PREGUNTAS
¿Para qué un blog? ¿Para jactarnos de algo? ¿Para compartir con otros el sinsentido de la vida? ¿Un blog es el espectáculo de la intimidad? ¿No soportamos estar solos, desnudos y desamparados? ¿Necesitamos hacer pública esa angustia? ¿Buscamos al que se ha perdido? ¿Queremos diferenciarnos del resto? ¿Sumarnos a la tendencia de los tiempos? ¿Salir del anonimato? Sobrevolamos el océano y caemos en picada. Quedan unos pocos instantes previos al hundimiento. ¿Qué hacer antes del fin? ¿Pedir ayuda? ¿Rezar? ¿Retroceder en el tiempo y suspender el viaje para siempre?
Selección de textos del Blog
Cuando una mujer se enamora
Cuando una mujer se enamora reviste al objeto de su amor con todas las cualidades propias o imaginarias. Siente la necesidad de transformar a su compañero en un ser muy importante. Lo idealiza. Cree de veras que es un genio. Y hasta consigue que también él lo crea. Más tarde lo cuida maternalmente. El varón, ahora convertido en hijo, pasa a ser tratado como una figura omnipotente. Ella lo protege y estimula, también en el plano sexual, para evitar por cualquier medio que se derrumbe. El ciclo se extiende por un tiempo más o menos extenso hasta que la mujer se cansa, pide el divorcio, o, para no perder tiempo, arma la valija y se va muy pero muy lejos.
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Hace diez mil años
Eran lindos esos tiempos de verano de hace diez mil años cuando las vacaciones duraban diez mil años y ninguna ilusión hacía falta porque todo era presente. Pura vida. Puro día de hoy. Trepar a un árbol era más difícil que subir montañas o cuerpos de mujeres altas. Todo el universo concentrado en un árbol. O en la costa irregular de un río sucio y turbulento. No hacían falta ni puentes para cruzar del otro lado. Las mujeres todavía no importaban porque hace diez mil años no pensábamos en eso. El verano sudaba ingenuidad, rocío en las mañanas, la mesa familiar, el pesado reloj del comedor a las nueve y media de la noche. Y después, claro, después montar a caballo por el campo del abuelo, robarle frutas al vecino mudo, tirarnos como bolsas de papas en la hierba y jugar carreras con hormigas. Divina ingenuidad. No habían nacido aún los valientes asesinos. Y hasta el sexo era un silencio que hablaba entre las piernas. Eran muy lindos esos días. En el tiempo en que festejaban mi cumpleaños -dice el poeta- yo era feliz. Y, hace diez mil años, nadie estaba muerto.
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Despedidas por mail
Suelo ser crítico con el mundo virtual. Nada ha cambiado en lo esencial. Somos miles de millones y nadie conoce a nadie. Esto vale para los encuentros físicos pero también para los virtuales. Nadie conoce a nadie. Ahí está el punto. Algunos defienden todavía las cartas y las contraponen a los mensajes de texto o electrónicos. No veo gran diferencia en realidad. Tuve el privilegio de ser abandonado por una mujer, en noviembre de 2003, en un bar y tomando una sevenup. Más allá del dolor que me produjo debo admitir que la chica se tomó un trabajo extraordinario al hacerme el anuncio, luego de tres años de amor, sobre la mesa de un bar. ¿O junto a la mesa? ¿O en la mesa? Bueno. No importa. Incluso me ayudó a llevar un pulover y tuvo la delicadeza, además, de no ser muy retórica. A veces el amor se acaba, creo que dijo. No recuerdo bien. Pero fue más o menos así. Es cierto que me molestan las despedidas por mail, por mensajito de celular o por Facebook. Me parecen actos cobardes y pobres. Creo que si hasta fueran por teléfono tendrían algún valor. Pero, pensándolo bien, un tal Pessoa se despidió de Ophelia, su única novia, también por carta. Le dijo que él, Pessoa, estaba regido por una ley que ella no conocería nunca. Fue cruel pero limpio. Hubo célebres despedidas por carta en el pasado. Lo que duele son las despedidas. Uno querría que la gente que amamos se quedara para siempre. No sé qué pasa. Algunas personas están a favor del cambio por el cambio mismo. Y se van. Lo dicho nada tiene que ver con este posteo. Pero en fin. Quizás el mensaje principal de este discurso insufrible esté, justamente, en las últimas y tristes líneas.
