¿Será que todos estuvimos en el castillo de Kronborg?

Esos lugares en los que se enseñorea la realidad

Un viaje por la geografía de la imaginación, la literatura y las series

Autor/a: Dr. Ricardo T. Ricci

Resulta que esa bella construcción se halla en la boca del estrecho de Oresund que separa Dinamarca de Suecia. Hablando propiamente, la gran isla de Sealandia (Dinamarca) de la costa sueca que se halla enfrente.

Un lugar estratégico y de gran valor económico, allí se pagaba el impuesto para ingresar al sur de Suecia, concretamente a uno de sus puertos más famosos, Malmö.

Ese estrecho también debe ser transitado para acceder a Copenhague, la Capital de Dinamarca que a la sazón se encuentra frente a Malmö. Ambas ciudades se encuentran hoy vinculadas por un importante puente.

La imagino una zona fascinante, populosa, muy desarrollada y moderna, llena de industrias y de barrios densos y achaparrados.

Son los lugares por los que el inspector Wallander, el inmortal policía creado por Henning Mankel, circula con frecuencia para resolver incontables crímenes caracterizados por lo aberrante de las conductas de los delincuentes y la sordidez de los escenarios elegidos.

Es la zona de sus penurias personales, de sus melancolías, de las discusiones con su hija y también el escenario de la inestabilidad de sus amores.  

En ese lugar además se halla ambientado el comienzo de la serie televisiva “El puente”, una coproducción danesa y sueca que tuvo mucho éxito unos años atrás. El argumento de la misma se desarrolla a partir de que en medio del Puente de Oresund, aparece el cuerpo de una política sueca.

El cuerpo, cortado en dos por la cintura, fue colocado precisamente en la frontera entre ambos países, cayendo así en la jurisdicción de las dos agencias de la policía danesa y sueca.

Después de un examen más detenido, resulta que el cuerpo, en realidad, está compuesto de dos cuerpos separados. Una de las mitades pertenece a una mujer danesa. Una policía sueca y un policía danés deberán resolver este monstruoso crimen fronterizo.

Allí en esa zona crucial se halla desde la edad media el imponente castillo de Kronborg. Shakespeare no lo menciona directamente pero se refiere en forma precisa al área en la que el castillo se encuentra ubicado, con el fin de adentrarnos en el drama nos ubica en Elsinor.

Dos de los físicos más importantes del siglo XX, fundadores de la Mecánica Cuántica, Niels Bohr y Werner Heisenberg, en algún momento indefinido de la década del ’30 salieron a dar un paseo por la campiña danesa y se encontraron de pronto frente al famoso castillo.

Conviene recordar que ambos son integrantes de la más estricta corriente científica de la Física Teórica, por lo tanto agudos observadores de la realidad a la que recurren cotidianamente para poner a prueba sus más ambiciosas hipótesis. Es decir, ambos son estelares representantes de la ciencia dura.

De pronto, situados frente al castillo de Kronborg, Bohr le dijo a Heisenberg:

“¿No es ciertamente llamativo como este castillo cambia tan rápido cuando la gente imagina que Hamlet vivió aquí? Como científicos creemos que un castillo consiste solo de piedras y admiramos la forma como el arquitecto las ordenó.

Las piedras y el techo verde como a la pátina (barniz), los detalles de madera de la iglesia constituyen un castillo entero. Nada de esto debería cambiar por el hecho de que Hamlet vivió aquí, pero todo esto cambia completamente.

A veces las murallas y los baluartes hablan un lenguaje muy distinto. El propio patio se transforma en un mundo un tanto oscuro que nos recuerda la oscuridad del alma humana, escuchamos a Hamlet: “ser o no ser”. A la vez todo lo que realmente sabemos de Hamlet es que su nombre aparece en una crónica del siglo XIII. Nadie podrá probar que él realmente existió y menos aún que aquí vivió.

Pero todo el mundo conoce las preguntas que Shakespeare se hizo, fue su destino traer a la luz la profundidad humana; también debió encontrar para él un lugar aquí en la tierra, aquí en Kronborg. Una vez que supimos esto, Kronborg se torna, para nosotros un castillo bien diferente”.

Resuenan en él las palabras de Hamlet: “Ser, o no ser, ésa es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darlas fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza?... Este es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir... y tal vez soñar.” (Tercer acto, escena cuatro)

Estas piedras, estos muros, estos patios nos plantean sin más la cuestión crucial del intelecto humano, el acceso a la realidad. La presencia imaginada de Hamlet recorriendo las galerías y las almenas. La viciosa estampa de Gertrudis reina de Dinamarca y madre de Hamlet en acuerdo licencioso con Claudio, actual rey y tío de Hamlet.

Detrás de alguna cortina se halla el cadáver de Polonio al que el príncipe de Dinamarca mata por error. Percibimos a Ofelia, que enloquecida de pena, se ahoga en el río cuando cree que Hamlet asesinó deliberadamente a su padre. Por allí circulan silenciosamente Rosencrantz y Guildenstern mostrándose amigos y ejecutando traiciones.

La mirada del psicoanálisis nos advierte que Hamlet mismo no es realmente mejor que el hombre a quien quiere castigar. En esos contextos entendemos nuestras dudas y procastinaciones.

Tanto de día como de noche en Kronborg las miserias humanas ocupan espacios, impregnan los decorados las pasiones, la vergüenza, la ira, los celos y la sed de venganza. Los deseos de poder les otorgan una pátina imperecedera a cada objeto físico que se halla en las inmediaciones.

Una inocente piedra que se encuentra al costado del sendero por el que caminamos es a la vez un intrascendente pedazo de mineral y el recuerdo simbólico de nuestra presencia entre esos muros, de nuestra participación en el drama.

Esos son los motivos que me habilitan a sostener que la denominada realidad es esa sumatoria oculta e imperceptible de lo que ocupa un lugar en el espacio y la intangibilidad del signo. Elsinor, Hamlet, Oresund, Wallander y nosotros mismos somos esa mezcla inseparable de natura y cultura, de carne y símbolo, de lo definido y lo impreciso.

Nunca estuve allí, sin embargo soy capaz de degustar cada emoción, cada sentimiento, cada pasión. El complot y la traición alienan a Hamlet. Eso lo comprendo, eso me impacta, eso me irrita. Hasta puedo imaginarme llorando mi incontenible impotencia y bronca en un rincón frio y oscuro de esa mole de piedras.  

Sí, de algún modo, todos estuvimos en Kronborg.


El autor:
Dr. Ricardo Teodoro Ricci, profesor de Antropología Médica, Facultad de Medicina – Universidad Nacional de Tucumán, Argentina.