Con interés, y luego con un entusiasmo que por momentos se transformó en emoción, he leído ¿Qué es la medicina narrativa y cómo se practica?, del Dr. Carlos D. Tajer, de extensa trayectoria en asistencia e investigación médica, y de la Licenciada en Ciencias de la Educación Elizabeth E. Gothelf, infatigable generadora de encuentros entre la educación, el arte y la salud, quienes dirigen un grupo multidisciplinario de colaboradores. Y menciono expresamente “emoción” porque no pude evitar conmoverme, muy profundamente en ocasiones, ante algunas experiencias de dolor y pérdida, expiación y sublimación, y satisfacción final por la atención y la contención recibidas y por la tarea cumplida, experimentadas por los pacientes, sus grupos familiares, y por los distintos profesionales que han transitado las páginas de este libro.

Pero vayamos al título: ¿Qué es la medicina narrativa? Varios autores la definen y la analizan en la primera parte de este libro, como “...un movimiento que se orienta a desarrollar herramientas teóricas y prácticas para la corrección de los malestares definidos (mala relación médico/paciente/familia – falta de reconocimiento profesional/burnout) con un fuerte eje en la condición y riqueza narrativa de la medicina y las historias de enfermedad, y la necesidad de un entrenamiento en tal sentido de los profesionales de la salud. Este entrenamiento debería conducir a una práctica más empática, compasiva, enriquecedora humanamente y efectiva en sus logros médicos.”

Este movimiento surgió en 1998 a partir del artículo denominado Medicina basada en la narrativa que claramente parece interpelar a la Medicina basada en la evidencia, de gran auge en esa época y en la actualidad. Sin embargo, ambos movimientos son conceptualmente complementarios: la medicina debe ser abarcadora, holística, tal como lo advirtieron los primeros profesionales en el arte de curar.

La medicina narrativa pone el eje en la relación-médico paciente, un vínculo basado en la palabra, en el relato de la enfermedad. Sin embargo, en los últimos tiempos esta narrativa, crucial para que los procesos de atención y cuidado se desarrollen de forma satisfactoria, ha sido alterada por factores que han modificado la práctica de la medicina: los adelantos tecnológicos, la subespecialización, la excesiva burocratización, y la disminución del tiempo disponible de los médicos.

Las consecuencias son predecibles: la despersonalización de la relación, los conflictos, y las fallas en la comunicación entre los médicos y los pacientes y sus familias se encuentran a la orden del día.

La segunda parte del libro se dedica a brindar herramientas educativas para mejorar estos problemas: distintos capítulos se dedican a comentar y analizar experiencias de ateneos interdisciplinarios de medicina narrativa implementados desde la residencia, o sea precozmente durante la formación médica, en los que se exponen distintos puntos de vista sobre un caso clínico; talleres de medicina y literatura; debates sobre obras de arte y medicina; prácticas de teatro espontáneo.

Estas actividades, narradas de forma directa y amena, buscan conectar con la “subjetividad postergada” que a menudo experimentan los profesionales médicos ante la multiplicidad y la complejidad de sus tareas. ¡Y vaya que lo logran!

Finalmente, se comenta la trayectoria de la medicina narrativa como corriente de surgimiento reciente: ya se han llevado a cabo jornadas en hospitales, existen grupos específicos en distintas provincias y se conversa sobre la inclusión de estos temas en la formación de grado. No tengo dudas de que este libro contribuirá excelsamente a continuar instalando y discutiendo la medicina narrativa en la comunidad de los profesionales de la salud, cuyos principales beneficiarios serán los pacientes y sus familias.

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