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Fantasías sexuales
Las fantasías sexuales no son sexuales. Aluden a algo indefinible y lejano. Es un deseo de totalidad. Lo nuevo. Lo inusual. Leo una nota sobre el tema. Una escritora investigó los gustos eróticos de gente famosa. Tostoi soñaba con que su mujer leyera sus diarios íntimos (los del autor ruso). Marilyn Monroe quería "hacerlo" -así dice la revista- sobre la mesa de una cocina con Sinatra. Modigliani quería poseer a sus modelos. Anais Nin deseaba acostarse con su psicoanalista. Cleopatra soñaba con practicar felaciones a miles de hombres, entre ellos cien romanos. Todo en una sola noche. Scarlett Johansson desea copular en la parte de atrás de un auto y fotografiarse el culo con un celular. Lo mejor que leí es la descripción del coito que hace Stendhal. Al día siguiente se tratan de tú, dice. Las fantasías sexuales, en resumen, no son sexuales.
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La historia del amor
El amor es una de las invenciones históricas más extraordinarias. Desde su origen la idea amorosa estuvo ligada a la transgresión, a la violacion de jerarquías sociales y, luego, a la grave institucion matrimonial. La errónea identificación entre amor y matrimonio es algo más bien reciente y de consecuencias por lo general funestas. Poesía y amor niegan al matrimonio y a los linajes de raza o clase. El amor es una extraña combinación de libertad y fatalidad. Su poder es capaz de paralizar nuestra voluntad y aún la inteligencia. Podemos enamorarnos de un ser indigno y perverso, lo cual confirma, para escándalo de Platón y sus discípulos, el problema de la existencia del mal y la terrible atracción que lo oscuro genera en tanta gente. ¿Amamos también nuestra perdición? El amor que nos libera deja de ser un mero conocimiento de "algo nuevo" para convertirse, mejor, en reconocimiento. Igualmente nos enfrenta a un enigma pavoroso. Cualquier amor -dice Pavese- revela nuestra desnudez, nuestra miseria, nuestro desamparo, la nada.
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Lo central
Los psicoanalistas se sorprenden al comprobar que la mayoría de sus pacientes van al consultorio con temas de amor. Amores frustrados, amores deseados, pasiones sexuales, etcétera. Poco a poco esos pacientes descubren que el problema es/era otro. Entienden que lo amoroso no es lo central. ¿Y qué es lo central? Un blog no es lugar adecuado para responder semejantes preguntas. Voy a decirlo entonces de manera extremadamente simple y simplificadora. Lo central para cualquier persona es resolver qué hacer con la vida. O, dicho de otro modo, preguntarse eso como primera medida. Apasionarse por algo, concentrarse en un proyecto personal, desarrollarse de una manera amplia y profunda siguiendo siempre la esquiva ley del deseo. Si en medio de eso aparece el amor bienvenido sea. Y si no aparece... tampoco es tan grave. Como dice un proverbio turco. Siempre que tengas miel en el corazón vendrá tu abeja, o abejorro, desde Bagdad...Si es que Bagdad existe aún.
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¿Y leer qué?
Veo en televisión un programa donde varios personajes de la mal llamada cultura hablan serios, solemnes y muy preocupados acerca del perdido hábito de la lectura entre los jóvenes. Cada uno propone formas creativas de acercar los libros a la gente. Alguien subraya la idea tan difundida de que leer es bueno en sí mismo, como el tomate, eso de que una persona abre un libro y sale más culta, más adaptada, más feliz e inteligente. Soy lector desde chico, algunos libros me acompañan desde siempre, mi cuarto está lleno de ellos, hasta en el piso del baño hay algunos. Pero, voy a decirlo brutalmente, me cago en esos "programas de lectura" instrumentados por gente que jamás ha leído, por ejemplo, un poema de César Vallejo cuyo comienzo resulta desolador. Hoy en Lima llueve / Y no tengo ganas de vivir, corazón. Ese no es un mensaje ni altruista ni positivo. Obviamente no es de César Vallejo que hablaban los panelistas en televisión. Ni siquiera saben quién es Vallejo, el heraldo negro. Ellos hablan de la lectura para quedar bien con el canal, con sus amigos, con el Malba, con los profesores de lengua y con el Centro Borges. Pero el problema no está en que la gente no lea sino en qué cosa lee cuando lee. De este último punto nadie dijo una palabra en el programa. Es más. Parece no interesar en absoluto. Ni uno habló ya no de Vallejo. Tampoco de Cortázar, de Rulfo, de Onetti, de Carver, de Heidegger, de Marx, de Freud, de Faulkner o del maravilloso poeta chileno Jorge Teillier. Y no hablan porque no saben ni quieren saber. Y la situación no cambia con ipads o ebooks. Tampoco regalando libros en escuelas y estadios de fútbol. La lectura de verdad se mete la cama como el amor. Se mete con el alma, generalmente angustia, duele, nos conmueve, nos abre los ojos, a veces hasta nos erotiza o nos desespera. Pero nada de esto importa, ni siquiera un poco, a la gente seria de la mal llamada cultura.
