Todos sabemos –aunque a menudo lo callamos- lo que significa para una mujer encarar una tarea científica mientras se forma y se gestiona una familia con hijos. La Dra. Christine Dosne de Pasqualini ha logrado hacerlo y destacarse en ambas cosas. Ahora, en esta etapa de su vida, ha elegido continuar con su tarea diaria en la Academia Nacional de Medicina y publicar un extraordinario libro de memorias. Sería injusto destacar esa obra sólo por lo que su condición de mujer implica. Hay en este libro una historia de la ciencia de los últimos sesenta años y, más que eso, el testimonio ineludible de una voluntad de saber y de un rigor y entrega a la investigación rigurosa que merece ser leído por los nostálgicos de un pasado que peligra y por los jóvenes que no encuentran ejemplos que orienten su futuro. Descreo de las imposiciones, no me gustan las lecturas obligatorias, por ello me animo a sugerirlo enfáticamente a todos quienes aún consideran que una vida, es también una obra y, muchas veces, también un espejo donde mirarnos.
Daniel Flichtentrei
"Tuve una buena vida: quise lo que hice"
La singular vida de una prestigiosa científica
Dice la doctora Christiane Dosne de Pasqualini, que en su autobiografía pasa revista a seis décadas de ciencia y familia.
La doctora Christiane Dosne de Pasqualini cumplió 88 años. Nacida en un suburbio de París, criada en Canadá y argentina por adopción, discípula de Houssay, investigadora del Conicet, madre de cinco científicos y primera mujer que se incorporó a la Academia de Medicina, decidió remontar el río de su vida para reunir recuerdos que atraviesan el siglo XX y ofrecen un testimonio de primera mano sobre la historia de la ciencia local.
El fruto de ese ejercicio es Quise lo que hice (Leviatán), una autobiografía de más de 400 páginas que combina como ella suele hacerlo todo, de la forma más natural que pueda imaginarse, humor, aventuras, picardía, emoción, melancolía, tristeza, reflexión; pero que en ningún momento pierde esa cualidad que hace valioso un relato: el encanto.
"Me fui de mi casa a la Universidad Mc Gill a los 15 años -cuenta Dosne de Pasqualini-. A los 22, gané una beca para venir a trabajar durante un año con el doctor Houssay y me enamoré de este país y de su gente. Después me casé con Rodolfo [Pasqualini] y ya me quedé a vivir aquí, pero mi madre era una mujer muy ordenada y guardó todas las cartas que le mandé semanalmente durante 35 años. En 1980 se murió mi padre y ella me dijo: "Tengo todas tus cartas, ¿qué querés que haga?" Yo le dije que las tirara. Rodolfo se interpuso: "No, vamos a hacer unos paquetes y las mandamos a Buenos Aires", decidió. Eran cuatro enormes paquetes que recorrían mi vida desde los 15 a los 60 años. Entonces, cuando él se enfermó y tuve que estar mucho más en casa con la computadora, empecé a abrirlas y a escribir."
Con la ayuda invalorable de esa correspondencia, que le permitió precisar días, horas, nombres y sensaciones, Christiane se lanzó a escribir un texto que hilvana los días finales de la enfermedad de su marido, que por padecer un trastorno motor debía permanecer en su casa sin poder caminar, su actividad actual en la Academia de Medicina, donde todavía concurre diariamente a las 8 de la mañana, los lejanos días en Hawkesbury, un pueblito de 5000 habitantes entre la nieve de Canadá, su llegada a la Argentina, su año con Houssay, su trabajo en la Sección de Leucemia Experimental, que fundó y donde se dedicó a la investigación en cáncer.
El libro rebosa de anécdotas y apuntes cotidianos, y por sus páginas desfilan muchos de los "próceres" de la ciencia nacional. "Siempre leí mucho... ¡y en los tres idiomas! -cuenta, con ese leve acento francés que aún conserva-. Antes me gustaban más las novelas, pero a esta altura del partido me interesan más las biografías... Al leer ésta, yo misma me decía: "¿Cómo pudimos haber hecho tantas cosas? Especialmente en la época en que los chicos eran pequeños, porque Rodolfo había creado el Instituto Nacional de Endocrinología, íbamos ambos al Instituto, ambos al [Hospital] Rawson..."
