Son las cinco y media de la tarde, martes, y llego una vez más sin avisar. Mi abuela justo estaba barriendo la vereda.
Ya van casi dos años desde que esta cuestión empezó, lo cual, como todo, dependiendo con qué lo comparemos, puede ser mucho o puede ser muy poco. En este caso, para mí es un montón.
Sí, como les decía, pasaron dos años de la primera señal, de esa grieta chiquita que se abrió con el primer olvido y terminó siendo un terremoto del que hasta ahora no sé cómo sigue ni cuándo va a terminar. En verdad sí lo sé, al “como” me refiero; pero lo que no tengo ni idea es del “cuando”. A pesar de ser una grietita en su momento, la oscuridad de tus olvidos viejito empezó a rebalsar por todos lados, primero sutil como neblina y últimamente se volvió más oscura que una noche cerrada de invierno en el medio de la nada. Y así justamente me siento ahora, en el medio de la nada.
También es verdad que, cómo me dice todo el mundo el viejo ya tiene 87 años, es de esperar, que más querés. Bueno ¿qué más quiero?, no mucho diría yo…con que me reconozca me alcanza. Y ahí de nuevo las opiniones al estilo de vos tenés que pensar que no le duele nada, que está en su casa, que su familia lo acompaña, que todavía camina (aunque casi nada ya)…
Cuando mi abuela me ve llegar, la sonrisa le brota por todos lados. Deja la escoba de paja apoyada sobre la pared mientras subo la camioneta a la vereda. Me bajo y ya está con los brazos abiertos. Se corre el barbijo. No le importa y a mí tampoco. Nos abrazamos y nos damos besos con ruidito en la mejilla. Varios, para que se escuche bien. Le pregunto por el viejo. Me contesta que está en el patio, a la vez que me señala con el dedo para el fondo de la casa. Me da risa la punta de su dedo. Esta doblada para el medio. Siempre me dijo en joda que era de tanto hacer repulgues de empanada. Hoy creo que debe ser verdad.
Entro a la casa que durante mi niñez y adolescencia fue mi hogar, y aunque parezca una locura sigue teniendo el mismo aroma. Paso de largo el living-comedor y veo que la cocina tiene dos hornallas encendidas con ollas encima a pesar que son las cinco de la tarde. Espío a través de la cortina que está en la ventana que da al patio. Lo veo allá al fondo, junto a la planta de limones que está pegadita a una planta de moras. Salgo y voy caminando despacio, sin apuro, disfrutando de la imagen que veo. Cuando escucha mis pasos se da vuelta. El pantalón le queda grande y el cuello de la camisa le baila dejando espacio suficiente para que la piel que le sobra caiga cómodamente por debajo del mentón y se balancee con el temblor finito de su cabeza. La gorrita gatsby que le traje de Europa hace que parezca un actor de alguna película italiana de la segunda guerra mundial. Sonrío cuando pienso eso.
Lo miro, fijo a los ojos…me mira…me mira…me sigue mirando…hace una sonrisa leve, esas con el costadito de la comisura, como canchereando y mira para arriba y al costado como hacen los obstetras cuando palpan el cuello del útero para ver si ya está por salir algún bebe. Al ratito me vuelve a mirar…me mira…le sostengo la mirada…y por un instante, una milésima de segundo, en un relámpago de ilusión creo que me reconoce, que se acuerda quién soy, que se pone orgulloso que su nieto médico lo haya ido a ver, que esa sonrisa que me hizo fue porque se acordó de alguna de las tantas veces que lo hice renegar, que lo hice desvelar por no llegar temprano con su auto o quizás se acuerda de las veces en las que me escondía monedas debajo de las alfombras del auto para que yo las encontrara cuando él me mandaba a que se lo lave...quizás se acordó de eso, justo en ese momento en que se le escapó la muesca de sonrisa. Deseo con toda mi fuerza que sea eso…un recuerdo, aunque sea uno solo, lindo…sencillo, pero hermoso. Pensar que en aquel momento creyó que no lo veía, pero lo estaba espiando siempre, en todo. Siempre te veía viejo…en todo. Te veía esconder esas monedas y aprendí el valor del esfuerzo de lavar el auto para ganar mis monedas. Te vi cagarme a pedos de la boca para afuera cuando llegaba tarde sin avisarte dónde estaba, pero por dentro me estabas pidiendo que no te haga más eso, porque si a mí me pasaba algo vos te morías…y con eso entendí y me enseñaste el amor de cuidar y preocuparte por alguien. Te vi levantarte a las madrugas para ir a laburar, a cagarte de frío arriba de ese camión de mierda para repartir fiambres por todos los pueblos de la zona. Vi con el respeto, la prolijidad y la responsabilidad que lo hacías. En el cajoncito de plástico en el que armabas los pedidos, siempre la mortadela y el jamón crudo abajo y los quesos arriba para que no se aplasten, “tienen que estar bien presentados” me decías.
Te vi afeitarte día de por medio hasta que te quedaba la cara llena de puntitos rojos de sangre…y atrás de eso vi que te ponías alcohol y se te enrojecía todo parejito, pero no hacías ni una mueca de dolor. Te veía (a veces espiando) y en cada gesto de tu día a día me ensañabas...el valor del trabajo, la responsabilidad, la puntualidad, la buena presencia, el respeto, la honestidad…todo, me enseñabas todo sin saber, o quizás sabiendo, que sé yo.