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¿Y hablar de qué?
Cuando Oscar Wilde visitó los Estados Unidos por primera vez en el siglo XIX un gran número de admiradores de su producción teatral, novelística y poética fue a recibirlo en las banquinas del puerto de Nueva York. En medio de la multitud había un grupo de empresarios norteamericanos. Luego de los saludos de rigor el vocero del grupo invitó al escritor a pasar a una oficina cercana al puerto con la idea de mostrarle algo nuevo y sorprendente. Wilde fue con ellos hasta el lugar y una vez ahí señalaron satisfechos una caja de madera empotrada en la pared con sostenes de metal en la parte superior sobre los que había un tubo, una manivela sobre el lado derecho de la caja y una circunferencia de metal, en el centro, con números romanos del cero al nueve. Los anfitriones levantaron el tubo, se lo pusieron a Wilde en el oído, dieron vuelta la manivela, discaron números y le dijeron al autor que el maravilloso invento se llamaba teléfono. Un empresario se dirigió sonriente al invitado y habló. Con este aparato -ejemplificó- usted puede hablar con Boston en menos de un minuto y medio. Wilde, desconcertado, miró al hombre y le dijo: -Entiendo señor, ¿pero hablar de qué?
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Amor a segunda vista
Las cosas se descubren por segunda vez. A tal punto que ni siquiera es imaginable una primera. Y si la hubo no estábamos listos aún. O estábamos ciegos. Si algo nos deslumbra -el mar, un cuadro, una mujer- es porque remueve en nosotros una sustancia que ya estaba pero de manera insensible, invisible o inconsciente. Algo que tuvo que ver con el primer impacto pero de un modo secreto, casi mudo. El segundo golpe de gracia remueve el fondo del río y la corriente y el mundo caen en una especie de descalabro general. Por esa razón nos enamoramos, elegimos un camino y no otro, avanzamos a ciegas guiados por la intuición. Amor a segunda vista. Amor de verdad.
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La verdad
El infierno más temido del mundo es la verdad. ¿Qué verdad? Cualquiera. Aún la más inocente. La verdad política, la social, la sexual, la espiritual. Los esfuerzos que se hacen para combatirla son enormes y los resultados están a la vista. El mundo se está suicidando lentamente y el individuo, hombre o mujer, prefiere aplicar la ley del goce inmediato, o la religión en cualquiera de sus formas, con tal de no afrontar el deseo y sus inciertas consecuencias. Se insiste con eso aún sabiendo que, a la larga, la negación divina significará la autodestrucción del sujeto. Un ejemplo notable de lo que aquí se dice es la resistencia que despierta en todas partes el psicoanálisis de Freud y Lacan. Con tal de no iniciar ese difícil camino se elige la vía fácil. Diarios, revistas y canales de televisión exaltan como alternativa el valioso aporte de las neurociencias que, claro, son muy interesantes pero no resuelven el padecimiento personal. También se promueven con entusiasmo las terapias breves que tampoco resuelven nada pero son breves y con eso alcanza. Enfrentar el síntoma como enigma a resolver y buscar en él la verdad oculta es visto en cambio como un castigo. De ahí la mala fama del psicoanálisis en la actualidad. Hay, sin embargo, un dato inocultable. El camino analítico es uno de los pocos espacios vigentes en la sociedad que aún se ocupa del problema de la verdad. Más temprano que tarde no quedará, tal vez, ninguno. Veremos qué pasa entonces.