Buena parte del libro está dedicada a la vida familiar de los Pasqualini. Rodolfo había hecho su tesis de investigación también con Houssay. "Después entró como médico en el servicio militar porque había que encontrar una forma de tener dinero -recuerda Christiane-. Y lo primero que te decía Houssay era: "Si tiene dinero, fantástico, pero yo no le puedo dar nada". Es que no había nada, no había forma de hacer investigación. Houssay creó el Conicet mucho después, en el 58, y esto era en el 44."
La Dra. Pasqualini y a su derecha el Dr. Bernardo Houssay
La amistad que se había iniciado en el Instituto de Fisiología muy pronto se transformó en un amor que se prolongaría durante seis décadas, a pesar de que la intrépida canadiense no quería compromisos. "Cuando Rodolfo me propuso matrimonio yo dudé -recuerda-. Al final le dije, «bueno, pero con una condición: que nunca me hagas dejar mi trabajo». El me contestó: «Está bien, pero que sea en la Argentina»".
Y así fue. Mientras Rodolfo se convertía en un endocrinólogo de renombre (escribió los libros de enseñanza de su especialidad y una reflexión sobre su vida profesional, En busca de la medicina perdida ), Christiane se las arreglaba para tener cinco chicos en seis años y seguir cultivando la vida científica con el mismo entusiasmo.
Hoy Diana y Titania, gemelas, son médicas (una especialista en endocrinología clínica, como su padre, y otra en adolescencia), Enrique es físico en la Comisión Nacional de Energía Atómica, Sergio es especialista en fecundación asistida y Héctor, ingeniero industrial especializado en petróleo. Todos trabajan en el país.
"Gracias a María, mi fiel gallega, que estaba "al pie del cañón", no dejé nunca la ciencia -rememora Christiane, maestra de 60 científicos, 30 hombres y 30 mujeres-. Además fue muy fácil criar a mis chicos, porque nacieron todos en block y felizmente no dieron ningún trabajo para estudiar... Y nunca me sentí culpable, porque así los chicos se crían más independientes."
Frecuentemente, esa historia íntima y gozosa le abre paso a una mirada reflexiva sobre la historia grande de la ciencia. Acerca de Houssay, que a lo largo de toda su vida le profesó un singular cariño, opina: "Creo que su obra mayor fue la creación del Conicet, porque profesionalizó la investigación".
Y agrega: "Lo importante de su enseñanza fue el full time, que es lo que desgraciadamente se está perdiendo porque el espíritu es diferente. Yo todo ese año que estuve [con la beca] entraba en el Instituto a las 8 de la mañana y salía a las 7 de la tarde. El full time es pensar todo el día en el trabajo. Y estar. Para mí, la computación va en contra de esto, porque mucha gente se queda trabajando en su casa. Pero eso es malo, porque el idioma de la investigación se aprende de la mano del director, y el director no puede estar en su casa, ¿dónde se ha visto eso?, no estar en el laboratorio, al alcance de todos sus discípulos. Ahora se habla más con la computadora que con el director..."
Sobre la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología, afirma: "El doctor [Eduardo] Charreau hizo un gran avance aumentando tanto el número de investigadores y el Ministerio de Ciencia es un logro importante. Acercar la investigación básica a la investigación aplicada es poner a la Argentina en el mapa mundial".
Acerca de los científicos argentinos asegura: "Yo siempre dije que tienen una gran virtud, un gran valor: su creatividad, su originalidad. Pero eso viene contrarrestado por la falta de disciplina y de orden. Por eso, cuando llegan a los Estados Unidos, donde les sobra la infraestructura, producen tanto en tan poco tiempo. Mientras que acá pierden tiempo en pavadas, entonces la producción baja. Las mujeres especialmente, porque les encanta diseminarse en cualquier cosa, y usan los chicos muchas veces de pretexto. Está bien un poco de chicos... pero hay que adaptarse a las dos cosas, y hacer las dos cosas bien".
