Afirman que disminuyó la discriminación en las familias y en la sociedad. Esa tolerancia creciente, dicen, favorece el llamar a las cosas por su nombre.
Georgina Elustondo
El precio de ser distinto siempre fue caro. Ni en la sociedad ni en la mismísima familia —ese nidito que se supone incondicional— nadie atraviesa ciertas decisiones sin pagar algunos costos. Sin librar ciertas batallas. Pero el agua corre y los tiempos cambian, y hoy, a fuerza de diversidades que se imponen sin esperar permisos ni aplausos, esquivar lo socialmente aceptado es menos duro que hace unos años. Es la tendencia que alivia a los adolescentes y jóvenes que deciden asumir ante al mundo que son homosexuales: lo hacen más temprano y con menos conflicto, porque si bien esa confesión no resulta gratis, tampoco cosecha las "sanciones" habituales hace apenas una década.
En Argentina, enterarse de que a un hijo/a le gustaba o amaba a alguien del mismo sexo era, hasta hace unos años, poco menos que una tragedia. La familia lo vivía, en general, como una deshonra, un trapito a esconder bajo la alfombra. "Que nadie se entere, que se vaya de casa, que se cure" eran las frases susurradas en la más estricta intimidad cuando alguien cercano osaba desafiar lo "normal" en materia sexual o amorosa. Por suerte, esa rigidez, esa incomprensión y esa falta de respeto al diferente está empezando a romperse.
"En las nuevas generaciones los prejuicios se han ablandado. Entre los adolescentes, las distintas orientaciones sexuales no tienen la satanización ni estigmatización que tenían antes. Lo toman con bastante naturalidad. Es más, en algunos grupos, la homosexualidad hasta es una identidad tomada como bandera", dice el psicoanalista Juan Carlos Volnovich. "La cosa represiva ha cedido: ya no busca normalizar a los homosexuales para adaptarlos a lo que se debe ni hay intención de curarlos, como ocurría antes. El hecho de que esté más facilitado hace que la asunción sea cada vez más precoz", comenta.
"La homosexualidad se oculta menos y la definición pública es más temprana porque hay menos discriminación y mayor aceptación entre los jóvenes y entre algunos adultos", coincide la psicóloga Cristina Rother, autora del libro Adolescencias: trayectorias turbulentas. "Hubo muchos cambios en la forma de vincularse, en las experiencias que los adolescentes se animan a vivir, en lo que está bien y mal visto. Hay que aceptar las novedades que los chicos proponen y que van transformando el imaginario social. Estigmatizar y temer los cambios no sirve".
Es que los adolescentes de hoy crecieron en un mundo menos esquemático, plagado de instituciones y modelos en crisis, y no viven la diferencia como amenaza, y mucho menos como tragedia. "Todo cambió. En el cine y la tevé los modelos son más diversos, ya no se condena ni se oculta al diferente", reflexiona María Rachid, de La Fulana, una asociación que reúne a mujeres lesbianas, jóvenes en su mayoría (han recibido chicas desde 13 años).
"Las adolescentes vienen al grupo con las cosas más resueltas. A las más grandes no se les ocurre la posibilidad de decirle a su familia que son lesbianas, y a las más chicas, por el contrario, ni se les pasa por la cabeza ocultarlo demasiado tiempo y vivir una doble vida. Con más o menos dolor lo terminan contando, y cada vez más temprano", dice Rachid. ¿La familia? "También cambió. Los conflictos graves son menos frecuentes. Sigue habiendo suicidios, chicas echadas de sus casas o internadas en psiquiátricos. Pero son excepciones. Cuando los padres se oponen, los mayores problemas pasan por la dependencia económica, porque les restringen el dinero para acotarles salidas, vínculos, etc.".
"Empezamos siendo pocos, pero el grupo va creciendo. Vienen chicos cada vez más chicos", dice Luis de Grazia, del grupo Jóvenes de la Comunidad Homosexual Argentina, integrado por varones de entre 14 y 28 años. "No impulsamos a los chicos a salir del armario (asumir su identidad). Sólo tratamos de dar contención y socialización. Los adolescentes tienen preocupaciones distintas a las de los adultos gays: no les interesa la unión civil, les importa hablar sobre sus miedos y conflictos, ver cómo hicieron otros para no pegarse un tiro".
También en la asociación rosarina VOX, que reúne a homosexuales de entre 15 y 25 años, aseguran que la homosexualidad se asume antes y con menos conflicto. "Hay una gran camada de chicos de 14 ó 15 años que deciden asumirse porque sienten menos rechazo —dice Esteban Paulón—. No tienen drama con sus pares y en la familia, aunque es más complejo. Tras el primer cimbronazo terminan comprendiendo. Ya no obstaculizan ni prohíben, como ocurría antes".
De Grazia acuerda: "En las escuelas hay menos homofobia y los padres reaccionan con menos virulencia. El tema ya no genera tanto escándalo como antes". Pero no hay que idealizar, advierte Volnovich. "Nuestra sociedad tiene todavía muchos prejuicios. Hay más aceptación, pero nadie pasa por esta situación sin un gran sufrimiento", subraya.
