Relato del Dr. Oscar Di Dio

Inversiones

Este relato forma parte del programa de Clínica Literaria, coordinado por Mateo Niro, en el marco de "Roemmers junto a la cultura"

Autor/a: Dr. Oscar Di Dio

La  mujer con la que conversaba, sin que mediara implícita confianza, me preguntó:

—¿Vos comés para vivir, o vivís para comer?

Dejé en el platillo la dulzura de la tercera medialuna que exhibía las láminas hojaldradas en el punto exacto de la crepitación, sorbí un vaso de soda escandalosamente burbujeante que me irritó la nariz al umbral del estornudo y la miré con cierto desdén mientras recordaba aquella frase del decálogo para abordar un barco que impresiona estar al mando del enemigo: siempre se ha de sentir lo que se dice y nunca se ha de decir lo que se siente. Finalmente le respondí:

—Es que tengo un problema neurológico en el centro de la saciedad y, si un alma caritativa no me señala la perversidad de mi conducta, sigo y sigo… soy insaciable.

Con ambas manos se acomodó la falda estirándola hacia abajo, me pareció oír la estridencia de un cierre que habría cedido a las fuerzas de unos brazos inquietos pues su incómoda pregunta se había transformado en un bumerang, y eso no le convenía a ninguno de los dos.

Me puse sentimental, cabizbajo y a la defensiva; ella bebió su té pero también comió el fragmento de medialuna que yo había dejado en un simbólico acto de solidaridad que descomprimió el tenso momento. Después, con una sonrisa, me ofreció el resto de la medialuna del armisticio. Agradecí con una mueca el gesto, pero no la comí; le dije que por sus palabras mi condición había mejorado súbitamente y daba señales positivas. Nos reímos.

            —¿Insaciable para todo?— me preguntó sin mediar pausa compensadora para mis revolcones emocionales.

Me pareció que era el momento oportuno para desensillar el flete, y pensé que para qué iba a prenderme fuego sin llamas, ahora que me llamaba para pedirme fuego, y le respondí:

—Tenga mano, tallador.

La expresión desorbitó a la dama y le hizo percibir ese olor a líquido de frenos propio de las desaceleraciones bruscas. Llamé al camarero. Le advertí que la mujer quizás le pediría algo más.

—Nada más para mí.

—Entonces traiga la cuenta, por favor— le dije al joven que tenía la expectativa de seguir atendiéndonos hasta la tertulia.

Cambiamos nuestros números telefónicos y, antes de despedirnos, ella me dijo:

—No olvides que te espero, y no esperes que te olvide.

            Envolví en una servilleta la diezmada medialuna de la reconciliación, caminamos hasta su auto, me invitó a subir. Acepté.

Hicimos un circuito corto, pues ya no había cortocircuito.


El autor:

  

Oscar Alfredo Di Dio nació en Santa Fe en diciembre de 1953. Su educación, de carácter confesional, la cursó bajo la tutela de los Jesuitas. En 1978 se graduó como Médico en la Universidad Nacional de Rosario, haciendo su formación de posgrado en Clínica Médica y Cardiología, en las que se desempeña desde entonces. Desde hace ocho años asiste a talleres de Lectura y Escritura. Disfruta del género ensayístico, de temáticas histórico religiosas claramente influenciadas por su formación y el conflicto con su condición de no creyente y de vez en cuando, entre una cosa y otra, escribe cuentos como este. 

Este relato forma parte del programa de Clínica Literaria, coordinado por Mateo Niro, en el marco de “Roemmers junto a la cultura”.