Sobre la diferencia entre hombres y mujeres a la hora de hacer ciencia, subraya: "La mujer es perfeccionista y obsesiva, y para publicar un trabajo dará mil vueltas, porque nunca le alcanzan los datos. El hombre, en cambio, está apurado por publicar para obtener rápidamente una promoción. Entonces el hombre arma tres o cuatro trabajos chiquitos y la mujer tiene uno solo, pero muy bueno. Yo creo que la mujer ganó enormemente. Mi madre se dedicó ciento por ciento a su marido y sus hijos, aunque era muy inteligente y podría haber hecho otra cosa. Cuando yo empecé, fuimos cuatro mujeres entre 80 estudiantes de medicina. Cuando terminaron mis hijas, las mujeres ya eran el 33%. Y cuando terminó mi nieto, en el 99, ya eran el 55%. Y todo en dos generaciones."
Lúcida, activa, apasionada, Christiane Dosne de Pasqualini, que después de esta primera experiencia literaria ya se abocó a escribir la historia del Instituto de Investigaciones Hematológicas, le da la razón a Jean Paul Sartre, que decía: "La felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace".
Por Nora Bär
De la Redacción de LA NACION
Investigacion y genero
Brillan en un ámbito masculino, y dicen que jamás fueron discriminadas.
Christiane Dosne Pasqualini se recibió de médica en 1939 en Canadá. Con su marido hicieron un pacto: él no se interpondría en su trabajo, pero ella haría su carrera en la Argentina. Tuvieron cinco hijos, lo que no impidió que la científica brillara en el laboratorio. Mercedes Weissenbacher, por su parte, fundó el Centro Nacional de Referencia para el Sida y trabajó sobre el tema en la OPS y la OMS. Las dos comparten el mérito de ser las primeras mujeres en integrar la Academia Nacional de Medicina.
Por Clara Pensa
Destacadas. Weissenbacher y Pasqualini son las primeras y únicas mujeres en integrar la Academia Nacional de Medicina. Remarcan la importancia de la vocación.
Cuando Christiane Dosne Pasqualini ingresó en 1939 a la Facultad de Medicina en la Universidad de McGill, en Canadá, eran cuatro mujeres entre 80 estudiantes. Y mientras Mercedes Weissenbacher cursaba sus primeros años en la Universidad de Buenos Aires por 1957, sólo el 17% de los egresados era de sexo femenino. Hoy ellas son las primeras y únicas titulares de los 35 miembros de la Academia Nacional de Medicina, la más antigua de América.
Desde hace 50 años Pasqualini, investigadora emérita del Conicet, estudia las causas del cáncer. Fundadora de la sección Leucemia Experimental en el Instituto de Investigaciones Hematológicas, sigue trabajando ad honórem a sus 88 años luego de haberse formado en laboratorios junto al Premio Nobel argentino Bernardo Houssay o el descubridor del estrés, Hans Selye. Por su parte, Weissenbacher, dirigida por el destacado Armando Parodi, colaboró en las investigaciones que permitieron reducir la mortalidad por fiebre hemorrágica argentina del 20 al 1%; fundó el Centro Nacional de Referencia para el Sida, y en los 90, desde la OPS y la OMS en Washington, fue directora de Investigaciones en VIH/sida para América latina. Hoy, esta investigadora superior del Conicet continúa su labor rodeada de discípulos en el departamento de Microbiología de la Facultad de Medicina de la UBA, así como en otras instituciones y ONG.
Ellas. Unidas por la misma pasión por la ciencia, ambas recibieron a PERFIL en la majestuosa biblioteca de la Academia y coincidieron en señalar que en sus largas carreras no sufrieron diferencias por su condición femenina. “Realmente, no me sentí discriminada por ser mujer. Tuve esa suerte”, dijo Weissenbacher. “Yo tampoco”, confirmó Pasqualini. “Las que se quejan de discriminación es por algo personal; porque no les va muy bien o algo así”, agregó, al tiempo que marcó algunas diferencias de género: “Creo que la mujer es más perfeccionista que el hombre y por esa razón estudia mejor, en comparación. Estudia para sacar más nota mientras que el varón estudia para pasar. La mujer quiere el 10. Eso lo vi en todas mis becarias. Por eso, los cupos lo cubren más las mujeres, porque ganan en los exámenes”.
