IGNACIO JULIÁ
No es la única transformación sufrida por el influyente músico desde que en 2005 una doble hemorragia cerebral hizo peligrar su vida y la quebró en dos para siempre. Inactiva la parte derecha de su cuerpo, borradas por afasia el habla y la capacidad de escuchar música, cautivo de un cuerpo que no le reconocía y ofuscada la memoria de sí mismo, cuando pudo balbucear unas palabras le espetó monosilábico, sin perder su característica franqueza, a su compañera y representante Grace Maxwell: "Lo sé, daño cerebral. Soy un retrasado".
¿Puede concebirse peor experiencia para un músico que verse privado, ya no sólo del diario gesto de rasguear las cuerdas de una guitarra, sino de la posibilidad de imaginar una melodía indeleble, un perspicaz verso, un desarrollo rítmico? De la noche a la mañana, aquel alto y sonrosado muchacho de gruesos labios que a principios de los ochenta fundaba Orange Juice y daba alas al rozagante sello Postcard Records, el hombre ya maduro pero de exuberante vitalismo y sincera bonhomía que a mediados de los noventa coronaba una carrera en solitario de culto con el éxito internacional A Girl Like You, quedaba desahuciado. La tenacidad escocesa de Maxwell -que describe la experiencia en un libro de jocoso, aterido humanismo, Falling & Laughing: The Restoration of Edwyn Collins- y su secuestrado compañero, lograría superar los peores pronósticos y, tras una larga terapia, reaprendía a andar, a hablar, a componer, e incluso a tocar la guitarra a cuatro manos junto a ella.
"Al principio, en el hospital, me sentía muy tranquilo, apaciguado", explica vía electrónica Collins. "Pero a medida que recuperaba fuerzas llegó el miedo. No podía pensar, dar con mis pensamientos, mis recuerdos. No podía escuchar música. Pero, a las diez semanas, escuché por auriculares Promised Land de Johnny Allen y Photograph de Ringo Starr, y me devolvieron la música. Lloré y lloré...".
No es la típica tragedia del rock. Collins siempre fue reticente a las drogas y vivía saludablemente, su único error fue no hacerse un chequeo médico. Grace y él vivían con su hijo William en un modesto, desordenado apartamento de Kensal Green, Londres, donde cuando se recibía a un entrevistador la charla podía trasladarse a un restaurante tailandés cercano y acabar, de vuelta al hogar, con una audición de viejos vinilos regada por generosas pintas. El moderado fracaso de Orange Juice se explicaba en su adscripción a una tercera vía -mezcla de las guitarras electrizadas de Byrds o Velvet Undeground y el eufórico, sensual soul de Al Green y Curtis Mayfield- en una época dominada por el tecno-pop y la efervescencia más superficial. Vestían casualmente y Edwyn nunca calló sus opiniones: el reverenciado locutor John Peel era un chaquetero, los productores de éxito traducían al sonido su adicción a la cocaína, el grunge y los grandes festivales eran pesadillesca regurgitación del jipismo...
Aquella socarronería parece olvidada tras la traumática recomposición de sí mismo llevada a cabo, paso a paso, en los últimos años. Cuando por fin pudo enfrentarse al álbum que había casi completado antes de desplomarse grotesco y aterrorizado, recuperamos a un excelente compositor; a un barítono de exquisita complicidad con el oyente cuya calidez le permitía, además de transmitirnos su pasión por el soul, el country o el rock menos petulante, ejercitar la mala baba sin olvidar el sentimiento de compartida humanidad que debe atrapar una canción; a un productor que había invertido las ganancias de su único éxito en construir un estudio donde grabar a jóvenes promesas. Alguien con los pies en el suelo, incapaz de plegarse a las farsas del negocio. Home Again (2007) mostraba además una rara presciencia: pese a haber sido registrado antes del percance detonado por una elevada tensión arterial, sus temas reflejaban la serena emoción de alguien que regresa de un largo trance, que acaba de recobrar la conciencia de lo que realmente importa.
"He aceptado cada fase del proceso", reconoce ahora. "Al salir del hospital dejé de sentir miedo, me sentía seguro en casa. Sabía que me llevaría tiempo, mis recuerdos estaban revueltos, pero poco a poco volvieron. Algunas cosas de mi pasado siguen difusas. Pero lo importante, aunque a otros puedan parecerles cosas triviales, está regresando. Supongo que sabía que sería así. Creo en mí y en quienes me ayudan".
Quedaba la reválida, la comprobación de cuánto de su agudeza y talento se había recuperado. Con la ayuda de buenos amigos, Losing Sleep pasa con nota reencontrándonos con alguien que, en su interior, sigue siendo el mismo pese a la parálisis parcial y la huella de una trepanación en la frente. Alguien que, ante una segunda oportunidad, olvida el sarcasmo para cuestionarse cuál es su papel en el mundo. El álbum transmite el placer olvidado de disfrutar cada nuevo día vivido, busca todavía la verdad como única meta existencial no risible. El antiguo comparsa de Morrissey, Johnny Marr, le echa una mano en la vivazmente afirmativa Come Tomorrow, Come Today; Alex Kapranos, de los cotizados Franz Ferdinand, participa en Do It Again, y Roddy Frame, de Aztec Camera, en la sentida All My Days, meditación acerca de lo que significa perderse a uno mismo y luchar por reunir las piezas de quien eras. En otros títulos del disco le acompañan músicos de bandas emergentes como The Cribs o Magic Numbers.
La portada de Losing Sleep, abigarrada por ilustraciones de aves, evoca su pasión ornitológica y la brillantez con que dibujaba -y vuelve a dibujar- los pájaros de sus queridas tierras escocesas, avistados en los acantilados de un pequeño pueblo costero donde de niño pasaba los veranos con su abuelo. Esta obsesión por la naturaleza explica a un artista que, pese a clasificarse musicalmente en el apartado pop, nunca olvidó su conexión con lo palpablemente orgánico. Quizá de ahí surgió la fuerza de su espíritu en horas tenebrosas, la irrefrenable pasión de vivir que hoy vuelve a compartir con el oyente: del largo entrenamiento de años en un gremio donde no es fácil conservar la identidad, la innegociable lucidez.
"Sin música, no podría vivir", concluye. "No podría mejorar física o mentalmente, ni aceptar mi vida. Soy afortunado al tenerla en mi interior como fuente de ayuda".