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Palabras
Palabras como angustia, tristeza, melancolía, nostalgia, frustración, ansiedad y otras parecidas suelen ser descalificadas en estos días. A cambio se propone el optimismo ciego, la felicidad idiota, el vaso siempre lleno o medio lleno, jamás vacío, ponerle ganas, pilas, onda y demás convenciones favorables, en apariencia, a la alegría ilimitada. Sin embargo la angustia es un sentimiento legítimo y rebelde. También la tristeza y la melancolía. Lo que embota es la estupidez. Lo que despierta es la intensidad. Y la intensidad puede verse tanto bajo el sol como en noches de llanto. Defender la inconformidad. Defender nuestro sagrado derecho a estar tristes.
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Cadenas
Solemos decir no puedo vivir sin tal o cual persona, sin tal o cual trabajo, sin tal o cual lugar. Me muero si no puedo ver el mar. Mi peor desgracia sería perderte o perderla o perderme. Decimos cosas así. Al pensar de ese modo pareciera que nuestra vida depende de una amplia serie de cosas a las que vivimos total y definitivamente encadenados. Amos que nos gobiernan. Leyes y reyes supremos e incuestionables. Pero un buen día, como se lee en los cuentos, descubrimos que sí podíamos vivir sin tal o cual persona, sin tal o cual trabajo, sin tal o cual lugar. Descubrimos que estábamos esclavizados a todo tipo de jaulas armadas por nosotros mismos. Desarmarlas o ignorarlas no debería ser visto como un acto irresponsable. Al contrario. Hacerlo nos permitiría disfrutar, por fin, del instante que es todos los instantes...y es lo único que hay.
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Ganas de tener ganas
Esas ganas de escapar montado en las nubes de la lluvia. Ganas de galopar como un loco sobre el mundo y desaparecer por fin. Ese deseo inexplicable de no tener que dar explicaciones. O rebotar como una pelotita en las paredes y lanzarme desde ahí hacia un lugar más alto. Hasta donde aparecen las flores de alta montaña. O más. Esas ganas temibles y lógicas de abandonar la ciudad y sumergirme en un lago de la selva o en la cima del hermoso verano. Imposible pensar en otra cosa. Menos en un día como hoy. Esas ganas de tener ganas. De abandonar todo y largarme, sí, sobre las nubes de la lluvia, como un loco montado/iluminado en las sombrías colinas del mundo.
¿Quiénes son los autores de suspendenelviaje?
Andrea Granados nació en Bogotá, es periodista, abogada, dibujante y escritora. También saca fotos y le gusta revelarlas en blanco y negro y en un cuarto oscuro de verdad. Andrea colecciona hojas secas, toca el piano y escribe cuadernos personales que luego pierde al igual que las medias y las bufandas. Cuando puede y quiere baila salsa, vallenato, currulao y otros ritmos colombianos.
Luis Gruss nació en Buenos Aires; es docente y escritor. Publicó seis o siete libros y cuida a un grupo de peces tropicales y a un gato en crisis. Luis lee siempre lo mismo (Pavese, Carver, Teillier, Rulfo) y escucha la misma música. Andrea y Luis no creen en nada pero aspiran a sentir la vida mientras puedan. Sin esperanza ni desesperación suspenden el viaje hasta nuevo aviso y esperan, siempre, enormes cambios en el último minuto.
Tercer concurso literario de Suspendelviaje
Tal como habíamos anunciado anteriormente lanzamos en este acto el tercer concurso literario de Suspendelviaje. Esta vez el disparador es La casa en la arena. Los participantes deben escribir un texto libre en prosa a partir de esa idea. No hace falta aclarar que el relato debe ser inédito y que podrá estar firmado inicialmente con seudónimo. La extensión no debe superar los tres mil caracteres con espacios. El plazo de entrega finaliza el 2 de junio próximo. Habrá un ganador y cuatro finalistas. El concurso -auspiciado por la editorial Capital Intelectual y el mensuario de psicología Campo Grupal- está abierto a todas las nacionalidades. Pero el texto debe ser escrito en castellano. El ganador podrá elegir tres libros de la editorial mencionada y los finalistas tendrán opción a un libro. El jurado está compuesto por Marcelo Miceli, Luis Gruss y Andrea Rocha. Los trabajos deberán ser enviados a lgruss@capin.com.ar, pezdelbosque@gmail.com y marcelo.miceli@yahoo.com.ar