—¿Cómo es el rol hoy de la mujer en ciencia y cómo era hace 50 años?
Pasqualini: Dentro de la ciencia, la mujer es igual al hombre; ambos tienen el mismo afán, la misma pasión que hace falta para ser investigador. Es una vocación.
Weissenbacher: Están cambiando los números en la escala argentina de mujeres que trabajan en ciencia en relación con el pasado. Con respecto al ingreso a la facultad, en muchas universidades se ha ido equiparando y en algunos casos las mujeres han superado (a los varones) como en medicina, odontología. El tiempo no les ha dado chance para llegar a categorías superiores. En las categorías máximas del Conicet hay más hombres.
P: Cuando yo me recibí, en 1942, éramos el 5% de mujeres. Cuando mis hijas gemelas se recibieron de médicas en 1970, eran el 33%, y cuando se graduó mi nieto, en 1999, el 55% eran mujeres. Un dato muy interesante es que en Canadá se asustaron, y quieren retener hombres en medicina y pusieron un cupo del 30% para los hombres.
—¿Por qué ahora hay menos hombres?
P: Se fueron hacia la parte económica y el área de administración… La mujer busca menos la promoción y el dinero en los primeros años porque tiene una doble vida con su casa y sus hijos. Para el hombre todo es por su trabajo y la promoción.
—¿Cómo es llevar adelante una casa con hijos y una carrera?
P: Es cuestión de organización y un compañero que comparta la idea. Me casé (con Rodolfo Pasqualini, creador del Instituto Nacional de Endocrinología) con el condicionamiento de que nunca me trabara en mi trabajo. Fue cumplido, pero él a su vez me puso como condición que mi carrera fuera en la Argentina.
—¿Estar casada y hacer carrera es un poco la excepción?
W: En los cargos de investigador independiente para arriba en el Conicet hay un 70% de hombres casados, en tanto en los mismos puestos sólo un 30% de mujeres están casadas.
—A nivel mundial la mujer argentina no parece estar muy mal ubicada en ciencia...
P: Al contrario. La mujer acá surgió de golpe y sin escándalo; en EE.UU. se sintieron más discriminadas. Si la mujer tiene vocación va a buscar la vuelta para hacerlo con chicos o sin chicos. Pero se las arregla. Si siente que es su vocación y lo ve con pasión, lo va a hacer.
El profundo secreto de la felicidad
Una síntesis de sus currículums incluye fechas en las que obtuvieron diplomas, distinciones y cargos de importancia, pero lo que no se lee allí y se percibe en su presencia es que son mujeres felices. Pasqualini, viuda, cinco hijos, 17 nietos y varios bisnietos, y Weissenbacher, soltera sin hijos, no ocultan su pasión por la vida.
Quise lo que hice. Autobiografía de una investigadora científica es el reciente libro de Pasqualini, que escribió a lo largo de dos años. “Mientras hacía compañía a mi marido que estaba enfermo”, explicó. En 2003 abrió los paquetes de cartas que había mandado a su hogar en Canadá desde 1935 a 1980.
“Lo titulé Quise lo que hice –describió Pasqualini– por la cita de Jean-Paul Sartre: ‘La felicidad no está en hacer lo que uno quiere sino en querer lo que uno hace’.”
“Vos, Christiane, hiciste las dos cosas en la vida”, le dijo Weissenbacher. “¿Y usted?”, preguntó PERFIL. “Yo también. Por eso digo que somos privilegiadas.”
Publicado en Perfil.com
Referencias:
Título del libro: "Quise lo que hice"
Temas: BIOGRAFIAS
Autor: DOSNE PASQUALINI, CHISTIANE
Editorial: Leviatán
ISBN:978-987-514-129-2
414 páginas
Peso estimado: 520 gramos
Resumen: Quise lo que hice, autobiografía de una investigadora científica es un libro en el que confluyen las varias vidas de una única persona: la doctora Christiane Dosne Pasqualini, desde 1991 primera mujer con sitial en la Academia Nacional de Medicina.