermos no paga las cuentas que el médico debe afrontar todos los días y es así que la imagen del buen samaritano no tiene otro remedio que desvanecerse.
¿Es posible desandar este camino y volver a colocar el trabajo médico en el lugar que le corresponde, es decir en el de una prestación profesional? Sin duda lo es, pero no resulta tarea sencilla. Es necesario desmontar un paradigma (“el servicio del médico no se paga con dinero”) y formular otro mucho más realista (“no sólo de pan, pero también de pan, vive el hombre”). Decía Albert Einstein que más fácil resulta desmontar un átomo que desarmar un paradigma.
Comencemos por sincerarnos, por hablar claro antes de actuar nuestros resentimientos. El paciente al fin y al cabo, no es culpable de nuestros errores ni de nuestras presunciones y vanidades de benefactores de la humanidad.
Nadie trabaja a título gratuito. Ni siquiera los que lo hacen ad honorem; ellos renuncian a la paga en dinero, pero reciben y esperan formación profesional, crecimiento intelectual o gratificación personal. Cosa diferente es regalar nuestra labor voluntariamente, a quien nos une el afecto. Esto no es otra cosa que un acto de amor y los actos de amor (dicen algunos) son gratuitos. Alguien podrá preguntarse si existe el amor que nada espera a cambio. Pero ése es tema para otro análisis que excede el objetivo de estas líneas.
Aboquémonos de una vez los médicos a pensar y a hablar de la retribución de nuestro trabajo. Sin reservas y con sinceridad. Decía Sigmund Freud que en la psicología del hombre de nuestros días existen dos grandes tabúes, el sexo y el honorario. En cuanto al primero – sostenía – hemos avanzado bastante; en lo que se refiere al segundo, nos falta un largo camino por recorrer.
Prof. Dr. Alcides Greca
Profesor Titular de la 1ra Cátedra de Clínica Médica de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario.
*IntraMed agradece al profesor Alcides Greca la generosidad de compartir su editorial con nuestros lectores.