Somos una especie gregaria

No te aísles, ¡nunca!

Reflexiones en torno al rugby y la humanización.

Autor/a: Ricardo T. Ricci

Indice
1. Texto principal
2. Referencias

“El rugby no sólo es un deporte, es también un estilo de vida que, como rasgos positivos, predica y consolida valores humanos importantes: el espíritu de equipo, la nobleza, la pasión, el coraje, la lealtad, la disciplina, el respeto por los demás y, sobre todo la solidaridad, actitud que ha sido enseñada y transmitida a lo largo del tiempo hasta nuestros días.”1

Al Turo, mi primo, el rugby tanto no le gustaba. Él era más del tenis – lo jugó siempre desde muy niño – y del básquet que practicó durante su juventud en equipos de colegios. El rugby nunca lo sedujo del todo. Lo que lo atraían eran las fiestas de los sábados en conjunto con las chicas del hockey, eso sí. Es por eso que me llamó la atención encontrar resaltada esta cita en un recorte de La Nación del año 2005. Ello me hizo recordar que unos meses atrás, con ocasión del partido Jaguares vs. Crusaders, al que asistíamos por la TV, mi primo se acercó prudentemente a mi oído y me dijo como quien no desea ser escuchado: Esto es un juego de ajedrez, los jugadores se mueven con una precisión asombrosa, cada quien tiene su puesto y su función que cumplen a nivel de excelencia. Cada movimiento, cada decisión que estos muchachos toman estaba pensada de antemano; es una maravilla, ¡me encanta! Al finalizar, ya más distendido y bajo los tenues efectos de una IPA (Irish Pale Ale), me dijo: “La clave de todo es la solidaridad”.

En efecto, en el rugby no debes intentar nada sin contar con que en realidad eres parte de un equipo, en las numerosas instancias de contacto los compañeros acuden inmediatamente a colaborar con el jugador y a consolidar la posición. Si bien los periodistas se destacan por elegir el mejor jugador del partido - el más valioso y otras veleidades - lo importante es el equipo. Frase, que no por trillada, resulta menos cierta; en el rugby si no se actúa (juega) en equipo la posibilidad de éxito es nula, esta verdad es tan válida para la alta competencia como para las divisiones inferiores de los clubes. Es una verdad clave que genuinamente excede ampliamente lo meramente deportivo..

Ahora bien, lo dicho para esta actividad concreta es perfectamente válido para otras. No sólo nos estamos refiriendo a los deportes, en la vida misma de todos los días conviene cooperar, ser solidarios, de otro modo puede que nunca ganemos nada o nos lesionemos de por vida, como en el rugby.

Para decirlo tajante y conclusivamente: si deseamos formar parte del mundo de los humanos no nos cabe otra actitud que la solidaridad.

Dicho esto, podemos adentrarnos en terrenos diferentes, con otra especificidad. ¿Qué fue primero en la evolución del género homo? ¿La bipedestación, las manos libres, la laringe descendida o el desarrollo portentoso del cerebro? Si nos vemos obligados a elegir a la manera de los periodistas cholulos el jugador estrella, deberíamos decir que el cerebro. Sin embargo, está suficientemente demostrado que, en consonancia con el más básico sentido común, ninguno de los rasgos que nos hacen humanos puede haber evolucionado independientemente sin la intervención de los demás.

Para que el cerebro humano llegue a ser lo que es, necesariamente ocurrió una co – evolución que incluye a la bipedestación, las manos libres, el lenguaje, la manipulación de herramientas y el descubrimiento del fuego. No sé si lograremos armar un equipo de quince, pero ya tenemos varios jugadores actuando de manera solidaria. Para que el desarrollo cerebral se haya producido, los otros rasgos de humanidad tienen carácter de INDISPENSABLES.

Ahora estamos en condiciones de presentar un último elemento que resulta determinante para realizar la sintonía fina de todo este complejísimo sistema: la existencia ancestral de la cooperación social, aquello que hemos denominado solidaridad.

La fragilidad del retoño de ‘homo’ necesitó de tiempo de crianza, la dupla madre – hijo debió ser abastecida, las comunidades necesitaron una organización mínima (reglas del juego le podríamos llamar hoy), surgieron las especialidades, no todos hacían de todo. Había responsables de áreas concretas, recolección, caza, defensa, elección y consolidación del espacio, control y gestión de la cosa común y administradores de la memoria tribal en forma de mitos y ritos. Dicho de otro modo, el fortalecimiento de la vida en común es una responsabilidad solidaria de todos.

La pertenencia al grupo es sagrada, porque es vital en sentido literal; un atentado grave a las normas del grupo se paga con el peor de los castigos: el exilio. Dejar de pertenecer, ya no ser más de los nuestros, en el destierro espera la noche, la esclavitud o la muerte. Podemos decir que la solidaridad es un valor supremo del conjunto y debe ser resguardada como tal. El hombre es hombre por haber pertenecido a grupos, cuanto más numerosos estos, más desarrollo cerebral.

“Desde los inicios de la civilización humana, actividades sociales como obtener comida, la caza, la supervivencia más brutal, fueron las responsables del aumento del neocórtex. Las primeras tribus de homínidos que habitaron la tierra muy pronto se dieron cuenta de que algo les era imprescindible para poder sobrevivir, y esto fue, mantener unido al grupo. La cohesión grupal aporta un modelo de aprendizaje por imitación de los demás, lo cual faculta al individuo para poder seguir adelante. Como especie, no somos especialmente agraciados. No poseemos grandes garras o colmillos, un tamaño respetable, unos sentidos especialmente desarrollados, etc. Lo que nos ha hecho evolucionar y sobrevivir en nuestro entorno ha sido, nuestra capacidad de grupo.”2

Agrego esta cita a modo de síntesis y homenaje a Robín Dunbar, el antropólogo que acuñó la idea de la evolución en grandes grupos y su repercusión en el desarrollo de nuestro cerebro, en especial de la región prefrontal. Sus estudios permitieron descubrir que el ser humano es el animal con mayor potencial social y que fue esa realidad la que lo catapultó de la sábana interminable, al estudio de los agujeros negros.

Para finalizar: Los Primatólogos notaron en sus investigaciones que, dada su naturaleza altamente social, los primates no humanos tienen que mantener un contacto personal con los demás miembros de su grupo social. El número de miembros del grupo con los que un primate puede mantener dicho contacto parece estar limitado por el volumen de la neocorteza cerebral. Esto sugiere que hay un índice de tamaño de grupo social según la especie, diferenciable por el volumen del neocortex. Dunbar usó la correlación observada en primates no humanos para predecir el tamaño del grupo social de los humanos. Dunbar predijo un grupo de un tamaño de 147,8 (usualmente redondeado a 150), aunque lo consideró un valor aproximado.3

¡No te aísles nunca! Debo agradecer a aquella cita del rugby por gatillar esta reflexión sobre la amalgama de los humanos, la solidaridad.


El autor: Dr. Ricardo T. Ricci, médico clínico. Profesor Titular de la Cátedra de Antropología Médica en la FM - UNT