Ahora te sigo viendo, mientras acaricias las hojas del limonero que tenés en el fondo del patio...te miro y trato de aprender lo que me estarás enseñando. Ya soy un profesional, un médico, especialista en no sé qué cosas, pero me cuesta entenderte…qué me estarás queriendo enseñar. Me transformé en un buen docente universitario, pero cada más analfabeto emocional. Por qué me cuesta decirte que te amo, que soy lo que soy por vos…por qué me cuesta tanto, por qué pienso que me va a dar vergüenza…
Te miro otra vez…vos también me mirás…pero no me ves…y otra vez una muesca de sonrisa mientras te das vuelta y seguís acariciando las hojas del limonero. Tenés los ojos entre vidriosos y plastificados…una mirada hipotérmica. La piel brillosa en la frente que refleja el sol que te da de costado a la tardecita…la piel acartonada en las mejillas…acartonada de lo gruesa que se fue poniendo con los años, por aguantar tanto frio de chico arriando vacas a caballo (sin montura, a pelo nomás), el viento de agosto, el dolor por dentro de los errores de tus hijos y de ese silencio eterno para evitar el conflicto en las situaciones incómodas. Mi viejo querido…en qué momento nos fuimos a dónde estamos ahora…en qué momento pasaron todos estos años…en qué momento…
Te das vuelta justo en el instante exacto en que estaba pensado todo esto, venís caminando derechito hacia mí y me decís así nomás como al pasar ¿nos tomamos un mate cocido mi negro? mientras seguís con tus pasos cortitos y la columna rígida. Otra vez la emoción me gana y empiezo a temblar, pero me contengo, me aguanto no sé cómo. Te acompaño despacio hasta la puerta del patio, te la abro y te hago un gesto de cortesía para que pases vos primero…volvés a sonreír… ¿te estarás acordando que eso también me lo enseñaste vos o no? Quiero gritarte que soy yo. Quiero que mi abuelo salga de esa jaula de carne y huesos que te esconde. Quiero gritar ¡¿dónde estás nonito?!
¡Ay¡, cómo te entiendo ahora cuando te preocupabas de esa manera si yo no volvía. Ahora entiendo esa desesperación que sentías. Estoy desesperado por que vuelvas.
Entramos a la cocina y la abuela está preparando unas milanesas. Miro como con el dorso de los últimos tres dedos de la mano le tira pan rallado al bife de cuadril que acaba de sacar del plato con huevos batidos, perejil y ajo. Con el talón de la misma mano empieza a darle golpecitos suaves al pan que recién le tiró arriba. Miro la cocina y la pava ya está en el fuego. Busco las tasas en la alacena y como si fuese un ritual inconsciente, agarro un colador chiquito, le tiro yerba encima y dejo correr muy lentamente el agua al punto justo de temperatura para que no se queme la yerba. Preparo dos tasas. Una para mí y otra para vos viejito. Te acero la azucarera, una cuchara y tres tostadas recién sacadas del horno. Me siento el frente tuyo y mientras tomo el primero sorbo, te miro por encima del marco de los lentes. Te miro por encima, porque me está temblando la pera y muerdo el borde de la tasa para no llorar. La respiración levanta el vapor y me empaña los vidrios de los lentes. Miro mientras mordés la tostada y se te caen las migas para todos lados. Ya no hay forma de contener las lágrimas. Me levanto haciéndome el boludo y voy al baño que está junto a la cocina. En ese mismo momento escucho que le preguntas a la abuela ¿quién es ese chico que me hizo el mate cocido? El corazón se me retuerce dentro del pecho como una hoja de diario al fuego o como una lombriz que se resiste a ser carnada en un azuelo. Me desahogo, o eso creo, llorando un rato dentro del baño. Me tapo la nariz para que no se escuche, pero el ruido ahogado me sale por la boca y los oídos se me aturden. Trato de calmarme. Me lavo varias veces la cara con agua fría para apagar un poco el enrojecimiento de tanta haber aguantado el llanto. Salgo a los diez minutos como si nada. Él ya no está ahí y sin que haga tiempo de preguntar, mi abuela me hace un gesto con la cabeza señalando la pieza. Miro desde la cocina, pero no llego a ver nada. Me acerco despacio por si ya está dormido, pero veo que no. Está parado frente al ropero. Golpeo la puerta, aunque está abierta, para pedirle permiso. “Pase”, contesta sin saber quién golpeó ni qué quiere. Entro y me paro al lado de él a mirar lo mismo que él está viendo. Como si fuese un árbol genealógico, sobre la parte interna de la puerta del ropero veo una cascada de papelitos pegados con cinta scotch. Uno de esos, el amarillo del centro, dice: “Julio, nieto médico de córdoba”. Relojeo todo rápido antes de que se me terminen de nublar los ojos y toda mi familia también pasó a ser solo papelitos en la puerta de un ropero.
JCG.
El autor:
Julio César Guerini (36 años).
Oriundo de Venado Tuerto (Santa Fe)
Médico (UNC)
Especialista en Medicina interna (UNC)
Especialista en Medicina legal (UNC)
Médico del Gabinete Médico-Químico-Psicológico de la Policía Científica de la Dirección General de Policía Judicial. Poder Judicial del la Provincia de Córdoba. Ministerio Público Fiscal.
Prof. Asist. de Semiología (Hospital Nacional de Clínicas - Córdoba)
Prof. Asist. de Patología (IIda Cátedra de Patología - UNC)
Docente de Postgrado en la Especialidad de Medicina Legal (UNC)
(Fanático de la pesca)