Series: ficción y realidad

The Dropout: dilemas de salud, estafas, autoengaño y reflexiones sobre saltear etapas

La miniserie protagonizada por Amanda Seyfried muestra el auge y la caída de Elizabeth Holmes, quien quiso convertirse en la nueva Steve Jobs pero con dispositivos médicos.

Autor/a: Celina Abud

(Contiene spoilers)

Reemplazar al médico. Reemplazar los laboratorios de análisis clínicos. Reemplazar las agujas. Y hacerlo rápido. Así la emprendedora americana Elizabeth Homes pretendía “cambiar el mundo”. Ahora su historia de ascenso y caída puede verse en la miniserie The Dropout, protagonizada por Amanda Seyfried, que habla no sólo de un fraude masivo que ponía en riesgo la salud de la gente sino de la ansiedad de “llegar rápido”,  en fast forward o en este caso, en fast track.

En ocho capítulos, la serie retrata a la ideóloga de la empresa Theranos (abreviatura de las palabras terapia y diagnóstico) que tenía como objetivo crear un dispositivo portátil con la capacidad de realizar análisis con una gota de sangre. Inpsirada en figuras como Steve Jobs y Elon Musk, la finalidad de Homes no sólo constaba de su utópica intención de cambio, sino también volverse multimillonaria lo más rápido posible. Esa convicción irrevocable se le cruzó por la cabeza a sus 19 años, con una idea que había atesorado tanto que evito escuchar a una profesora que le decía que su proyecto era físicamente inviable. ¿Para qué? Si vivía en un “mundo slogan” en el que las frases del estilo fake it until you make it, o “lo imposible solo tarda un poco más”, la alentaban a seguir su iniciativa.
 


A sus 19 años, decidió abandonar sus estudios en la Universidad de Stanford y pedirles a sus padres que invirtieran en su empresa el dinero destinado para su educación. Más tarde, le tocó convencer a los hombres más influyentes de Estados Unidos para aportes millonarios.  

Sus buenas intenciones no tenían por qué contraponerse con el afán de obtener ganancias. Después de todo, prometía análisis de sangre indoloros a bajo costo con los cuales una gran parte de la población norteamericana podría beneficiarse.

Pero todo cambia cuando el prototipo portable de Theranos demuestra serias fallas: no arrojaba resultados exactos, lo que ponía en riesgo la salud de los pacientes. Intentó cambiar el modelo de máquina, incluso basándose en tecnologías que ella consideraba obsoletas, pero no hubo caso. Su profesora tenía razón.

Ahí fue que la llamada “Steve Jobs de la medicina” tuvo que optar entre discontinuar su proyecto o bien conformar a los inversores y captar nuevos capitales, porque “lo imposible solo tarda un poco más”. Optó por lo segundo. Y convocó a su novio de entonces, Sunny Balwani (mayor que ella y con experiencia techie) para que la protegiera.

Así, la meta primaria de ayudar quedó relegada frente al marketing. Balwani construyó una nueva imagen de Holmes, más apta para las portadas de revistas, que querían mostrarla como ícono del feminismo al ser una mujer self-made que creó un unicornio de dispositivos médicos. La elección de la vestimenta con poleras negras tampoco fue azarosa: hacen un guiño a Steve Jobs, quien decía estar demasiado ocupado para pensar en qué ponerse.

Pero querer llegar y hacerlo rápido tenía un costo. Quizá el de resignar el objetivo de querer ayudar a la gente y focalizarse más en no perder a los inversores que, al igual que ella, no entendían los tiempos –a veces largos– de la ciencia. Incluso The Dropout muestra como Holmes buscó relacionarse con organismos de control estadounidenses para lograr un fast track en la aprobación de su tecnología por parte de la FDA, cuando ni el dispositivo ni las pruebas estaban cerca de funcionar.  Otra consecuencia fue la de cómo el ambiente de camaradería inicial (con el que las startups quieren autopercibirse) pasó a ser un entorno de trabajo atravesado por el miedo y la hipervigilancia, en el cual no se podían hacer cuestionamientos y mucho menos hablar de irregularidades, todo amparado bajo estrictos acuerdos de confidencialidad.

¿Pero cómo una chica que a los 19 años soñaba con cambiar el mundo terminó por priorizar la imagen de una empresa por sobre la salud de la gente? ¿Cómo podía lidiar con episodios trágicos estrictamente relacionados con Theranos?

En el caso de Holmes, el autoengaño pudo haber entrado en juego, porque no es nada más ni nada menos que el error de transformar la verdad para mitigar la angustia. Es decir, son mentiras que nos sostienen.

El biólogo e historiador estadounidense Robert Trivers postula en su libro La insensatez de los necios que, en el caso del autoengaño, la información verdadera es excluida de la conciencia o es relegada y mantenida en el inconsciente. En cambio es la mentira la que accede a la conciencia, porque si uno no es consciente de que está mintiendo, los demás no pueden detectar las señales, como movimiento de los ojos, sudoración, calidad de la voz y otros signos de tensión. (Vale destacar la excelente interpretación de Seyfried, que muestra como Holmes ensaya una nueva voz para presentarse ante el mundo, mucho más grave, tal vez con la intención de sonar sólida).

Existen dos tipos de autoengaño: el defensivo (un proceso intrapersonal que fortalece y protege al yo de la información amenazadora)  y el ofensivo (una estrategia interpersonal para persuadir a los demás) De acuerdo con la serie, Holmes, apela a los  dos: el ofensivo a la hora de ganar la confianza de los inversores. El defensivo, cuando al ver las trágicas consecuencias de Theranos, se dice en voz alta: “¿Acaso fallar es un crimen?”

No revelaremos mucho más de esta miniserie, pero sí hablaremos de los peligros de saltear etapas.  Cuando Holmes debía hacer vida de estudiante, no se tomó ni un segundo para relajarse: era famosa y tenía mucha presión sobre sus hombros. Pero cuando en su treintena el escándalo se desató, quiso recuperar el tiempo perdido, ese que no podía mercantilizarse. Fue entonces que empezó a salir con un hombre menor que ella, adoptó un perro y fue al festival Burning Man. El fast track no funcionó para su tecnología, ni tampoco para ella.

Por todos estos aspectos, vale la pena ver The Dropout porque en pocos capítulos de 50 minutos queden planteados dilemas éticos en materia de la salud, entre ellos que los tiempos de la ciencia no siempre se condicen con los del mercado y por qué en determinadas cuestiones no es recomendable reemplazar el contacto humano. También muestra los posibles efectos de la consigna que muchos jóvenes glorifican: volverse millonario en tiempo récord. Una serie para “maratonear”, pero también para sentarse y reflexionar, por más que suene contradictorio.