Cuando un hijo elige un objeto sexual que desentona con lo socialmente aceptado, la crisis estalla. Pero los expertos afirman que ajustar el foco sólo sobre la sexualidad es un error. "Hay algo anterior: los padres deberían observar si los hijos se pueden vincular, si son capaces de comprometerse y relacionarse afectivamente —dice Rother—. La soledad y la dificultad para socializarse deberían preocuparnos más que el camino sexual que elijan".
La responsabilidad de los padres
Es la pregunta del millón. ¿Se nace? ¿Se hace? ¿Por qué se tiende a leer la homosexualidad de los hijos como un fracaso en la crianza? Silvia Bleichmar responde: "Los padres no son voluntades autónomas en la crianza. Los determinantes históricos y subjetivos inciden de modo tal que considerar a los padres responsables de todo es un reflejo de la omnipotencia parental".
Por otro lado, destaca, "considerar a la homosexualidad de los hijos un fracaso de los padres es un prejuicio: se fracasa en tantos aspectos de la crianza y se triunfa en tantos otros que no se puede definir el éxito o fracaso por eso. Los padres deberían evaluar la capacidad amorosa, los rasgos éticos, la posibilidad productiva y creativa y la capacidad de defender la propia vida y la del semejante".
Es claro: que haya mayor aceptación no implica ni exige que los padres tomen el tema con naturalidad ni alegría. Dice Volnovich: "Lo viven como una gran desilusión y un fracaso. Es fácil deslizarse hacia la culpa, pero, en general, la homosexualidad no es producto de un error", subraya.
"Aun en aquellos que tienen amplitud de criterios y mayor apertura, es una situación conflictiva. Deben enfrentar el duelo de sus propios sueños y expectativas —agrega Rother—; pero aceptar que los hijos deciden según sus propios valores debería ser el gran desafío".
"Uno espera ser aceptado, y no tratado como raro"
"Desde chico sentí atracción por uno de mis compañeritos de escuela, pero no le di importancia porque no entendía. Recién en la secundaria lo tomé en serio, pero era tanto el dolor que sólo rogaba que fuera una fantasía. Lloré mucho y sufrí por sentirme diferente. ¿Por qué me pasa ésto a mí?, pensaba. Recé para que Dios me hiciera distinto, heterosexual, y pasé mucho tiempo tratando de cambiar mis sentimientos homosexuales. Nada tuvo sentido. La fantasía no sólo no se fue: determinó mi vida".
Con un nudo en la garganta y el recuerdo de un dolor que sigue golpeando, Nicolás repasa una historia que todavía hoy, a los 25, le inunda los ojos. "Uno cree que lo tiene digerido, pero no es fácil. El alivio llega cuando entendés que no ser heterosexual no es algo que elijas. Yo no elegí ser así, habría dado todo por no sentir lo que sentía", dice. Gracias a ese descubrimiento se "perdonó" y se reconcilió con ese latido que le daba órdenes que habría querido no obedecer nunca.
Nicolás nació en un pueblo del interior y hace seis años que vive en Rosario. Es docente en un secundario, está a punto de terminar Comunicación, tiene un programa de radio y escribe en una revista. "Quiero que me reconozcan por mi trabajo y no por mi sexualidad", apuesta.
"No digo mi apellido para cuidar a mis viejos, porque la discriminación existe. Pero puedo entender que ser no heterosexual no es tan malo, que puedo amar y ser feliz como los demás y que no estoy solo. Cuando uno dice 'soy gay' espera ser aceptado y no ser tratado como alguien raro, pero por sobre todo está confiando una de las partes más importante de su vida".
Un período de turbulencias
Los especialistas prefieren hablar de "homosexualidad en la adolescencia" y no de "adolescentes homosexuales". En primer lugar, consideran que este segundo concepto es poco feliz: define al sujeto por la elección amoroso-sexual y no por los rasgos nucleares que definen una identidad. Pero también hay otra razón: una experiencia homosexual —dicen— no implica que la persona lo sea.
"No hay adolescencia sin turbulencia, sin crisis, sin sufrimiento. Es un proceso marcado por la incertidumbre, las radicalizaciones y la búsqueda de identidades. Por eso es central no etiquetar ni condenar. En esa etapa, los chicos tienen experiencias que no necesariamente consolidan identidad", subraya Rother. "Que alguien tenga una experiencia homosexual no quiere decir que lo sea. Puede tratarse de algo transitorio, una prueba o una transgresión estimulada por presión del grupo de pertenencia. Es fundamental no rotular", dice.
"Hay mucho pasaje, mucha bisexualidad entre los adolescentes —afirma Volnovich—. No son excepcionales los casos que lo viven como una etapa de tránsito". Para la psicoanalista Bleichmar, hay diferencias entre varones y mujeres: "Ellos suelen estar más definidos cuando ingresan a las relaciones homosexuales, algo que se produce en general en la adolescencia y raramente es reversible. Las mujeres, en cambio, pueden tener episodios homosexuales y luego heterosexuales y alternarlos en el tiempo sin que esto se afirme de modo definitivo", explica.